Tuesday, April 12, 2011

Ellos se perdieron la historia - Nick Cohen - Standpoint


El editor de la BBC para Oriente Medio con Gaddafi

El ex embajador de EEUU ante Naciones Unidas, Daniel Patrick Moynihan, compuso un aforismo mientras observaba como las dictaduras echaban toneladas de oprobio sobre las democracias occidentales: "La cantidad de violaciones de los derechos humanos en un determinado país va siempre en relación inversa a la cantidad de denuncias de violaciones de los derechos humanos que se oyen en él". Periodistas, abogados, académicos y políticos de la oposición pueden investigar las injusticias de las democracias, y debido a que pueden investigar, la injusticia se mantiene bajo control. En cambio, no se pueden exponer las atrocidades de las dictaduras porque allí no hay libertad para informar, y por lo tanto sus crímenes pasan más desapercibidos.

Tengo mis dudas acerca de la jurisdicción universal de la Ley Moynihan - América fue responsable de muchas grandes crímenes mientras él fue un siervo obediente y fiel -. Pero su visión explica porque Jeremy Bowen se muestra dubitativo ante su camarógrafo en Trípoli, al igual que algunos mamíferos se ven sobresaltados al no comprender que están ante las convulsiones que anuncian el fin de una hibernación que ha durado casi toda su carrera.

Jeremy Bowen, el editor de la BBC para Oriente Medio no es el único “experto” cuyos conocimientos ahora parecen falsos. El levantamiento árabe ha aniquilado las suposiciones o ideas fijas de los ministerios de asuntos exteriores, de los académicos y de los grupos de derechos humanos con un ímpetu verdaderamente revolucionario. En lenguaje periodístico, se ha desvelado que habían cometido el mayor error que un reportero puede cometer: perderse la historia. Ellos pensaban que la raíz de los problemas del Oriente Medio era culpa del Israel democrático, o más en general, del Occidente democrático. Ellos no veían y no querían ver que mientras los israelíes son verdaderamente el problema de los palestinos - y viceversa -, el problema de millones de personas en el mundo árabe era la tiranía, la crueldad, la corrupción y la desigualdad alimentada por los dictadores árabes.

Decir esto crudamente suena como si las acusaciones de doble rasero y de antisemitismo habitualmente dirigidas contra los occidentales liberales y progresistas estuvieran justificadas. Pero el prejuicio liberal - "el prejuicio anti-liberal o anti-occidental" es una descripción más precisa para un proceso que es casi como una ideología. Y es que los estados y movimientos dictatoriales han guiado a la opinión liberal y progresista hacia una calle de sentido único, aprovechando la logística de la obtención de noticias.

Ninguna agencia de noticias de Occidente podría emplazar su principal oficina del Oriente Medio en otro lugar que no fuera Israel. Y ello por la sencilla razón de que es el único país libre con una prensa libre, con un poder judicial independiente y donde rige el estado de derecho. Los investigadores y diplomáticos, así como los periodistas, pueden comunicarse o visitar a los palestinos en los territorios ocupados de una manera que no podría suceder en cualquier otro lugar.

Fundamentalmente, en una época dominada por las imágenes, los equipos de televisión pueden obtener imágenes libremente. No estoy diciendo que las autoridades no pongan pegas a los corresponsales extranjeros o israelíes que traten de informar de las indudables violaciones de los derechos palestinos, pero sólo pueden hacerlo e informar desde Jerusalén, y no desde Damasco o Riad.

Incluso si lo permitieran, los baazistas o wahaabis pondrían a los periodistas bajo constante vigilancia. Mientras tanto, cualquier nacional que fuera invitado a salir en antena para criticar a sus gobernantes se negaría a hacerlo porque sabría que estaba corriendo un riesgo terrible. La Ley de Moynihan explica por qué nunca hubo noticias en la BBC o en Sky News que anunciaran: "Vamos a escuchar en vivo a nuestro corresponsal de Arabia Saudita hablando sobre la opresión de la mujer en La Meca", aunque si tenemos mucha, mucha suerte, tal vez se pudiera dentro de poco.

