Tuesday, January 24, 2012

Problemas de género - Yehudah Mirsky – Jewish Ideas Daily



De repente, y al parecer, la segregación de género está presente en todas partes de Israel: en los autobuses, en el ejército, en Jerusalén, en las aceras, en los patios de las escuelas de Beit Shemesh y, sobre todo, en las primeras páginas de los diarios. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué esta sucediendo todo esto ahora mismo?

Vamos a comenzar con la segunda pregunta. "Esto", es decir, los esfuerzos de algunos sectores de la Ortodoxia de Israel por establecer unas condiciones donde la presencia pública de las mujeres sea muy diferente a la existente en el mayoritario ámbito secular, es una tendencia que se ha prolongado durante años. De hecho, la mejor pregunta es, ¿por qué ha tardado tanto tiempo la corriente principal de Israel (si aún existe tal cosa) en tomar nota de esos hechos?

Hay varias tendencias detrás de estos problemas, pero podemos hacer una afirmación general: El centro ya no se sostiene, y una de las más volátiles costuras del tejido social es la de género.

Empecemos con los autobuses. A finales de 1990, a petición de algunos haredim, el Ministerio de Transporte creó unas líneas de autobuses que servían en las ciudades y barrios ultra-ortodoxos, y en el que las mujeres que entraban se sentaban en la parte trasera, oficialmente esa era una decisión "voluntaria". A estas líneas se las llamó "Mehadrin" o "embellecidas", el término talmúdico que designa aquellas prácticas religiosas que combinan una piedad especial con un toque estético. Se las consideró legalmente admisibles porque la ley israelí permite cierta discriminación cuando resulta necesario facilitar el acceso de todos a los servicios públicos y no daña el bien común.

Todas las cuestiones fundamentales - ¿realmente eran necesarias esas líneas de autobuses? ¿el bien común?) - quedaron abiertas.

Las líneas de autobuses han crecido hasta un número cercano a las 50 líneas. Su mayor problema era y es la violencia, a veces verbal y física, que regularmente se impone a las mujeres religiosas y laicas que, por cualquier razón, toman estos autobuses y se sientan en la parte delantera. En 2007 una de las víctimas fue Naomi Ragen, una muy conocida novelista ortodoxa que no casualmente nació en los Estados Unidos. Ella llegó hasta los tribunales siendo representada por el Movimiento por la Reforma y el Pluralismo Religioso. Siguiendo las órdenes de la Corte Suprema de Israel que emitió un informe formal, el Ministerio de Transporte concluyó en octubre de 2009 que los autobuses segregados eran ilegales. Posteriormente el Ministro de Transporte trató de distanciarse del informe y durante meses solicitó más tiempo para actuar. Finalmente, la Corte Suprema dictaminó que las líneas segregadas podrían continuar sobre una base totalmente voluntaria, con una clara señalización en ese sentido. Las líneas todavía funcionan, a veces por la fuerza.

Hablemos a continuación de Beit Shemesh. Situada cerca de las ciudades santas de la ultra-ortodoxia, Jerusalén y Bnei Brak, esta ciudad ha atraído a un creciente número de haredim israelíes. Allí se han unido a un sector tradicionalista pero religiosamente moderado de Mizrahim, los cuales llegaron cuando aún era una pobre ciudad en desarrollo, y a ortodoxos modernos americanos, que comenzaron a llegar en la década de 1980. Muchos de los recién llegados son haredim de Mea Shearim, en Jerusalén, el venerable y verdadero núcleo de la ideología haredi, cuna además del fanatismo y de la violencia ocasional ultra-ortodoxa. Las ciudades ultra-ortodoxas han crecido en Israel desde mediados de la década de 1990. Sin embargo, en Beit Shemesh el espacio urbano ultra-ortodoxo linda con poblaciones disidentes de sionistas religiosos y de haredim americanos que están cambiando la ultra-ortodoxia israelí, ambos un anatema para los fanáticos.

El fanatismo religioso tiene una larga historia en Israel. En los años 1920 y 1930, se destrozó nada menos que la efigie del Rav Abraham Isaac Kook, se le denunció como misionero cristiano y se le roció con baldes de agua cuando paseaba por las calles. La violencia retórica es un elemento básico del discurso haredi, de hecho, se ha convertido en una forma de arte. Sin embargo, la creciente violencia contra las mujeres sin duda refleja una sincera convicción (por no hablar de la necesidad de la existencia de enemigos y de la creciente presencia de jóvenes haredim aburridos y no aptos para la vida de yeshiva), todo lo cual nos habla de un aumento de las tensiones internas.

Los haredim de Israel están creciendo demográficamente (algunos predicen que conformarán la mayoría en la década 2030) y ya no son solamente un enclave. A pesar de ser tradicionalistas, han interiorizado las aspiraciones modernas de rehacer la sociedad y las estrategias de movilización ideológica. Lejos de ser monolíticos, tienen su propio kulturkampfen (combate cultural) interno. Los cantantes haredi actúan ante un público mixto. Hay haredim que sirven en unidades militares y con frecuencia se enfrentan al ostracismo dentro de su comunidad. Las mujeres haredi han hecho extraordinarios avances educativos y laborales. La respuesta por parte de algunos ante esto ha sido enviarlas, literalmente, a la parte trasera del autobús, y empujarlas por otra lado fuera de la vista pública.

