Tuesday, March 22, 2011

Reafirmando nuestras legítimas reclamaciones - Amiel Ungar - Haaretz


Judíos en el Kotel en 1896

El primer ministro Benjamin Netanyahu se parece cada vez más, al nivel de su retórica, a un miembro del Partido Laborista post-Oslo, al hacer hincapié en la seguridad y descuidar totalmente el tema de la legitimidad de Israel. Un exceso de confianza en los argumentos sobre la seguridad ha complicado los esfuerzos israelíes de hasbara, dejando a toda una generación en el exterior y en el interior sin una noción clara del derecho judío a la Tierra de Israel. En cualquier batalla entre la legitimidad y la seguridad ante una opinión pública internacional, las verdaderas necesidades de seguridad de Israel siempre serán vencidas por el elástico "los derechos legítimos de los palestinos".

Netanyahu afirmó ante Charles Moore, el ex editor de The Telegraph y en una reciente entrevista para ese periódico, que estaba preocupado por una Gran Bretaña que hubiera olvidado, más que evidentemente, las lecciones de Munich. Pero es el propio Netanyahu quien parece no haber entendido esas lecciones.

Los arquitectos del tratado de Versalles tras la I Guerra Mundial habían proporcionado a Checoslovaquia unas fronteras defendibles, constituyendo además la resistencia y el tesón checo la piedra angular de las esperanzas francesas de que todo ello fuera suficiente como para disuadir a Alemania, ante la amenaza de un segundo frente, de la posibilidad de una nueva guerra. Sin embargo, tanto Francia como Gran Bretaña vendieron en Munich a Checoslovaquia no porque no tuvieron en cuenta que lo estaban privando de unas fronteras defendibles, de ello sabían de su importancia, sólo que finalmente optaron por no tenerlo en cuenta. Los realistas no veían la necesidad de ir a la guerra en nombre de un lejano país y de un pueblo del que no sabían casi nada. Los idealistas, por su parte, habían comprado la idea de que “sólo consintiendo la legítima demanda alemana” podría prevalecer la paz en el continente. La paz sería la garantía de la seguridad y no al revés. Esta afirmación o máxima ha sido resucitada en la actualidad por los defensores de Oslo y por los "auténticos" amigos de Israel.

Nadie va a respetar las exigencias de seguridad de Israel si a los árabes se les permite salir con el argumento de que la concepción de Israel es en sí ilegítima. La idea de que una paz basada en la rendición de nuestra legitimidad nos proporcionará mayor seguridad sólo conseguirá que nos atrincheremos a menos que Israel deje caer el guante y exponga las aspiraciones palestinas tal por lo que son: la eliminación de Israel como un estado en el mejor de los casos, y un gran Itamar en el peor.

Al hacer hincapié en la seguridad ad infinitum, pueden acabar dándonos gato por liebre con una serie de sucedáneos de disposiciones de seguridad y, sobre todo, con la supuesta “desmilitarización” de Palestina. La voluntad de esta última a corto plazo es que se asemeje a la "desmilitarización de Gaza" en manos de Hamás, o a esa otra "desmilitarización del sur del Líbano" en manos de Hezbollah, según "lo previsto por la Resolución 1701 de la ONU", o a la "desmilitarización" de Alemania tras la I Guerra Mundial. ¿Quién privaría (a menos que se trate de una situación semejante a la de la Unión Soviética cara a Finlandia en el período entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la desaparición de la URSS) a un Estado soberano el pleno ejercicio de su soberanía dentro de sus fronteras? Todo país puede finalmente violar los acuerdos de desmilitarización a menos que, como en el Japón de la posguerra, se le obligue a regirse por dichos acuerdos o sea consciente de que va a pagar severamente por tales violaciones.

Una Palestina independiente no se ajusta a ninguna de esas dos categorías. Las violaciones palestino, que serán calibradamente incrementales, disuadirán a Israel de usar la fuerza y conducirá a un desmantelamiento de la "arquitectura de la paz" hasta que finalmente el equilibrio se haya visto modificado irrevocablemente.

Una especie de segundo substituto, o componente, de las medidas de seguridad son el ofrecimiento de unas vanas garantías externas. El apoyo internacional es importante, pero Israel debe ser capaz de montar y dirigir su propia defensa. Netanyahu ha sido muy manso y amable con esos poderes que no han dejado de ejercer presión para que hagamos más concesiones, pero no ha asumido ninguna responsabilidad por esas imposiciones. Las garantías son tan sensatas como el dólar de Zimbabwe, o como por ejemplo las ofrendas de esos estados que ahora están reduciendo su fuerza militar debido a su temor a sobrecargar su viabilidad presupuestaria. Barack Obama puede simbolizar ese síndrome del ofrecimiento de vagas garantías, pero es que él mismo es un producto de una opinión pública internacional cada vez más fatigada por las prolongadas guerras en Irak y Afganistán y que se siente temeroso de comprometerse en exceso.

La renuencia a usar la fuerza, como se muestra en el caso de Irán, se ha reafirmado en Libia. Constantemente escuchamos hablar acerca de "sanciones poderosas" que, de no burlarse, todavía necesitarían años para tener efecto. Pero en estos momentos los insurgentes libios están siendo golpeados desde los aviones y tanques de Gadafi, permitiendo así que su régimen se mantenga y le permita financiar una vez más a prestigiosas y políticamente correctas universidades occidentales [N.P.: la corrección política siempre ha tenido un punto débil, su financiación. Por otro lado ya sabemos que una especie de alianza (cruzada dicen algunos) occidental y de otros países está atacando a las fuerzas de Gadafi sin saber al día de hoy cual puede ser el futuro].

Volvimos a Judea y Samaria, la cuna de la historia judía, como resultado de una guerra defensiva en 1967. Un acelerador de esta guerra fue el hecho de que América mantuvo su palabra a la hora de proclamar su compromiso de preservar y garantizar la libertad de navegación israelí. A continuación, el ocupante de la Casa Blanca no fue un tipo como Obama, de una frialdad analítica, sino Lyndon Johnson, un verdadero filo-semita. Desafortunadamente, Estados Unidos estaba demasiado preocupado y absorbido por la guerra de Vietnam como para honrar dicho compromiso.

El Libro de Ester, que será la lectura de la mañana a la noche durante las vacaciones de Purim, demuestra que las cosas no cambian apenas. Cuando la reina Esther expone el plan de Amán para exterminar a los judíos del imperio persa, apela al rey Asuero por razones humanitarias y por razones de Estado (Amán no se preocupaba del daño económico que esa matanza causaría al imperio). Como Esther es una víctima, el rey Asuero se sintió lo suficientemente enfadado ante el plan de Amán, pero el protocolo (tal vez no podía dejar de votar una resolución de la ONU o no podía asegurarse la unanimidad de la OTAN) no le permitió revocar el decreto original que permitía el exterminio de los judíos. Lo mejor que pudo ofrecer fue una neutralidad benevolente, decretando que a los judíos se les permitía actuar en legítima defensa. El mismo Israel se creó para que los judíos ya no dependieran de amigos a medias y circunstanciales, como Asuero, a la hora de actuar en su propia defensa.

La única manera de convencer a los demás de que se puede y debe permitir el ejercicio de este derecho es reafirmar nuestra reclamación de todo corazón a esta tierra. Como dijo el viceprimer ministro Moshe Ya'alon en su elogio a la martirizada familia Fogel, como renunciemos a esa reclamación no tendremos seguridad.

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