Saturday, October 27, 2012

Un vistazo a la psicopatología anti-Israel de la nueva izquierda judía antisionista y pro-palestina



Sarah Schulman, activista palestino - Bruce Bawer - FrontPage

Ha pasado casi un año desde que escribí aquí mismo sobre el inane artículo de opinión de Sarah Schulman en el New York Times sobre el "pinkwashing". Schulman, una veterana activista "queer" (izquierda gay-lesbiana), sostenía en él que Israel utilizaba cínicamente su papel positivo con respecto a los derechos de los homosexuales para poner un rostro humano a su tratamiento brutal de los palestinos, los cuales por otra parte, y según sostenía ella, "no eran tan intolerantes con la homosexualidad como se ha hecho creer". Ahora la Duke University Press publica un libro de Schulman celebrando sus múltiples esfuerzos, y ello en colaboración con un grupo de "queer" palestinos, a la vez que promueven un boicot a Israel dentro del ámbito “queer” diseñado para obligarle a cambiar sus políticas.

Este libro de Sarah Schulman, "Israel / Palestina y el Queer Internacional", pretende ser un relato conmovedor del desarrollo de una campaña en favor de la justicia social. Pero es más eficaz como esclarecedor autorretrato psicológico acerca de la siguiente cuestión: ¿qué tipo de judío/a, mujer o gay/lesbiana (en el caso de Schulman los tres ámbitos) puede terminar conspirando con los enemigos de Israel en colaboración de los amigos de Hamas?

Aquí está la historia. Schulman creció, según ella nos cuenta, "rodeada de sobrevivientes del
Holocausto" que "se gritaban el uno al otro sin motivo y no sabía cómo ser felices". Eran unos padres que menospreciaban y desconfiaban de los gentiles, que odiaban a los homosexuales (se la echó de casa por ser lesbiana) y apoyaban a Israel irreflexivamente. La reacción de Schulman a este legado fue mixta: ella quiere dejar en claro que considera a los gentiles, o al menos los cristianos, unos tontos (utiliza, sin ironía, el término kopf goyishe), y que considera a todos los cristianos europeos y estadounidenses como unos antisemitas. De hecho, ella misma se refiere a sí misma no como americana, sino como una neoyorquina, y no se identifica con Israel y el idioma hebreo, sino con la diáspora y el yiddish. (Ella cita con aprobación el discurso pronunciado por Isaac Bashevis Singer al recibir el Nobel en que señalaba que el yiddish "no tiene palabras para las armas, las municiones, los ejercicios militares y las tácticas de guerra").

Los judíos adultos entre los que transcurrió su infancia fueron víctimas trágicas y miembros de una minoría dispersa, y para ella esta "debería ser la norma”, es decir, “la forma natural de ser judío/a". Los israelíes, en cambio, han optado por "ser dominadores", portar armas y ser soldados, en suma, han elegido concretamente ser "un Estado colonial, con relación a los palestinos, y un proyecto semicolonizador del Occidente cristiano", esa misma gente que causó a los judíos tantos sufrimientos.

"Israel”, insiste, "no representa a los judíos, sólo a algunos judíos". Los (judíos) israelíes “todos sirven en el ejército, y se sientan partícipes de su gobierno, de su policía y de los militares", y con ello suscriban una "ideología de supremacía”. Los judíos de América, por el contrario, “se ven a sí mismos como separados de nuestro estado, como personas diaspóricas". Es por esto que a ella le gusta vivir en Nueva York, donde "puedo ser culturalmente normativa sin dominar a los demás y con el saludable ejercicio de remover cualquier identificación con el ejército, la policía, o pensar que yo puedo aspirar y ganar la presidencia". Resumiendo: "Todavía estoy emocionalmente en la diáspora, y ellos [los israelíes] son emocionalmente nacionalistas".

Esta sensación emocional de "estar en la diáspora" - y una sensación de alienación de su propio país -, estaba en la raíz de las políticas radicales de izquierda que Schulman y otros activistas homosexuales adoptaron en los años 1980 y 90. Su objetivo no era ganar un lugar para los gays en la mesa americana, sino a anatematizar a América mientras se aferraban a la marginalidad. Este sentimiento emocional de "estar en la diáspora" es también la clave que explica por qué Schulman no se identifica con los israelíes, a quien percibe como pistoleros o matones, y por qué percibe a los palestinos, románticamente, como víctimas inocentes y desplazadas. (Que el ejército israelí esté comprometido en prevenir otro posible Holocausto, mientras que muchos palestinos parecen predispuestos a perpetrar otro, parece ser algo completamente inexistente para ella).

