Saturday, September 24, 2011

¿Cómo una falsificación nos enseña por qué muchos aún no reconocen al antisemitismo cuando lo tienen ante sus ojos? - Barry Rubin



Bertram Wolfe, experto en el comunismo y en la URSS, y que murió en 1977, escribió un libro poco conocido en 1965 titulado “Comunistas extraños que he conocido”, con perfiles personales y fascinantes anécdotas de sus experiencias.

En "El extraño caso del Diario de Litvinov", Wolfe relata un maravilloso pequeño misterio académico. Poco después de la muerte del ex ministro de Asuntos Exteriores soviético Maxim Litvinov, en 1951, un manuscrito que pretendía ser su diario secreto salió a la luz. Una prestigiosa editorial británica requirió al profesor E.H. Carr, el célebre historiador, para examinar su autenticidad. Carr lo respaldó firmemente como auténtico, ofreciéndose incluso a escribir el prólogo acerca de su importancia histórica.

Un conocido editor estadounidense encomendó a Bertram Wolfe la misma tarea. Wolfe encontró decenas de errores que demostraban que el manuscrito era una obvia falsificación. Por otra parte, por comparación con lo que había escrito con anterioridad el ex diplomático soviético que había facilitado el misterioso manuscrito, Wolfe incluso descubrió que ese hombre era el falsificador.

Pero lo que me interesa (y a la mayoría) es la razón principal por la que Wolfe dedujo que el manuscrito era falso:
"Las primeras páginas... comienzan con la primera de una serie de visitas de un rabino... que visita a Litvinov como judío para quejarse de que las autoridades soviéticas habían saqueado dos sinagogas y detenido el rabino de Kiev... Litvinov se compromete a intervenir, aunque se sabe que Stalin no quiere que se interfiera en cuestiones relativas a la religión judía".
De hecho, el "diario" contaba que cuando Litvinov había tratado de ayudar a los presos judíos, Stalin le amenazó con enjuiciarlo ante el Alto Comité de Partido Comunista. Pero Litvinov, supuestamente, escribió: "Yo no podía dejar de sonreír ante la amenaza, porque quien encabezaba la comisión Soltz era el hijo del rabino de Vilna".

[Por cierto, eso no era cierto. Aunque Wolfe no lo menciona, el padre de Aaron Aleksandrovich Soltz no era rabino, sino un rico comerciante. En realidad, Soltz y Litvinov también comparten el mismo trasfondo social y cultural que otros judíos izquierdistas. Ver la Posdata 1º].

Wolfe se quedó atónito. Él lo explica así: "Así pues, el pasaje inicial presentaba a Litvinov como a un judío leal, dispuesto a defender a todos y cada uno de los judíos contra su gobierno y su partido". Las mismas características absurdas y falsas se atribuyen al jefe de la comisión, Soltz, un "fanático" comunista.

Sin embargo, como escribe Wolfe, "Litvinov y Soltz habían rechazado su herencia judía en su juventud. Su propio origen judío tendía a volverles más hostiles, y no menos, contra los judíos religiosos y los no comunistas. Sin embargo, Litvinov, Soltz y otros dirigentes comunistas soviéticos de origen judío de la época eran retratados en el diario como pro-judíos, e incluso como pro-sionistas”.

Los funcionarios comunistas de origen judío de la URSS enviaron a miles de judíos a la ejecución o a campos de trabajo esclavista, cerraron sinagogas, prohibieron la enseñanza del hebreo y el yiddish, e hicieron todo lo posible para eliminar a los judíos como comunidad y al judaísmo como religión.

De hecho, durante los últimos cien años, aparte de los fascistas, nadie ha perseguido tanto a los judíos y a sus aspiraciones como pueblo - ya sea para practicar su religión, para mantener sus propias organizaciones comunales o para construir su propia patria - como los izquierdistas de origen judío.

Wolfe concluye, refiriéndose a la redacción del “diario”: "Me di cuenta de que se trataba de algo que frecuentemente ha pretendido ser una 'supuesta revelación': “la conspiración judía internacional, el mito de la solidaridad judía que está por encima de todas las diferencias políticas y de otra índole".

Wolfe se lo advirtió a la editorial británica, pero ésta no le hizo caso y lo publicó, mientras que la editorial estadounidense rechazó el manuscrito.

