Saturday, May 25, 2013

Cría cuervos y te sacarán los ojos







En la década de 1970, como consecuencia de la crisis del petróleo suscitada por los países árabes productores - en gran medida como boicot a Israel -, junto con la necesidad de mercados emergentes para las mercancías europeas, los países europeos decidieron llevar a cabo una política exterior europea conciliadora con los países árabes, dirigida principalmente por Francia, y concebida para incrementar el poder europeo frente a los Estados Unidos. Como contrapartida, la principal consecuencia de esta política fue el incremento de una hostilidad europea hacia Israel y el surgimiento de unas políticas migratorias que trataban de favorecer una inmigración procedente de los países árabes (una parte del acuerdo con la Conferencia Islámica).

Bien es cierto que todo este proceso coincidió con un gran desarrollo económico europeo que comenzó a provocar que, para cubrir los trabajos menos remunerados que ya resultaban poco atractivos para los propios europeos, se necesitara potenciar una inmigración de mano de obra barata que comenzara a sustituir  la anterior mano de obra barata europea (italiana, española, portuguesa...), que ahora volvía a sus países de origen para disfrutar de sus rentas y de los conocimientos adquiridos.

Esas políticas de inmigración se conjuntaron en la década de 1980 y 1990 con el desarrollo de unas políticas progresistas ligadas a la ideología del Multiculturalismo, políticas que propiciaban la no integración y la no asimilación de las poblaciones inmigradas, fomentándose por el contrario políticas de conservación y recreación de su medio ambiente cultural y social en los países huéspedes europeos, hecho que unido a la escasa especialización de esa corriente migratoria - y a sus derivaciones pocas halagüeñas para un mejor futuro laboral - y a las ventajas provenientes de un Estado del Bienestar y de unas políticas de reagrupación familiar que les garantizaban una cómoda subsistencia, todo ello dio lugar a que un considerable sector de estos grupos inmigrados no considerara necesario para su futuro una mayor integración en el país receptor,  viviendo en él con la mentalidad y las costumbres de sus países de origen, cuando no rechazando de manera tajante la forma de vida, costumbres y cultura del país que les hospedaba y permitía su subsistencia.

Y todo ello bajo unas políticas de ingeniería social propiciadas por la izquierda europea, basadas en su anhelo de "penitencia" por su acomodada forma de vida y su definitiva postergación del "objetivo revolucionario". Esa izquierda fomentó objetivos contradictorios, políticas que a la vez que preconizaban de cara a la galería el "ideal del mestizaje" - como el dogma políticamente correcto francés del "vivir juntos" -, fomentaban en realidad políticas comunitarias muy poco integradoras, que propiciaban la persistencia de las diferencias culturales y fomentaban la persistencia de guetos étnicos, religiosos y culturales en suburbios y barrios de las ciudades europeas. De hecho, ese mismo objetivo de "mestizaje cultural" parecía ser más una tarea de los propios naturales (europeos) del país - la aceptación de las regulaciones religiosas y cultura de los inmigrados -,  que de los propios inmigrantes a los países europeos - la aceptación de la cultura democrática de las sociedades europeas -. ¿Acaso es casual el doble rasero de los progresistas europeos ante el rechazo a sus dogmas actuales más fundamentales, tales como la igualdad de género y la libertad sexual? (algo absolutamente reprobable en el caso de los europeos de origen, pero relativizado y contextualizado cuando se trata de las poblaciones inmigradas, sempiternas "víctimas inocentes" del malvado imperialismo cultural occidental - ya deben de saber que el imperialismo musulmán siempre fue progresista -).

Y en eso estamos ahora, con un importante porcentaje de población de origen inmigrado y en gran medida musulmana, de segunda y tercera generación, a la que no se exigió, ni se promovió, su integración, y a la que se ha relegado por eso mismo a un futuro basado en una escasa especialización laboral - y eso cuando disponen de un trabajo -  y a una subsistencia garantizada por el Estado del Bienestar.

Europa dispone ahora de un auténtico problema social que podría agravarse aún más en los próximos años, con unas minorías de origen inmigrante que son ignoradas, cuando no despreciadas, por la población del país, y que a su vez desprecian al país en el que viven, aunque ya formen parte de él aunque no quieran.

¿Quién pondrá el cascabel al gato? ¿Quién exigirá ahora esa integración que la izquierda y los políticos multiculturalistas no consideraron necesaria anteriormente? ¿Quién detendrá la aplicación de unas políticas de inmigración y de ingeniera social que realmente no facilitan ni permiten una auténtica integración en la cultura de las sociedades democráticas europeas? Me temo que la izquierda europea y las corrientes políticas que se dicen progresistas, enamoradas de su supuesta mayor valía moral, necesitan "víctimas" a las que "cuidar y proteger" para así demostrar su más alta virtud moral y poder diferenciarse ideológicamente - no esperan otro tipo de revoluciones sociales y económicas -, y garantizarse de paso posibles futuros electores.

Posibles políticas de cuotas para la población de origen inmigrante en el ámbito laboral y educacional como "solución integradora", y ello sin una exigencia de integración social y cultural verdadera en la sociedad en la que viven, solo podrá provocar una mayor división en las sociedades europeas y el auge de los grupos populistas y xenófobos.

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