Wednesday, July 17, 2013

¿Por qué estamos tan obsesionados con Israel? (Eso no augura nada bueno) - Stephen Marche - Esquire



Jerusalén está en todas partes. No importa donde se encuentre Jerusalén. El poder de la que se entromete Ciudad Santa en los lugares más extraños y más profanos. Recuerdo que una vez me dirigía al Hustler Casino en Los Ángeles, envuelto en el papel que te dan en un In-N-Out Burger, del tipo que te cubre todo el regazo mientras te atiborras y conduces, y al encender la radio tener que escuchar de manos de un predicador cristiano un exhaustivo y profundo análisis local de las últimas políticas de asentamientos de Israel y su relación con el Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Por alguna razón, me hizo pensar en "La Perla", una alegoría religiosa escrita hace siete siglos, cuyo tema también es Jerusalén. El Oriente Medio ha sido siempre un lugar donde muchos anglosajones han proyectado sus diversas fantasías, no importando cuán tenue sea la comprensión de la realidad de esos soñadores. Y, sin embargo, después de Irak y Afganistán, Estados Unidos y Occidente en general parece finalmente desengancharse del Oriente Medio, tanto intelectual como militarmente. Ese bendito momento en donde ya no me importe tanto no podrá llegar lo suficientemente pronto

¿Y es que, de qué en realidad hablamos de más? Los problemas que dieron origen a la obsesión por la región han sido todos o bien resueltos o se han estancado. La independencia energética de EEUU está a nuestro alcance. La esperanza de una floración de un movimiento democrático árabe que conduzca a la estabilidad y la prosperidad se ha vuelto a secar. La participación política y militar estadounidense no parece disminuir el riesgo de terrorismo en el país o en el extranjero. En cuanto a si los Estados Unidos van a ir a la guerra por razones humanitarias, Siria ha expuesto esta cuestión a la prueba definitiva, y la respuesta hasta ahora ha sido un firme no. Israel ha dejado claro que va a hacer frente a un Irán nuclear por si mismo y, francamente, cuando todo está dicho y hecho, Israel probablemente sabrá mejor lo que tiene que hacer, ya que su existencia está en juego. En cuanto a la noción de una solución pacífica al conflicto entre israelíes y palestinos, no hay esperanza, y por lo tanto no hay una razón imperiosa de intervención. Así que… ¿para qué molestarse? ¿Por qué hablar de ello?

Y sin embargo la obsesión continúa… y no sólo para los religiosos. Israel se ha convertido en un símbolo trasladado al reino de la política secular desde el auge de la corrección política desde la década de 1980. Para la izquierda, alejarse de Israel es una forma de trabajar y de manifestarse de una manera muy segura a través de la cuestión del colonialismo en un lugar remoto. La semana del Apartheid israelí es ahora un evento fijo en los campus americanos, a pesar de que cualquier comparación histórica entre Sudáfrica e Israel no pueda sobrevivir al más mínimo escrutinio. El apoyo a Israel a menudo también puede manifestarse de una manera igualmente dudosa: a través de fantasías apocalípticas tomadas del Apocalipsis o del Libro de Mormón, una forma de reacción contra al elitismo liberal, o una manera de estar en el lado de los poderosos.

En resumen, a Israel no le faltan enemigos, y con amigos como esos...

El reciente libro de Peter Beinart, La crisis del sionismo, sostiene que los jóvenes judíos americanos disminuyen su amor por Israel, lo cual puede ser cierto, pero su indiferencia recién descubierta no importa sobre todo de una manera u otra. La opción política que enfrenta a los votantes estadounidenses se sitúa entre un partido que es realmente muy pro-Israel de hecho (los republicanos) y otro que el ser tan pro-Israel le duele (los demócratas). La influencia del lobby israelí en los demócratas y del lobby evangélico en los republicanos es casi total, y no parece poder crecer mucho más ni demuestra señales de disminuir. El debate de política exterior que rodea al Oriente Medio es cada vez más un fantasma político. Aunque traten ustedes de explicárselo al predicador cristiano de la radio.