Carr fue un gran académico y no era antisemita. Sin embargo, él no tenía la capacidad de visión de Wolfe, algo a lo que Wolfe era más sensible al ser el mismo judío, además de haber sido un ex comunista que había tenido mucho en común con Litvinov y Soltz. En contraste, el erudito británico y su editor no comprendieron el mensaje antisemita del libro, al no ver cómo las afirmaciones sobre los judíos resultaban ser una falsificación, o bien eso no les importó.

La situación actual es la siguiente: a pesar de décadas de documentación y de explicaciones sobre el antisemitismo, una gran parte de la intelligentsia occidental no lo entiende. Para ellos, los judíos, al menos aquellos que ni son intelectuales casi totalmente asimilados, ni esos otros indiferentes y/o hostiles a sus orígenes, son realmente incomprensibles. Desde luego, ellos detectan el antisemitismo tradicional, es decir, los estereotipos sobre los judíos de la Edad Media cristiana y de los nazis, pero en cambio son ciegos a sus permutaciones.

En otras palabras, no reconocen al antisemitismo cuando lo ven - e inclusive cuando se práctica -, a menos que se presente bajo las formas históricas más crueles que además reconocen mejor cuando las practican los extremistas de derechas. Lo que no comprenden son los temas. Si dos académicos norteamericanos hablan de una omnipresente influencia judía en los entresijos del poder y utilizan fuentes ridículas, al mismo tiempo pueden proclamar su inocencia con respecto a posibles acusaciones de antisemitismo. Si un ex presidente utiliza temas con un sabor tradicionalmente antisemita, pero sólo cambia el objetivo, de "judíos a israelíes", al igual que otros utilizan la palabra "sionista" en lugar de "judío", se declaran sorprendidos o desconcertados cuando alguien les reprueba por su utilización de todos esos viejos estereotipos.

Con respecto al estilo de Carr, éste se manifiesta de dos maneras. El más obvio es la simple sustitución de la palabra "Israel" o "sionista" por “judíos”, lo que no representa solamente que está siendo crítico con Israel, sino que lo hace de una manera que refleja de alguna forma las viejas categorías del antisemitismo: la búsqueda del dominio del mundo; su enorme poder detrás de la bambolinas de los gobiernos en ciertos países, que así obran en contra de sus propios intereses nacionales; su dominio de los medios de comunicación; su maldad que reside en su naturaleza o en sus malas intenciones; el asesinato de niños para robarles sus órganos (en lugar de la sangre, el motivo tradicional durante la Edad Media); su supuesto odio a los no judíos, cuyas vidas consideran muy baratas; y así sucesivamente y sucesivamente...

En segundo lugar, más allá de todos estos detalles, se considera que los judíos (o israelíes o sionistas) llevan a cabo una extraña forma de vida en la que las reglas habituales no se aplican. Simplemente, ellos no necesitan (ni utilizan) el mismo nivel de evidencias, el mismo estándar sobre lo que está bien o mal, el mismo nivel de equilibrio cuando se trata de ese grupo o pueblo.

Estos son los tipos de transferencias que vemos aún en acontecimientos contemporáneos, como la difusión de las historias sobre el robo de órganos, las teorías de la conspiración de Walt-Mearsheimer o las obras completas de Jimmy Carter, el informe Goldstone, etcétera... No tratan ni examinan a Israel, o a los sionistas o a los judíos, como realmente son, sino tal como existen en la imaginación de quienes realizan dichas representaciones.

Por supuesto, actualmente somos conscientes, hiperconscientes de hecho, de cómo esos prejuicios se han aplicado a otros grupos, algo que está a punto de ser prohibido en la actualidad. Pero los judíos, en gran parte, son un pueblo o grupo minoritario dentro del mundo occidental que reverencia al "Otro", y al que no se le aplican las categorias de lo políticamente correcto y de lo multicultural.

¿Pero acaso no tenemos ya bastante con ese pueblo judío? ¿Y qué hay de Goldstone y de esos otros judíos que difaman a Israel, y de la gran mayoría de los judíos del mundo que apoyan a Israel? Simple, volver atrás y leer lo que escribió Wolfe.

