Sunday, January 30, 2011

El cordero, el lobo, y el tonto del pueblo - Emmanuel Navon



La división ideológica entre idealistas y realistas se deriva de dos conjuntos de supuestos sobre la naturaleza humana y la realidad. Los realistas desconfían de las verdaderas intenciones de los hombres reales (no idealizados), mientras que los idealistas se basan en la buena voluntad humana: el estado de naturaleza es "el cielo" para Rousseau y el "infierno" para Hobbes, porque el primero cree que el hombre es "naturalmente bueno y sólo se pervierte socialmente", mientras que el segundo asume que el hombre es "solitario, pobre, desagradable, brutal y de pocas expectativas".

Realistas e idealistas también ven la realidad desde dos puntos de vista diferentes: para el realista, la realidad es un hecho al que el hombre tiene que someterse al igual que su voluntad, para los idealistas la realidad es el hombre y por lo tanto puede ser sometida a la voluntad del hombre. Maquiavelo enseñaba el Príncipe cómo adaptarse a la realidad, mientras que Kant imploraba cambiarla y adaptarla a sus ideales.

Estos dos conjuntos diferentes de hipótesis, ¿es el hombre bueno o malo? ¿es la realidad más fuerte que la voluntad humana o al revés?, están en el centro de la brecha ideológica entre derecha e izquierda en las sociedades abiertas, y este debate se aplica a la política exterior.

Este debate es ideológico, precisamente porque no se puede probar científicamente si el hombre es intrínsecamente bueno o malo, al igual que si la realidad es realmente modificable por la voluntad humana. La historia, sin embargo, ofrece una muy útil colección de ejemplos que pueden ayudar a convertir a una conjetura en razonable. También sucede cuando valoramos políticas fallidas y exitosas. A este respecto, el presidente Obama ha hecho una contribución notable (aunque involuntariamente) a una ya antigua investigación filosófica.

En su discurso de El Cairo (junio 2009), Barack Obama trató de engatusar al mundo musulmán para que abandonara su animosidad hacia los Estados Unidos. Un año y medio después, sería un eufemismo decir que sus propuestas han sido rechazadas. Turquía, durante bastante tiempo un aliado cercano de los EEUU e Israel, se ha convertido en el apologista más importante de Irán. Irán sigue desafiando a los Estados Unidos llevando adelante su programa nuclear y progresivamente instalándose en Irak y el Líbano. Los talibanes se mantienen tan decididos como siempre en Afganistán y en Pakistán. Siria sigue profundizando sus lazos con Irán y Hezbolá, a pesar (o por causa) de los gestos de Estados Unidos (como volver a enviar un embajador de EEUU a Damasco). Y ahora, el régimen pro-occidental y anti-islamista de Ben-Ali ha sido derrocado en Tunez, mientras que Hezbolá está a punto de instalar con suma eficacia el próximo gobierno de Líbano.

Sería ciertamente injusto centrarse en el fracaso del presidente Obama. Su confianza en que los islamistas se suavicen oyendo un discurso buenista no es tan diferente a la hipótesis de Woodrow Wilson de que la Liga de las Naciones mantendría el militarismo alemán bajo control, o la creencia de Jimmy Carter que Jomeini era un activista de derechos humanos.

Wilson, Carter y Obama se estrellaron ante la realidad porque no tuvieron en cuenta que algunas ideologías se basan en su absoluta necesidad de un enemigo. Como el profesor Emmanuel Sivan explica en su libro "The Clash within Islam", la jihad crea una dicotomía "entre los musulmanes y todo el resto de grupos externos y (por ello) heréticos, que representan fundamentalmente al mal... Así, una coexistencia en el tiempo (con ellos) no representa ciertamente una opción política creíble". De hecho, ninguna cantidad de buena voluntad o de retórica elevada puede apaciguar a las ideologías que hacen de la eterna lucha contra "el enemigo" un mandato divino o el principio fundamental de la identidad colectiva.

La ingenuidad tiene un precio, un precio que Estados Unidos ha sido capaz de pagar gracias a su poder y a la geografía (distante del Oriente Medio). Israel, por el contrario, no puede tener una tolerancia estratégica ante la estupidez (aunque ciertamente tiene un atractivo político). Una popular broma israelí ofrece la respuesta definitiva al debate entre el realismo y el idealismo en política exterior: Isaías profetizó un día que el cordero moraría pacíficamente con el lobo, sin embargo, aun cuando el sueño se hiciera realidad, lo más seguro sería ser el lobo. Sobre todo, podríamos haber añadido al chiste, si el cordero está siendo observado por el tonto del pueblo.

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