Sunday, October 31, 2010

Los judíos, obsesión de Bizancio en el siglo VII, ¿un símil histórico del presente? - Rivka Fishman Duker - Controverses


Maximus el confesor y Sofronius de Jerusalém

En la primera mitad del siglo VII, en el momento en que el Islam comenzaba su ascensión, los árabes emprendieron la conquista de grandes extensiones del mundo conocido en ese momento. Sus fervientes creencias religiosas y sus notables aptitudes militares les permitieron difundir su nueva fe durante casi un siglo y abatir reinos que existían desde hacía mucho tiempo. Entre ellos se encontraba el Imperio cristiano de Bizancio en el Mediterráneo oriental, así como el territorio que ocupaban Siria, Palestina y Egipto, el imperio persa zoroastriano, cuyos territorios incluían Persia y Babilonia, rebautizado Irak por sus nuevos amos, y tierras cristianas del norte de África y la España de los visigodos. Carlos Martel detuvo la ofensiva de los musulmanes en Poitiers en el 732.

Aunque el Oriente persa y el Occidente ibérico constituían unas importantísimas adquisiciones para el Islam, nuestra atención se centrará aquí sobre el poderoso heredero de la gloria de la antigua Roma, el Imperio Bizantino (cuya capital Constantinopla no había sido aún conquistada). ¿Por qué Jerusalém, destino próspero de peregrinaciones religiosas y lugar de memoria histórica, orgullo de la cristiandad ortodoxa, se rindió en el 638 a los "sarracenos", esas hordas extrañas y barbaras del desierto? ¿Por qué los líderes del Imperio Bizantino subestimaron el poder de los invasores y la pérdida de tantos territorios y de su autoridad moral?

¿Y cómo los intelectuales y las personalidades políticas de la época explicaron este importante reves moral y militar al que se enfrentaron? Es interesante observar que la inminente ofensiva árabe-islámica no parecía preocupar demasiado a la élite intelectual, política y religiosa de Bizancio. Las fuerzas imperiales habían entrado en Jerusalén en el 628. Allí habían establecido un poder solido después de catorce años de dominación de los persas, quienes habían destruido casi todas las iglesias y monasterios de Palestina y diezmaron su población cristiana. El emperador Heraclio consagró la Iglesia del Santo Sepulcro en el año 630 y restauró la "Verdadera Cruz", una reliquia de la Crucifixión venerada por los cristianos. ¿Bizancio fue cegada por su victoria sobre su terrible enemigo? ¿O es que el Imperio se había acostumbrados a las frecuentes incursiones de los árabes y de otros pueblos en sus fronteras, hasta el punto de no darse cuenta que el avance de los musulmanes no era otro incursión más? En efecto, Bizancio no centró su atención en el enemigo que golpeaba a su puerta sino en los judíos del reino. El emperador y los dos principales líderes de la Iglesia, Máximus el Confesor y su amigo y colega, Sofronius, patriarca de Jerusalén, criticaban a los judíos y al judaísmo cada vez con más virulencia.

El 31 de mayo de 632, el emperador Heraclius, bajo la influencia de estos hombres de la iglesia, toma una iniciativa sin precedentes y publica un decreto que obligaba a todos sus súbditos judíos a convertirse al cristianismo. Este edicto concernía a las regiones de Asia Menor (actual Turquía), Siria, Palestina, Grecia, Egipto y los Balcanes. Aunque no se llevó a ejecución, el decreto les alienaba de los judíos que, en gran número, habían sido aliados de los persas al comienzo del siglo. Las políticas y leyes discriminatorias que ya existían desde hace mucho tiempo empujaron a los samaritanos y a los cristianos no ortodoxos en brazos de los invasores árabes, al mismo tiempo que a los judíos.

