Saturday, May 19, 2012

Una historia diferente de desplazamiento y de pérdida. La expulsión de los judíos de los países árabes – Matti Friedman- Times of Israel



El 15 de mayo, mucha gente en el mundo árabe y en otros lugares conmemoran la Nakba o la "Catástrofe", una jornada de duelo por el desplazamiento de árabes palestinos durante la guerra de 1948 con Israel. Este año, como siempre, la conmemoración parece oscurecer al mismo tiempo el colapso de una sociedad árabe diferente que pocos recuerdan.

He pasado una gran cantidad de tiempo durante los últimos cuatro años entrevistando a las personas nacidas y criadas en Alepo, Siria. Algunas de estas personas, la mayoría de los cuales tienen ahora unos ochenta años, son descendientes de familias judías con raíces en Aleppo que se remontan a más de dos milenios, a la época romana. Ninguno de ellos vive allí ahora.

El 30 de noviembre de 1947, un día después de que las Naciones Unidas votaran la partición del Mandato Británico de Palestina en dos estados, uno para los árabes y el otro para los judíos, Alepo entró en erupción. Multitudes de árabes acosaron los barrios judíos, saquearon sus casas e incendiaron las sinagogas. Una de las personas que entrevisté se recordaba huyendo de su casa descalzo, con unos nueve años de edad, momentos antes de que fuera incendiada. Favorecidas por el gobierno sirio, los manifestantes quemaron cerca de cincuenta tiendas judías, cinco escuelas, dieciocho sinagogas y un número indeterminado de viviendas. Al día siguiente, las familias más ricas de la comunidad judía huyeron, y en los meses siguientes, el resto de familias tuvo que huir a escondidas y en pequeños grupos, la mayoría de ellos dirigiéndose al nuevo Estado de Israel. Ellos, además de perder sus propiedades, se enfrentaban a penas de prisión o tortura si eran capturados. Algunos desaparecieron en el camino. Sin embargo, el riesgo parecía valer la pena: en Damasco, la capital, los manifestantes mataron a 13 judíos, entre ellos ocho niños, en agosto de 1948, y hubo eventos similares en otras ciudades árabes.

En el momento de la votación de la ONU, había cerca de 10.000 judíos residiendo en Aleppo. A mediados de la década de 1950 aún residían unos 2.000 judíos que vivían con temor las represalias de las fuerzas de seguridad y de la mafia local. A comienzos de 1990, no residían más que un puñado, y en la actualidad ya no vive ningún judío en Alepo. Estos hechos se repitieron de una manera más o menos similar por todo el mundo islámico. En total, cerca de unos 850.000 judíos se vieron obligados a abandonar sus hogares.

Si hemos de comprender plenamente el conflicto árabe-israelí, es necesario reconocer la memoria de estas personas y de su éxodo, pero no como un arma política, una táctica negociadora o como una baza en una competición sobre quién sufrió más, sino simplemente como la historia sin la cual es imposible entender a Israel y la forma en que el mundo árabe lo ve.

Todo el mundo conoce que los refugiados palestinos forman parte de la ecuación de un posible acuerdo de paz en el Oriente Medio, y cualquiera que esté interesado en ellos podrá visitar un campo de refugiados palestinos y escuchar las historias, reales y desgarradoras, de su sentimiento de expulsión y pérdida. Entre los judíos expulsados ​​por los árabes, por el contrario, podrá encontrar a pocas personas que se consideren a sí mismos como refugiados o se definan por su desposesión. La mayoría son ciudadanos de Israel.

De las veinte familias que vive en mi edificio de apartamentos, una cifra promedio en Jerusalén, la mitad se encuentra en Israel a causa de la expulsión de los judíos que vivían en países árabes, y en gran medida ese promedio es el existente en Israel en su conjunto. Según el demógrafo israelí Sergio Della Pergola, de la Universidad Hebrea, aunque los matrimonios mixtos en dos o tres generaciones han dificultado las estadísticas, se considera que aproximadamente la mitad de los judíos del Israel actual, unos 6 millones de personas, o bien proviene del mundo musulmán o son descendientes de personas que proceden de allí. Muchos árabes y muchos israelíes consideran a Israel un enclave occidental en el Oriente Medio. Sin embargo estos números no apoyan esta opinión.

Estos judíos procedentes de los países árabes han dado forma a Israel y son una fuerza clave en la vida política del país. También hacen muy diferente a Israel de, por ejemplo, la comunidad judía estadounidense, que tiene mayoritariamente sus raíces en Europa. Esta población representa de un pilar de la derecha israelí, en particular, del partido Likud. Esta población mantiene una visión cautelosa acerca de los vecinos de Israel, una visión que se ha visto reforzada por las acciones de los propios palestinos, y que está enraizada en su propia experiencia histórica y en lo que podría considerarse una comprensión instintiva de las crueles realidades de la región.
El legado de su forzado éxodo de los países árabes, aunque ya dejado atrás, es más difícil de detectar, pero también es importante.

En muchos pueblos y ciudades árabes existe un área o barrio donde solían vivir los judíos. En algunas ciudades como en El Cairo, esta zona todavía se llama Harat al-Yahud, el barrio judío. Cuando fui allí hace varios años, me encontré con personas que me pudieron enseñar la ubicación de una sinagoga abandonada y que conocía de nombre. Un hombre que una vez me mostraba todo Fez, en Marruecos, sabía exactamente donde se situaba el antiguo barrio judío, el Mellah,, aunque ya no había judíos por allí y no los había desde hace muchos años. Hay restos de este tipo de barrios en Alepo, Trípoli, Bagdad y otros lugares. Las personas que viven en o alrededor de las casas de sus antiguos vecinos judíos todavía sabían cual era la profesión de sus propietarios y cómo se fueron. Este extinto mundo judío puede que haya sido olvidado en otros lugares, pero millones de personas en el mundo árabe ven la evidencia de su existencia todos los días.

Como ya he señalado esta historia es casi invisible, y es que como sucede a menudo se odian más las cosas o las personas que nos recuerdan algo que no nos gusta de nosotros mismos, y está es una de las dinámicas ocultas del conflicto árabe-israelí. Así se trata de silenciar esa realidad mediante una narrativa simplista de la Nakba, esa que postula que un implante o invasión de extranjeros desplazó a la comunidad nativa árabe en 1948, y que en suma, los árabes palestinos están pagando el precio del Holocausto europeo. Esta narrativa, principalmente diseñada para atraer la mala conciencia occidental, también elimina convenientemente la incómoda verdad de que la mitad de los judíos de Israel no se vieron forzados a vivir allí por los nazis, sino a causa de los propios árabes.

Israel no es una “entidad” tan extraña al Oriente Medio como muchos de sus vecinos árabes pretenden presentarla, y más de una comunidad indígena fue desplazada en 1948. Si muchos en el mundo árabe insisten, como lo hacen cada Día de la Nakba, que Israel es un invasor occidental que debe ser rechazado, esa afirmación pertenece no sólo al ámbito de la política, sino también al de la psicología: ayudando a reprimir el propio (re)conocimiento de que el país que tratan de presentar como ajeno es también el fantasma vengativo de esos otros vecinos judíos (los dhimmi) que fueron gravemente perjudicados.

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