Wednesday, August 24, 2011

Judíos en un susurro - Roger Cohen - NYT



En su novela "Deception", de Philip Roth, el protagonista estadounidenses dice a su amante británica: "En Inglaterra, cada vez que estoy en un lugar público, un restaurante, una fiesta, el teatro, y alguien menciona de pasada la palabra judío, me doy cuenta de que el tono de su voz en ese momento siempre baja un poco".

Ella lo desafió con esta observación, provocando al americano, un escritor de mediana edad, "así es como ustedes pronuncian judío. Judíos incluidos".

Esto incitó mis recuerdos: estando con mi madre en un restaurante italiano en el exclusivo barrio londinense St. John’s Wood, alrededor de 1970 y preguntarle por qué, después de que ella me hubiera señalado a una familia en la esquina opuesta, y decirme que eran judíos, su voz parecía un susurro al decir "judíos".

"No estoy susurrando", me contestó mi mamá y se puso a cortar sus espagueti para que encajaran perfectamente en su tenedor.

Pero ella tenía esa formar de hablar subliminal, torpe, medio apologética de muchos judíos ingleses. Mis padres eran inmigrantes de África del Sur. Su prioridad era la asimilación. Ellos no estaban dispuestos a cambiar su nombre, pero tampoco iban a hacer zozobrar la barca de la asimilación. Nunca pensé mucho acerca de por qué me fui del país que me adoptó y me convertí en un norteamericano. Las cosas suceden, una cosa en la vida te lleva a la otra. Pero entonces, hace un año, volví.

Yo estaba en casa de mi hermana y un inquilino de ella, al ver que tenía un BlackBerry, me dijo, "Oh, tienes una JewBerry". "¿Ehh?", le contesté. "Sí, una JewBerry". Le pregunté entonces qué quería decir. "Bueno", se encogió de hombros, "BBM - BlackBerry Messenger -" Todavía no lo entendía. "Sabes, es gratis" (¿alusión también a que el BBM es un canal de mensajes particular y diferente del resto?).

Cierto.

Nada de esta malicia me llevó tan lejos como podía ver. Eran sólo los restos de la marea del viejo antisemitismo. El afable e insidioso antisemitismo inglés lleno de estereotipos y desaires, como el juicio de alguna gente en el Athenaeum sobre la promoción de un judío a la Cámara de los Lores: "Bueno, esta gente es muy inteligente". O, como Jonathan Margolis señaló en The Guardian, cuando el borrachuzo del lugar comentó lo mucho que le gustaba la familia judía que se acaba de mudar a la aldea, antes de añadir: "Por supuesto, todo el mundo los odia".

Por supuesto.

La identidad judía es un sujeto complejo y de búsqueda. En Estados Unidos, porque he criticado a Israel particularmente por su auto-derrota al expandir los asentamientos en Cisjordania, los autodenominados "judíos verdaderos" decían que no era suficientemente judío, e incluso algunos me sugirieron "¡Apúntate al Club del auto-odio judio!" [N.P.: no puedo por menos comentar que hay otros autoproclamados "judíos verdaderos" a los que comenta Cohen, son aquellos que se definen así mismos por negar a Israel por "haber traicionado la tradición judía de justicia y al judaísmo". Son aquellos profetas progresistas mayoritariamente no religiosos que solo aceptan de Israel la perfección absoluta, hecho que no exigen a nadie más, por supuesto].

En Gran Bretaña, por contra, me siento exasperado por ese caminar en silencio, ahogado, a la hora de ser un judío. Es necesario recopilar un poco de orgullo, que una voz interior te diga, "¡dílo! (que eres judío)".

Pero es complicado. Gran Bretaña, con sus casi 300.000 judíos y sus más de dos millones de musulmanes, está atrapada en corrientes más amplias - el conflicto entre israelíes y palestinos y el Islam político -. Tradicionalmente, el antisemitismo en Inglaterra ha sido más popular entre la clase dirigente británica que entre de la clase obrera, mientras que el sentimiento anti-musulmán es más habitual entre la clase trabajadora que entre la clase dirigente.

Ahora, un feroz antisionismo procedente de la izquierda - de esa que promueve llamamientos al boicot académico de Israel - se ha unido a la mezcla, al igual que el antisemitismo de algunos musulmanes. Mientras tanto, la islamofobia se ha avivado por la fabricación por parte de la derecha del fantasma de "Eurabia" - la fantasía de una toma de poder por parte de los musulmanes aprovechando su demografía -, el cual propulsó a un Anders Breivik para su matanza en Noruega, y alimenta a la extrema derecha de Europa y a la América intolerante.

¿Dónde hallar entonces a un judío en Gran Bretaña que quiera hablar de pie? No entre esos miembros de la Knesset que se han reunido en Israel con derechistas europeos como el belga Filip Dewinter, en la creencia grotesca de que son aliados de Israel porque odian a los musulmanes. No en los gustos de la escritora judía Melanie Phillips, cuyo libro "Londonistán" es una referencia para los islamófobos. Ni tampoco en aquellos que haciendo caso omiso de los siniestros ecos históricos, proponen aislar a los académicos israelíes y abrazan un antisionismo que coquetea con el antisemitismo.

Tal vez un buen punto de partida es un paralelo me señaló Maleiha Malik, un profesor de derecho en el Kings College de Londres. Hace un siglo, durante el asedio de Sidney Street de 1911, fueron los judíos de East End de Londres quienes fueron tachados de bolcheviques y se hablaba de ellos como de "extremistas extranjeros". Winston Churchill, nada menos, argumentó en 1920 que los judíos formaban parte de una "conspiración mundial para el derrocamiento de la civilización y la reconstitución de una sociedad sobre la base de la detención del desarrollo".

La lección parece evidente: los judíos, con su historia, no pueden convertirse en opresores sistemáticos de otro pueblo. Deben ser vociferantes en su insistencia de que la colonización permanente de los palestinos en Cisjordania incrementará el aislamiento de Israel y, finalmente, su vulnerabilidad.

Esa - y no avivar la islamofobia - es la tarea de los judíos de la diáspora. Y hablando de Gran Bretaña, también supone hacer frente a esa persistente devaluación de la existencia del antisemitismo. Cuando el héroe de Roth regresara a Nueva York, descubriría que ha perdido algo. Su amante, ya lejana, le preguntaría el qué.

"A los judíos".

"Tenemos algunos de ellos en Inglaterra, ya sabes".

"Estoy hablando de judíos con agallas, estoy hablando de judíos con apetito, sin vergüenza".

Yo también los echo de menos.

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