No es que este sentido de identificación le resultara fácil: ella necesitaba, así nos lo cuenta, superar una "identificación visceral judía" con Israel, y liberarse a sí misma del "racismo", lo que la llevó como primera inquietud en buscar cómo trabajar con los líderes palestinos.

Schulman hace todo lo posible para lograr que su insana elección suene razonable. Ella dedica más de una página a racionalizar su decisión de marchar junto a los miembros de Hamas en una protesta contra los ataques israelíes en Gaza. “Después de todo”, nos dice, "he marchado en el desfile del orgullo gay con republicanos homosexuales durante décadas". Del mismo modo, y a propósito de la mala opinión de los dirigentes palestinos sobre los gays, reflexiona: "No puede ser peor que la de un productor de cine americano que se niega a producir una obra de teatro lesbiana o un editor americano que se niega a publicar novelas lésbicas”. La ingenuidad y las falsas excusas están aquí por las nubes.

También lo está el autobombo: "rara vez había hecho algo tan audaz aún cuando no estaba segura de lo que estaba haciendo... Me he pasado la vida siendo presa a la vez del miedo y, sin embargo, siguiendo adelante de todos modos". Y tan impresionada está con ella misma como impaciente es con aquellos que no son tan "audaces" siguiendo su ejemplo, como esa pareja de gays que se reunieron en Berlín y estaban "tan preocupados con  los musulmanes y con su escaso deseo de asimilación,  y que tanto se quejaban de las mujeres que usan el velo”. Ella rechaza sus preocupaciones como "basura", diciendo que esa es “la típica conversación que he mantenido un millón de veces con esos cristianos que me quieren asimilar a ellos con algún tipo de supuesto no examinado y que afirman que su propia cultura es neutral y que los musulmanes son una amenaza. Yo estoy amenazada por los cristianos, así que nunca seguiré su camino".

Más de una vez menciona a esas personas que le han preguntado por qué Israel debe ser juzgado con un estándar mucho más alto que el aplicado a la gran mayoría de los países. Ella rechaza esa premisa: "Israel no está siendo juzgado con un estándar más alto. De hecho, tanto Israel como Estados Unidos han sido juzgados constantemente con un estándar inferior". En su visión del mundo, los EEUU e Israel no son faros de la democracia sino "estados bandidos" de primer orden: "Como estadounidense, yo ya tengo una idea del acertijo israelí, y es que he pasado toda mi vida como ciudadana de un país que constantemente viola el derecho internacional, desafía las normas de los derechos humanos, y apoya financieramente a los regímenes opresivos (incluido Israel), mientras que regularmente asesina a civiles en diferentes lugares de la tierra, sin justificación ni razón .... Si hay una persona que debiera tener una comprensión práctica de lo que significa ser israelí sería un estadounidense".

Poco a poco, el lector del libro de Schulman se da cuenta de que, en cierto sentido, los peores delitos contra los derechos humanos que se están cometiendo en este mismo instante por decenas de regímenes horribles en todo el mundo, simplemente no existen para ella, ya que no tienen lugar en su "psicohistoria personal". Hablando acerca de la negación, un amigo israelí le pregunta: "¿Qué pasa con los crímenes de honor (en las sociedades musulmanas)? ¿Y con las mujeres (musulmanas)? ¿Qué pasa con el feminismo?". Ella le responde que "en estos momento, ese no es mi trabajo". Ella es una experta en bloquear todos aquellos aspectos de la realidad que podrían detener su progreso en lo que ella presume que es "su senda progresista".

Y menuda senda progresista la suya. Aquí, por ejemplo, habla de Israel: "Hay algo en los ojos de los jóvenes judíos, en esos militares, policías y gente de seguridad, que me repugna. Me hace sentir miedo, no me siento segura. De hecho, quizás me doy cuenta una vez más que la autoridad judía, la policía judía, los judíos con uniformes, los gobiernos judíos, todas estas cosas me molestan. Realmente prefiero ser una judía americana. Prefiero ser una entre muchos".