El nuevo libro de Scott Anderson, Lawrence de Arabia: la guerra, el engaño, la locura imperial y la fabricación del moderno Oriente Medio, nos vuelve dolorosamente evidente cuán profundamente la estructura política del Oriente Medio proviene de fantasías excéntricas. Entre estas podemos incluir la irresponsable autodeificación de Lawrence y el dibujo de las fronteras de Irak por parte de Gertrude Bell: El Oriente Medio ha sido siempre un símbolo andante del juego de la trascendencia.

Ha llegado el momento de alejarse de este juego por completo. Este verano, John Kerry hará lo que los secretarios de Estado norteamericanos han perdido cincuenta años haciendo: tratar de arreglar el conflicto árabe-israelí. Durante la primavera, el pobre hombre ha viajado por separado cuatro veces a Israel, cada vez con una misión especial, una "oportunidad histórica" para lograr la paz.

El presidente Obama, durante su primera campaña, definió esa locura política haciendo la misma cosa una y otra vez y esperando un resultado diferente. La política de Estados Unidos en el Oriente Medio es extremadamente cómica, se tratan del ejercicio de un zombi realizado en nombre de la esperanza en su propio bien.

La obsesión ha ido demasiado lejos. Los periodistas (*1), tradicionalmente, no denuncian los suicidios, aunque sea perfectamente legal hacerlo, porque se conoce el denominado efecto Werther. Si usted habla de los suicidios, más personas se quitarán la vida. La obsesión del mundo con Israel y Palestina ha tenido un efecto similar. Israelíes y palestinos creen que son iconos de algo global, algo más grande que sus propias inquietudes momentáneas limitadas. Su razonamiento es que la paz, cuando llegue, será impuesta por alguna instancia o fuerza  más allá de sus fronteras. Por lo tanto, lo importante es ganar la guerra del simbolismo global. Esa guerra, porque es etérea y fantasmal, nunca podrá ser ganada, y porque no se puede ganar, no tendrá fin.

La sabiduría estándar dentro de los ámbitos de la política exterior sostiene que Israel es la clave, que una vez que el conflicto en que está inmerso se resuelva, todos los demás problemas en el conjunto del mundo musulmán van a mejorar [N.P.: ¿Y por qué no en el planeta? Pero que digo planeta, en el universo…]. Los terroristas ya no tendrán la simbología necesaria para reclutar discípulos. Pero lo único que realmente satisface a los terroristas [N.P.: como etapa necesaria y obligada a metas más amplias] es que Israel deje de existir, e Israel, increíble y torpemente, insiste en seguir existiendo. Por lo tanto, el simbolismo no se puede resolver, sólo su potencia puede ser disminuida. La oportunidad histórica real será el momento en que el secretario de Estado deje de ir a Israel, y todos los demás dejen de hablar de lo que no tiene sentido discutir.



PD. El simbolismo de esta obsesión que se le escapa al autor del artículo es que la razón de ser principal de tantos predicadores y hacedores de paz es el narcisismo, la pretensión de una superioridad moral que aún afirmándose públicamente como antirracista manifiesta amplios prejuicios sobre los “asesorados por su bien” (el beneficio del narcisista, por supuesto, solo será “moral y espiritual”, basta con el reconocimiento público de su superioridad moral, con lo que el círculo inicial de búsqueda de autosatisfacción y reconocimiento se cierra sublimándose).

Así pues, mientras la vertiente económica de los hacedores de paz se mantenga boyante (si no está ligada directamente al propio desempeño narcisista, en una especie de quién fue primero, el huevo o la gallina, por no hablar de poder disfrutar de “víctimas a las que representar” y de la belleza de un país muy atractivo a diferentes niveles), la posibilidad de que se abandone dicha obsesión, o en su defecto, se proceda a un demorado, doloroso y rencoroso reconocimiento de su inutilidad o sin sentido, nunca podrá hacerse efectiva hasta que otra obsesión, otra misión “espiritual y de progreso”, sustituya a su cruel antecesora.

(*1) Una de las razones no dichas de porque la prensa occidental tiene tanto interés en cubrir informativamente Israel: es uno de los lugares más confortables y agradables donde trabajar, y además el país es muy bello. Pudiendo informar y tener a un paso las playas de Tel Aviv, para qué irse a Beijing o Bagdad o cualquier otro lugar.

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