¿La primavera árabe? No hay nada más práctico que un enemigo multiusos, Israel - George Jonas - National Post

Siria Civil War and the Arab Spring: Let˘s hear it for Israel, the Arab world˘s all-purpose enemy - George Jonas - National Post
¿Y cómo es la primavera árabe? Bueno, hay malas noticias y una buena noticia. La mala noticia es que desde el inicio de este fenómeno, posiblemente el más discutido y el menos entendido en los últimos años, la hostilidad hacia Israel en la región no ha hecho más que aumentar. La buena noticia es que, si bien el apetito a la hora de perjudicar al Estado judío y a sus habitantes ha crecido en el mundo árabe/musulmán desde que la caída de Zine el-Abidine Ben Ali en Túnez la puso en marcha, eso que algunos suponían que representaba la renovación democrática de la región, la capacidad de perjudicar a Israel ha disminuido.
Un aumento en la hostilidad era previsible. El odio contra Israel se mantiene a fuego lento y es el principio organizador del Oriente Medio. De hecho, es el principal combustible para la gobernalidad en esta región, a menudo su único combustible. Algunos regímenes en el poder, ya sean reyes o dictadores, lo que sea, pueden tener pozos de petróleo y playas de arena, pero aparte de odiar a Israel (y posteriormente cuidar de sus familias y tribus) tienen pocas o ninguna idea adicional. Si las tienen, lo más probable es que tengan como base el odio a algún otro grupo étnico-religioso-social, además de Israel.
En el Oriente Medio el propósito nacional de un país consiste en poco más que disponer de una lista con sus enemigos. Un sentimiento de que las cosas "están mal hechas" domina la conciencia de los grupos e individuos. Puesto que es una profecía autocumplida, no requiere necesariamente un fundamento: la forma más sencilla de tener un enemigo es ser uno mismo.
La centralidad del odio a la cultura es notable. La idea cartesiana que prevalece es "odio, luego existo". La búsqueda de autojusticia es abrumadora: cada deseo frustrado se convierte en un ejemplo de negación de la justicia. No es un lugar bonito, pero millones de personas lo llaman hogar.
En muchos sentidos, Israel es una bendición para los individuos que gobiernan la región. Su cultura define "gobernar" como la inoculación de su propia secta o tribu contra todas las demás, incluidas los que forman su propio país. Muchas naciones del Oriente Medio - Irak, Siria, Libia, por nombrar tres - son sólo discontinuas y temporalmente interrumpidas guerras civiles. Son treguas en lugar de países. Canadá puede ser "dos soledades"(alusión a su componente británico y francés), pero no es una frágil tregua entre canadienses franceses y británicos. Irak lo es, entre musulmanes chiíes y suníes.
En ese ambiente, no hay nada más práctico que un enemigo multiusos, fuera de su alcance, pero lo suficientemente cercano como para parecer una amenaza realista, aunque muy lejos de serlo. Los tiranos pueden gobernar azotando suficientemente el sentimiento y el rencor popular contra el Estado judío para así dotar a sus regímenes de un propósito nacional aparente y distraer la atención de la gente de los problemas internos, y luego relajarse y trasladar un poco de dinero a las capitales de Europa.
La clave sin embargo es el fuego lento. Si hierve demasiado el sentimiento anti-israelí puede provocar disturbios contra el gobierno por ser demasiado suave con los sionistas, o bien intentos de algunos locos de atacar Haifa con sus cohetes, cuya represalia a su vez invitará a la venganza y a más odio popular contra Israel, que a su vez se convertirá en un dolor de cabeza para los propios gobernantes e instigadores.
"Sí, bueno, eso le podría pasar a cualquiera", podría argumentar cualquiera, "por lo que no voy a perder el sueño por ello". Pero sin embargo debería perder el sueño, porque es como tirar de un hilo de un pedazo de tela. Las cosas pueden desmoronarse en un instante.
Las tiranías, al estilo egipcio de Hosni Mubarak, o en Libia, al estilo Muamar el Gadafi, a menudo tratan de llegar a un peligroso equilibrio en la cuerda floja, tratando de mantener una frágil paz con Israel contra los instintos bélicos de su población, y tratando de contrarrestar los efectos de los sentimientos que ellos mismos instigaron. Cuando no pudieron mantener ese frágil equilibrio, las fuerzas que ayudaron a conjurar se volvieron contra ellos. Si tienen suerte, mueren en una lluvia de balas en la tribuna de un desfile como Anwar Sadat, y si no, apaleados como una rata acorralada en una alcantarilla a la manera de Gadafi. Es una suerte que Bashar al-Assad ha estado tratando de evitar, que no sería de extrañar.
Assad "ha amenazado con hacer llover misiles sobre Tel Aviv si la OTAN trata de desalojarlo", tal como Michael Koplow expone en el National Interest, pero en realidad el tirano de Siria ha estado haciendo llover misiles (y si no son misiles, obuses y balas) sobre sus propios pueblos y aldeas. No es de extrañar, porque ahí es donde viven sus enemigos, sus enemigos reales, en comparación con sus enemigos míticos. Son sus pares sirios quienes quieren atraparlo en una alcantarilla y ahogarlo, preferiblemente junto con toda su tribu. Israel no tiene interés en colgarlo de un poste de 10 pies, sobre todo mientras las fuerzas armadas de Siria se dedican a combatir a los rebeldes sirios.
No llego a entender demasiado bien cómo, con respecto a esta primavera árabe, siempre nos empeñamos en mirarla a través de ojos occidentales. Vemos unos levantamientos populares contra unas dictaduras que se moverían en la dirección de una democracia al estilo occidental. Si ha pasado aquí, nos decimos, sería lo más probable que allí también sucediera. Pero lo que está sucediendo realmente es que están dirigiendo sus sociedades hacia la dirección opuesta.
La primavera árabe es un intento de devolver la región a sus raíces. No se trata de occidentalizar el Oriente Medio y hacerlo más democrático, se trata de orientalizarlo aún más y hacerlo más islámico. Si los inicios del siglo XX parecían promoter un Oriente Medio tratando de unirse a lo que no podía aspirar, los inicios de este siglo XXI parecen decirnos que Oriente Medio trata de aspirar a lo que no les ha podido unir.
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