Pero no es eso, Sarah, no es acerca de ser un judío/a americano. Se trata del hecho de que usted nunca ha crecido. Se trata de que su vida profesional ha sido un espectáculo infantil de rebelión en nombre del activismo "queer" – una actuación ruidosa, enojosa e inútil que nunca ayudó a nadie y que terminó en el basurero de la historia porque fueron los verdaderos activistas los que realmente ayudaron a lograr esas cosas que ella desprecia, como el derecho de los homosexuales estadounidenses a servir abiertamente militarmente, y con orgullo, a su país. Se trata Sarah de tu terror ante una responsabilidad madura, un terror despertado ante la visión de los jóvenes y valientes miembros del IDF, unos judíos mucho más jóvenes que tú pero que asumen con seriedad mortal la tarea de garantizar la supervivencia de su país ante aquellos que desean aniquilarlo.

La torpeza de Schulman acerca del mundo va más allá de sus paseos por el East Village que le conducen a un involuntario humor ocasional. Por ejemplo, cuando se muestra sorprendida e inquieta al descubrir que los grupos gays israelíes reciben fondos del gobierno - ella considera este hecho comprometedor -. La "Act-Up nunca solicitó financiación al gobierno", se queja. "Esa nunca fue mi forma de pensar". Ella parece no darse cuenta de que lo que está viendo son las políticas progresistas en acción,  esas que ha estado promoviendo durante toda su vida adulta.

Luego están sus diatribas acerca de estar oprimida. Ella ha publicado una docena de libros y pico, tiene el título de Profesora Distinguida en Humanidades de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, y es miembro del Instituto de Nueva York para las Humanidades en la NYU. Sin embargo, todavía cuando una editorial no responde de inmediato a su presentación de un manuscrito, ella se embarca en una perorata acerca de como "he experimentado este tipo de acoso durante toda mi vida adulta en mi trabajo por ser lesbiana y por articular críticas al poder. He sido censurada, introducida en la lista negra, despedida, degradada, marginada y rechazada. Ese es el precio que debemos pagar para solicitar un cambio estructural del poder". Después pasa a  contrastar su terrible situación al "arraigado privilegio" que imagina que disfrutan todos los "cristianos heterosexuales americanos o europeos”.  Y todo por un editor que no se pone en contacto lo suficientemente rápido - una situación que cualquier escritor profesional puede identificar -.

Es asombroso comprobar como alguien puede mostrar tan absoluto desconocimiento de cuánto poder y privilegio disfruta sobre el estadounidense medio, y no parece comprender que con su CV (su único título es el del Empire State College), ella nunca se hubiera convertido en una distinguida profesor en cualquier lugar si no fuera por su “prestigio” dentro de los grupos de activistas pro-minorías.

Posdata: Schulman me menciona en su libro repitiendo la acusación realizada en su artículo en el NYT, y refutada el año pasado, de que el asesino de masas noruego Anders Behring Breivik afirma haber sido influenciado por mis escritos sobre el Islam. Para Schulman, yo soy un ejemplo de lo que ella llama el "homonacionalismo": como ella explica, cuando los gays ganan una amplia aceptación social y derechos legales, algunos de ellos comienzan a identificarse con "la hegemonía racial y religiosa de sus países", y al final hasta "construyen su 'Otro' (contrario)”, y a menudo los musulmanes de origen árabe, de Asia meridional, de origen turco o africanos, adquieren ese papel y son representados como "homófobos" y “fanáticamente heterosexuales", en lugar de identificarse con ellos como “compañeros de minorías”.

Parece evidente que Schulman no puede procesar el obvio y simple hecho de que el Islam es intrínsecamente anti-gay, por no hablar de anti-judío y anti-mujer. Tras la lectura de su libro me quedé pensando que esta mujer ni siquiera ha echado un vistazo nunca a un ejemplar del Corán. No hay evidencia alguna de que ella lo conozca. ¿Y por qué tendría que hacerlo? A fin de cuentas, la pasión de Schulman por su nueva causa no tiene nada que ver con esas realidades más grandes del Islam e Israel. No, al igual que las políticas impotentes y narcisistas de "transformación social radical" que persiguió en lo que con cariño recuerda como "el apogeo de ACT-UP y Queer Nation", su nuevo entusiasmo por el boicot a Israel tiene que ver con satisfacer sus propias y profundas – y preocupantes - necesidades psicológicas. Y estas son malas noticias.

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