Sunday, July 21, 2013

¿Pueden ser persuadidos los colonos para que abandonen la Ribera Occidental? - Daniel Ben Simon – Al Monitor



Yedidia Stern, un reconocido profesor de derecho de la Universidad de Bar-Ilan y con kipá en su cabeza, recuerda que cuando era niño caminaba por las calles de Tel Aviv al lado de su padre de camino a la sinagoga. Él llevaba una camisa blanca, al igual que su padre, y los dos caminaban solemnemente para dar la bienvenida al shabbat. Todavía recuerda, como si no hubieran pasado los años, lo que se sentía al ser un judío religioso en los primeros años del Estado, es decir, equivalía a vivir al borde de la sociedad. El Estado de Israel, aún joven, celebraba su secularismo y la experiencia israelí, a la vez que contemplaba a la religión y a las kipás que utilizaban los testarudos judíos religiosos como una característica de la vida judía en la diáspora. Durante años, los judíos religiosos fueron considerados como un sector de menor importancia, por detrás siempre del sionismo secular.

"Cuando era niño, yo creía que tenía que ser así, que yo y mis amigos religiosos estábamos destinados a ello", recuerda Stern en su oficina en el Instituto de la Democracia de Israel en Jerusalén, donde trabaja como vicepresidente de investigación. "En esos momentos, pensaba que pertenecía a un sector insignificantemente pequeño, del que no se podía esperar un gran futuro. No teníamos grandes sueños. Considerábamos al sector secular como los señores de la tierra, y eso era el caso especialmente en Tel Aviv, la más secular de las ciudades israelíes".

Entonces un terremoto político-militar sacudió la tierra con tal intensidad, que los futuros colonos pasaron a  convertirse en la punta de lanza de la política nacional de Israel, tanto en el ámbito interno como en el frente internacional. Los 400.000 activistas nacional-religiosos que se establecieron en los territorios ocupados después de 1967, cambiaron la percepción del mundo secular de los judíos religiosos, y más aún, la forma en que ellos mismos se percibían. De repente, se habían aupado política y socialmente al primer plano, y la sociedad israelí estrictamente secular se veía relegada, aunque permaneciendo detrás de ellos. No es ningún secreto que los colonos han sido una prioridad en la agenda de defensa y de política exterior israelí.

"Debo decir que la comunidad nacional-religiosa ha roto desde hace mucho tiempo todas las fronteras sectarias", nos explica Stern. "En la comunidad que pertenezco, sentimos que es nuestro turno en la carrera de relevos del sionismo”.

"Somos muy conscientes de que los seculares fueron los primeros en encender la antorcha del sionismo, y también nos damos cuenta de que el fundador del movimiento sionista, Zeev Herzl, y el primer jefe de gobierno de Israel, David Ben-Gurion, veían a la religión como un producto distintivo de la vida judía en la diáspora. Sin embargo, con el tiempo, el sentimiento ha cambiado, y ahora siento que ese importante testigo en la carrera de relevos se ha transmitido a la comunidad sionista religiosa, sea cual sea su diversidad de tendencias".

Al igual que otros muchos dentro del campo sionista-religioso, Stern cree que el "big bang" se produjo inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días de 1967. Hasta entonces, el campo nacional-religioso no era más que una comunidad espiritual, tratando en general de ocupar su lugar dentro de la sociedad israelí. Sin embargo, esto cambió poco después de terminar esa guerra. Los territorios que quedaron bajo control israelí inspiraron en el público nacional-religioso una irresistible atracción mística por la zona. Muchos de ellos vieron en la victoria de Israel una señal del cielo que anunciaba el regreso a casa, a la patria bíblica legada por nuestros antepasados Abraham, Isaac y Jacob.

"La Guerra de los Seis Días destapó el genio mesiánico de la botella del sionismo religioso", nos comenta Stern. "De repente, los lugares santos que hasta ese momento solamente habían sido imaginados objetos de anhelo, se convirtieron en lugares reales de culto". Al evocar aquellos días, Stern nos comenta cómo sus amigos dejaron todo – incluso hermanos y hermanas - y salieron de sus casas, acudieron en masa a las colinas de Judea y Samaria para asentarse allí. La llegada al poder del fallecido primer ministro Menachem Begin en 1977 fue la señal de partida. Estaba claro por aquel entonces que el sueño de los colonos estaba a punto de hacerse realidad.