A las pocas horas de haber escrito este artículo, el periodista británico Gordon Thomas redactó su opinión sobre el supuesto asesinato de un líder terrorista de Hamas en Dubai por parte de Israel, y sostenía que se podía confiar en que los judíos de cualquier parte del mundo podrían haber participado en un asesinato de este tipo:
"... el papel de la [colaboradores] es un ejemplo notable de la cohesión de la comunidad judía a nivel mundial. En términos prácticos, un 'sayan' que dirige una agencia de alquiler de coches proporcionará a un 'kidon' un vehículo sobre la base de no hacer preguntas. Otro 'sayan', un agente inmobiliario esta vez, proporcionará un piso para la vigilancia. Un 'sayan' director de banco, proporcionará los fondos a cualquier hora del día o de la noche, y un 'sayan' médico le dará asistencia médica".
En otras palabras, todos los judíos son potenciales colaboradores en el asesinato de personas cada vez que Israel se lo solicita. Wuaaauw. Y yo no apostaría a que una sola persona dentro de los círculos intelectuales del Reino Unido pueda entender que esa suposición sea algo objetable. (Por cierto, ¿cuántos judíos alquilan coches y son agentes inmobiliarios en Dubai?).

Gordon Thomas sigue siendo considerado como un experto creíble sobre el tema (Israel y Mossad), a pesar de que anteriormente publicó que el Mossad había matado a la Princesa Diana y al magnate de la prensa Robert Maxwell. Tal es la experiencia existente en el mundo de hoy. Una omnipotente organización clandestina judía que opera detrás del telón matando a todos aquellos que no le gustan. !! Ahora, por fin, hay una temática antisemita respetable !!

De hecho, ideas similares aparecen en la Carta de Hamas:
"Con el dinero que han obtenido del control de los medios del mundo: las agencias de noticias, la prensa, editoriales, servicios de radiodifusión, etcétera. Con ese dinero han desencadenado revoluciones en varios países alrededor del mundo para servir a sus intereses y cosechar ganancias. Están detrás de la Revolución Francesa y de la Revolución Comunista... Con ese dinero han formado organizaciones secretas en todo el mundo..."

Posdata 1: Dos de los retratos de personalidades de Wolfe son Angélica Balabanoff, la primera secretaria de la Internacional Comunista, y Rosa Luxemburgo, esa enemiga virulenta del nacionalismo que lideró una revuelta comunista en Alemania y fue asesinada tras su fracaso. Esto es lo que escribe de Balabanoff:
"Su madre estaba decidida a convertirla en una dama. Aprendió varios idiomas y tuvo varias institutrices, pero en ningún caso tuvo algún tipo de formación religiosa o cultural judía". Acerca de Luxemburgo, Wolf señala: "había roto el círculo de la cultura del ghetto y de la religión... Ese fondo posibilitó que la joven accediera fácilmente al internacionalismo [Comunista]".

Precisamente, he contemplado ese mismo patrón en el trasfondo de un Karl Radek, otro dirigente comunista soviético, y en muchos otros de épocas más recientes. Después de haber prescindido de todo lo judío que existía en sus propias vidas, ellos han contemplado al "hecho judío" como un obstáculo reaccionario. Para ellos el destino de los judíos es desaparecer por completo o, como máximo, tener como misión propiciar desinteresadamente la revolución, sin ningún interés legítimo en su propia comunidad.

Como Wolfe ha comprendido, tanto su ideología como su afán egoísta de autopromocionar (y no de "auto-odio", un mito aún importante) sus intereses, han promovido que "su propio origen judío les haya vuelto cada más hostiles, y no menos, a los judíos religiosos y a los no comunistas [cuyo equivalente contemporáneo sería los propios israelíes o los medios judíos pro-Israel]".
Posdata 2: Los que entienden la historia judía podrían comprender que resulta divertido para mí mencionar otro "regalo" que he encontrado en Wolfe. Al referirse a los dirigentes soviéticos de origen judío, el manuscrito (el "diario") los llama por sus patronímicos (el nombre del padre). Por ejemplo, el nombre original de Trotsky era Lev Davidovich Bronstein, lo que significaba que su padre se llamaba David Bronstein. De acuerdo con el uso judío, se le llamaría: Lev, o bien Lev Davidovich, o Lev Davidovich Bronstein, o Bronstein. Pero en el manuscrito se le llama Davidovich. Litvinov nunca cometería un error tan ridículo.

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