El Ministerio de Salud controlado por los haredi ha llegado a prohibir la aparición de algunas mujeres en ciertas ceremonias donde precisamente se las iba a honrar. Mujeres miembros de la junta de la comunidad se han visto obligadas a sentarse detrás de las mehitzot (particiones) en las reuniones. Ha habido intentos de imponer horarios diferentes para hombres y mujeres en las oficinas del gobierno. Se elevó una petición a la Corte Supremna para conseguir que los carteles de las candidatas a las campañas electorales aparecieran en los autobuses de Jerusalén. Egged - la empresa de autobuses - y su empresa de publicidad, fueron demandadas la semana pasada por el oneroso depósito de seguridad que solicitaban a cambio, como garantía contra el probable vandalismo que se desataría la aparición del rostro de las candidatas en la publicidad de los autobuses. Otras demandas (incluyendo una co-presentada por este autor) han desafiado las aceras separadas para hombres y mujeres. En las conversaciones y en las web haredi, muchos haredim se oponen a la segregación forzosa y a la violencia que la acompaña. Pero casi no tienen voz colectiva y no tiene el apoyo de los líderes haredi.

Los furores recientes sobre el canto de las mujeres en el Ejército vienen de una dirección diferente, menos evidente. Un número creciente de soldados y oficiales del IDF son los llamados "Hardalim" (Haredi Dati Leumi). A diferencia de los haredim, participan en las fuerzas armadas y están a favor de la idea de un Estado judío, pero rechazan su integración en la cultura occidental. Uno de los elementos de su programa es el pudor sexual, o tsniut, cuyo objetivo es la separación entre hombres y mujeres y la represión de la expresión pública de la sexualidad, pero también se utiliza como delimitador de la identidad nacional y como medio de canalizar cierto romanticismo en lo referente a lo sagrado.

Ambos, los haredim y la contracultura hardalim, tratan de mantener la crucial brecha (para ellos) de la división por género mientras se disuelven las fronteras dentro de la sociedad israelí entre lo religioso público y privado y entre lo religioso y lo mundano. De hecho, la sociedad israelí que los rodea ha sido un factor clave, aunque silente.

En primer lugar, los haredim y hardalim buscan una ideología y una identidad distinta de la sociedad circundante, y en la diferencia de género han encontrado una poderosa fuente de diferenciación. En segundo lugar, sus excesos también forman parte de una reacción ante la sexualidad más bien irresponsable del Israel secular, cuyas normas socio-culturales son más europeas que americanas. En tercer lugar, los políticos laicos y seculares de Israel, en líneas generales y hasta hace bien poco, se han mostrado estruendosamente indiferentes ante los casos de separación por genero en el sector haredí. Las batallas que hasta ahora se han librado contra esta separación por género, y que han tenido como escenario preferente los tribunales y otros lugares, las emprendieron grupos formados básicamente por feministas, judíos de la Reforma y sionistas religiosos moderados. Mientras tanto, estos grupos se han encontrado con la incomprensión de los periodistas, de los políticos y del resto de élites seculares que han contemplado las líneas de autobuses mehadrin como un mero botín político, además de, desde el primer ministro para abajo, enterrar sus cabezas en la arena por el bien de las políticas de coalición.

La secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, cambió todo esto cuando habló de esta situación ante la Brookings Institution. Fue entonces cuando el presidente del Gobierno y la clase política secular entendieron que tenían un grave problema. Sin embargo, no pueden entender que se trata de algo más que un problema de relaciones públicas. Aquí está en juego la constitución del espacio público israelí y de la sociedad civil.

En las primeras décadas de Israel, para bien o para mal, el partido laborista Mapai, el órgano principal del establishment sionista, constituía el cuerpo gobernante del estado y el centro simbólico y cívico-religioso de la sociedad. El Mapai, con todos sus defectos, ofreció una ética de gobierno y una interpretación plausible de la historia y de la identidad judía. Con el comienzo de su eclipse político en la década de 1970, y con su posterior colapso social y cultural en las décadas siguientes, se desencadenó una fragmentación cada vez mayor de la izquierda secular dentro de la sociedad israelí. Una víctima de ello ha sido la idea de un espacio público, cívico, abierto y compartido por igual por todos. Los principales partidos políticos laicos actuales cada vez reivindican menos la representación de la opinión pública mayoritaria y su influencia disminuye manifiestamente. La creación de ciudades totalmente haredi, en gran parte en los territorios, ha erosionado aún más la idea de un espacio cívico neutral.

En este sentido, la protesta pública galvanizada por las noticias acerca de la violencia sufrida por la pequeña Naama Margolese a manos de unos matones ultra-ortodoxos, parece formar parte de la misma dinámica de las protestas económicas del verano pasado. En ambos casos, muchas personas, sobre todo dentro de la clase media de la sociedad israelí, gente que podría optar por vivir en otro lugar, pero que sirve en el ejército, paga sus impuestos y todavía sienten el sionismo en sus huesos, ha comenzado a demostrar que siente que el bien común se ha vendido en pedazos y lo quiere de vuelta.

Los americanos pueden sorprenderse de que tengamos que debatir si las mujeres deben sentarse en la parte trasera de ciertos autobuses. Pero en Israel, este debate no deseado, todavía puede representar una buena cosa. Los defensores de la sociedad civil israelí, religiosos y laicos, deben demostrar que pueden articular su defensa de esa sociedad civil basándose en los principios de sus valores fundamentales y en su concepción de la esfera pública.

En este nuevo mundo en red, tan desmoralizador e inútil resulta seguir pasivamente las modas y gustos que dicta un MacWorld, como intentar retornar a un imaginario e idílico shtetl haredi, que además, tal como lo intentan recrear, nunca existió. Enfrentados a una avalancha de email, imágenes, videos, actualizaciones y tweets, todo lo que puede dar un nuevo formato no sólo a nuestras comunicaciones sino también a nuestros mundos interiores, nosotros – y no sólo los haredim o hardalim - debemos renovar ese indispensable valor judío del tsniut (modestia). Él nos enseña que debemos contener algo de nuestra propia presencia, pero no borrar la de los demás, sino permitirla, a la de él y a la de ella, crecer y florecer.

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