En algún nivel de su conciencia los periodistas occidentales deberían haber registrado que millones de personas del Oriente Medio tenían que morderse la lengua a la hora de hablar y moderar en consecuencia sus juicios. Confundieron ese silencio con complacencia hacia sus gobernantes, algo que Fred Halliday si identificó - el nunca rehuyó enfrentarse a los aspectos más desagradables de la región - cuando trató de detener a sus asnales colegas del London School of Economics cuando respaldaron la tiranía de Libia.

Naturalmente, Saif Gaddafi podía aparecer muy tranquilo, elegante y amable ante los círculos occidentales, sobre todo después de haberles donado cantidades ilimitadas de dinero robado para así mejorar su educación. Pero, como dijo Halliday, los occidentales debían haberse dado cuenta de que la función de un hombre tranquilo, elegante y amable de Libia, Egipto y Arabia Saudita, consiste sobre todo en impresionar a los extranjeros para obtener "compromisos con la línea dura oficial y así posibilitar que disminuya la presión externa". Quiten por tanto amigos occidentales las ejecuciones y los interrogatorios policiales de YouTube, y el buen y prudente tirano estará encantado con la buena disposición de estos occidentales, cuya trato sirve para descartar las críticas al régimen procedentes de la propaganda neocon.

En lugar de escuchar a Halliday, Anthony Giddens, voló a cumplir con Gaddafi y pronunció la única observación por la que probablemente sea recordado en el futuro: “Libia es como una Noruega del Norte de África: próspera, democrática y libre". Su equiparación con escandinavos subsaharianos debió dejar bastante perplejos a los propios civiles libios.

Y conste que Gaddafi está lejos de ser una excepción. Desde el momento en que asumió el poder en Siria - por la única razón de que era el hijo de su padre -, Bashir al-Assad ha escuchado a los políticos occidentales insistir en que con el partido Baas se podían hacer negocios. Sólo el mes pasado, Anna Wintour, editora de una revista de moda y que podría ser muy bien una profesora titular del LSE, permitió que su Vogue hiciera un reportaje a la esposa de Bashir donde se la definía como "la más magnética de las primeras damas". Para todos estos aduladores occidentales, la negación de la libertad en Siria no era una pega, y eso sólo podía escucharse en el mundo occidental al oír como los exiliados explicaban la naturaleza totalitaria del partido Baas, pero eso no daría lugar a una buena televisión.

Mohammed al-Jahmi, hermano del torturado disidente libio Fathi al-Jahmi, nos ofrece una explicación más detallada de estos “compañeros de viaje occidentales” después de que Human Rights Watch declarara con unción que "Libia estaba avanzando hacia la libertad" gracias a Gaddafi. A los extranjeros que deseaban tener acceso al país, decía Mohammed al-Jahmi, el régimen les hacía esperar durante meses para las visas. Cuando Human Rights Watch accedió al país sin problemas, sus emisarios fueron los invitados de honor para una visita a un país exótico al que otros periodistas y activistas no podían entrar. Así pues, los enviados de Human Rights Watch les estaban muy agradecidos, y eran psicológicamente dependientes de sus anfitriones. Todo la gente con quien se reunieron reforzó el mensaje del régimen de que la vida era buena y cada vez mejor. "En algún lugar a lo largo del camino", dice Mohammed, "una verdad fundamental parece olvidarse: que estos dictadores no cambian de un día para otro".

Y muchos de los comentarios vox populi sobre el Oriente Medio proceden de esta logística humanitaria y de una infantil ideología izquierdista. Israel es la única historia en la región que los periodistas pueden cubrir todos los días. Pero en lugar de dejar de pretender ser omniscientes y admitir sus limitaciones, en lugar de demostrar sentimientos humanos básicos y pensar en los millones de silenciados, los periodistas pretenden que Israel es la única historia en la región y de paso la fuente de todos sus males. El efecto es antisemita, porque una vez más el judío es representado como una figura sobrenatural con un poder diabólico para crear sufrimiento a una escala épica. Esta visión estrecha y llena de prejuicios del Oriente Medio, tal como nos lo han presentado, estalló en pedazos con los primeros cócteles molotov de los revolucionarios árabes. Suceda lo que suceda posteriormente, su derrota será la derrota de todos.

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