En aquellos días de ardiente fervor mesiánico, Stern se encontró en minoría entre sus amigos. Sólo unos pocos se quedaron atrás, mientras una ola creciente de jóvenes religiosos extáticos, impulsados por una embriagadora pasión mística, se apresuraron a instalarse en la "Tierra prometida". Como un niño criado en el ideal de la santidad de la Tierra de Israel, Stern se encontró con un dilema. Tenía que tomar la decisión de qué lado tomar, ahora que la Gran Tierra de Israel estaba bajo control israelí.

"Yo también tengo profundos sentimientos hacia los territorios. Sin embargo, a diferencia de otros, yo no pretendo tener la clave para descifrar la historia", señala Stern. "El sionismo debe garantizar un hogar nacional para el pueblo judío, pero no debe gobernar a otro pueblo. En mi opinión, la solución ideal sería establecer un vínculo espiritual y emocional con Judea y Samaria, y renunciar a la relación política".

Muchos en Israel y en el extranjero creen que los colonos se han convertido en el factor más influyente en el juego político, influyendo en la formulación de la política de Israel con respecto a los palestinos. Todos los gobiernos israelíes desde 1977, con exclusión de la administración de Yitzhak Rabin, se han asociado con la derecha y concedido a los colonos un poder político sin precedentes. Le pregunté a Stern cómo actuarían los colonos, siempre y cuando se les pidiera que evacuaran sus hogares.

"Hay dos tendencias rivales en el campo sionista religioso", me comenta. "Hay quienes tratan de integrarse en la sociedad israelí y ven a Israel como un estado que representa sus creencias y conceptos religiosos. Ellos aceptan el juego democrático y cumplen con sus disposiciones. Por otro lado, están los fanáticos nacional-religiosos, que desean distinguirse del resto de la sociedad. Quieren separarse y vestirse de forma diferente, vivir por sí mismos, por eso optan por hacer su servicio militar en unidades separadas y piden la separación de hombres y mujeres".

"Lamento tener que decirlo, pero la batalla aún continúa y no está del todo claro cuál de los dos sectores en última instancia acabará teniendo la sartén por el mango. Es obvio, sin embargo, que el grupo separatista está estableciendo el tono en un debate que divide a la comunidad sionista religiosa, y esta es la más grave amenaza a la integridad de la sociedad israelí".

Para recalcar sus argumentos sobre esta disputa, Stern utiliza la metáfora de un tren compuesto por varios vagones, que representan a los diferentes grupos y sectores. El tren viaja por dos vías paralelas - la vía judía y la democrática -, mientras que los disparos desde el exterior intentan hacer descarrilar al tren.

¿Cuál es la cuestión en torno a la cual giran las guerras internas dentro de la sociedad israelí? ¿Lo sabes?", me pregunta Stern, y con el mismo aliento me responde. "Esa es realmente la gran cuestión, y se trata de quién va a sentarse en el timón y determinar el destino del Estado de Israel. Creo que nos estamos acercando al momento de la verdad".

¿Está Israel a punto de decidir hacia dónde se dirige? Parece que hoy en día, 46 años después de la Guerra de los Seis Días, los israelíes están dispuestos a tomar una decisión - los territorios ocupados en 1967 deben ser una parte inseparable de la Tierra de Israel o bien deben ser cedidos a los palestinos para que se conviertan en su tierra natal -.

Stern es optimista. Él cree que una decisión democrática, de una manera u otra, no puede y no va a socavar a la sociedad israelí. "Los israelíes tienen una columna vertebral fuerte y sólida", me dice. "Estoy seguro de que hará todo lo posible para salvaguardar lo que han logrado. Pero si no se toma la decisión de abandonar los territorios, podría ser el fin de Israel como una democracia".

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