Saturday, August 17, 2013

El sueño de un solo Estado es, realmente, la pesadilla de un solo Estado - Roger Cohen - New York Times



Vamos a tratar, en la víspera de las primeras conversaciones directas de paz entre israelíes y palestinos en casi tres años, con la idea de un estado. Se cierne por ahí, como un sueño y como una pesadilla, y desde luego es mejor sepultarla.

Primero el sueño: Que de alguna manera después de todas esas guerras, de toda esa acumulación de odio, los israelíes y los palestinos pueden aprender de la noche a la mañana a vivir juntos como ciudadanos iguales en una especie de Estados Unidos de Tierra Santa, en un Estado secular, binacional y democrático, que resuelva sus diferencias y les asegure un futuro unidos y entrelazados.

¡Oh, qué ilusión más seductora y bonita (al menos para algunos)!. Dejemos de lado por un momento los ejemplos regionales de tales tipos de estados multiétnicos - Líbano, Irak y Siria nos vienen a la mente – que no son nada alentadores. Vamos a dejar de lado que tal estado podría tener dificultades para decidir si cada mes de mayo se conmemorara el Día de la Independencia para sus ciudadanos judíos o el día de la catástrofe para sus ciudadanos árabes.

Vamos a dejar de lado si las calles que ahora se llaman Jabotinsky en ese nuevo y seductor país binacional imaginario pasarían a convertirse sin problemas en las calles Arafat, o viceversa, y si habría una avenida Begin o un bulevar Gran Mufti Al-Husseini. Vamos a poner incluso a un lado el hecho de que las dos principales comunidades estarían inmersas en una constante y paralizante pugna, incluso física, haciendo que lo mejor y lo más brillante de cada una de ellas buscara las oportunidades y la cordura en otros lugares.

La cuestión central es la siguiente: Un estado, tal como es concebido, sería igual al fin de Israel como Estado judío, el núcleo de la idea sionista. Y los judíos no querrán, ni podrán, ni deberán permitir que esto suceda. Han aprendido lo peligroso que es vivir sin un lugar de refugio, como perenne minoría, y saben que ya no pueden poner más su fe en la buena voluntad de los demás, ni permitirse que prevalezca una esperanza sensiblera sobre sus amargas experiencias.

Ese ha sido a fin de cuentas el legado imborrable de las persecuciones en la diáspora y del Holocausto. Tras emerger en el siglo XIX desde una existencia detenida en el gueto al Sturm und Drang del mundo moderno, los judíos vieron entonces dos rutas principales para la emancipación: la asimilación y el sionismo.

El primer camino era seductor. En un principio les ofreció avanzar rápidamente, antes de que quedara claro que en ese mismo vertiginoso avance estaba el peligro. Fue una apuesta por la aceptación que los judíos de Europa perdieron con Hitler, y eso que ningún ciudadano era más patriota en la preguerra alemana que los judíos alemanes.

El sionismo, por el contrario, no puso ninguna fe en la buena voluntad de los demás. Buscó, más bien,  la plena realización de los judíos en su propia nación, y por lo tanto, en cierto sentido, normalizarse ellos mismos, siendo patriotas de algo que sí era suyo.

El mundo, bajo la forma de las Naciones Unidas, confirmó esta misión en 1947, votando por el reparto del Mandato de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. Los ejércitos árabes entraron en guerra… y el resto es historia, incluyendo el casi medio siglo de edad de la ocupación de Cisjordania y el dominio israelí sobre millones de palestinos desposeídos.

Y eso nos lleva a la idea de un estado como una pesadilla, y eso es a lo que Israel, una historia de un éxito extraordinario en muchos aspectos, se enfrenta hoy en día. La única manera de salir de esta pesadilla es la solución de dos Estados, uno israelí y otro viable y vivo palestino, viviendo el uno al lado del otro en paz y en seguridad.

Me senté a hablar con Yair Lapid, el centrista ministro israelí de finanzas, hijo de un superviviente de la ocupación nazi en Hungría, nieto de un judío húngaro sacrificado en los campos de concentración, y me dijo que deseaba repetir la lección de su padre: que volviera en sí y que peleara por Israel para que los judíos “sepan y siempre tengan un lugar al que ir".

Él me dijo: "Tengo un gran respeto por el espíritu del Gran Israel. Crecí en una casa donde se oía ese lenguaje. Pero nosotros entendemos que a largo plazo, si nos quedamos ahí, ese será el fin de la idea sionista. No podemos vivir todos en un único estado, pues entonces será una versión de un Estado para dos pueblos, y este es el final del sionismo. Con el tiempo los palestinos vendrán a nosotros y nos dirán, ‘OK, ustedes decidieron que no vamos a tener un país propio, por eso lo que ahora queremos es vivir y votar en el suyo’. Y si les dices entonces que no, eres Sudáfrica en sus peores días, pero si por el contrario le dices que sí, ese será el fin del país judío, y yo quiero vivir en un país judío".

Lapid argumentó que los absolutistas que desean todo la tierra - el ministro de Economía Naftali Bennett y el vicecanciller Zeev Elkin entre ellos - están, al rechazar la idea de dos estados, socavando la idea de un Estado judío en el tiempo, y que por lo tanto ignoran el principal mensaje del sionismo y el mensaje que da sentido a su vida plasmado en las ideas de su propio padre. Y él está en lo cierto.

Lapid emitió un comunicado criticando la decisión de Israel de publicar más ofertas de construcción ese mismo domingo para más de 1.000 viviendas en la impugnada Jerusalén Este y en varios asentamientos de Cisjordania. "Meter palos en las ruedas de conversaciones de paz no es lo correcto", afirmó, "y no ayuda al proceso”. Y acertó nuevamente.

Una solución de un estado representa una idílica fantasía delirante en el Oriente Medio y una solución de un estado como pesadilla implica el sometimiento a un Israel indefinido de otras poblaciones, algo igualmente inaceptable.

Como dice el Talmud, espera demasiado y al final no conservarás nada.

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