Además, en 633-34, Máximus y Sofronius acordaron una atención excesiva a unas polémicas antijudías en las que las violencias verbales no estuvieron ausentes. Mientras tanto, Máximus describía a los árabes como "duros y extranjeros". Inicialmente los contempló como un mal pasajero, para después considerar su conquista de Jerusalém como una maldición divina dirigida contra los pecadores cristianos. En cuanto a Sofronius, sus quejas con respecto a la captura de Jerusalém vapulearon más duremente a los judíos que a los propios conquistadores árabes. Según el estudioso Carl Laga, "la fijación... sobre el problema judío se convirtió visiblemente en una obsesión, lo que impidió que [los cristianos] evaluaran correctamente la importancia histórica real del ataque árabe". Esta ataque, a su juicio, no era más que una nueva expresión, actualizada, del castigo a los cristianos por sus pecados, pero sobre todo era culpa de los judíos por su eterna apistia (incredulidad).

¿Por qué Bizancio fue incapaz de afrontar al verdadero enemigo que amenazaba a la cristiandad con su destrucción física y con unas consecuencias nefastas, para en cambio optar por embarcarse en un largo período de efervescencia anti-judía? Carl Laga señala que los judíos estaban habituados a esa situación y a los anatemas eclesiásticos que les imputaban la situación catastrófica del Imperio. Según Averil Cameron, un gran especialista de Bizancio, los factores de la agresividad anti-judía durante el siglo VII se agregaron los unos a los otros.

Se trataba de los daños permanentes causados por los escritos de los Padres de la Iglesia, de la legislación y las actividades sostenidas del emperador Justiniano contra los heréticos a mediados del siglo VI, del hecho de que los judíos fueran considerados los agentes de ciertas facciones o de algunos pretendientes al trono a finales del siglo VI, y de su reputación de ser partidarios de los persas. Otros estudiosos piensan que los judíos desempeñaron principalmente el papel de sustitutos o una especie de construcción literaria y artística que suplantaba a unos musulmanes a los que cristianismo no fue capaz de derrotar.

De todos modos, a causa de la derrota infligida por el Califato al Imperio de Bizancio, la obstinación de los judíos, que fueron testigos de la decadencia del poder de los cristianos, y que podrían haber sentido o experimentado cierta "sádica alegría" ante esos hechos, despertó de una forma poderosa los viejos estereotipos y prejuicios. Los incrédulos y testarudos judíos se convirtieron así en un poderoso canalizador de las frustraciones de los hombres de la Iglesia.

El recuerdo de los traumatismos del siglo VII evoca ciertos tormentos de la cristiandad de nuestro tiempo, así como las obsesiones permanentes de una gran parte de mundo cristiano y post-cristiano de cara a los judíos. En esa época, como hoy en día, el cristianismo era y es heterogéneo. Hace alrededor de unos decena de años, después de cerca de setenta años de combates intermitentes, el Occidente cristiano y post-cristiano salió victorioso de la confrontación con un viejo adversario, el imperio soviético, y tal como Bizancio, derrotado inicialmente por Persia en el 614 , se impuso más tarde en el año 628, después de siglos de guerras esporádicas.

Hoy en día, una gran población musulmana ha inmigrado a Europa y América del Norte, y no se trata pues de hordas armadas. Una fracción importante de esa población no está dispuesta a aceptar un estatus de minoría. Guarda sus distancias con la mayoría cristiana o post-cristiana y se preserva del estilo de vida occidental que condena. Asimismo da la bienvenida a los conversos y desea propagar su fe. Ante esta configuración, es forzoso tener en cuenta que a un número significativo de los miembros cristianos y post-cristianos de los gobiernos europeos, así como de muchas iglesias y líderes religiosos, parecen atormentarles más los problemas referentes a los judíos y al Estado judío, como a los miembros del clero del siglo VII, Máximus y Sofronius. La persistencia del judaísmo y del pueblo judío, y la existencia de un Estado judío viable parecen desencadenar a sus ojos algunos desafios dolorosos.

La obsesión con los judíos de numerosas iglesias tradicionales anuncia, ahora que sus filas empiezan a clarear, lo que bien podría ser una negación de la realidad exterior que se materializa en la propagación del Islam y en las ambiciones islamistas que amenazan de una manera muy real a los que viven en los estados occidentales. Por lo tanto, como en el pasado, sumándose a un creciente antisemitismo, la condena de los judíos desvía a Europa de los verdaders desafíos a los que se enfrenta. El legado antisemita de los padres del cristianismo es la fuente.

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