Thursday, August 22, 2013

Háganse un favor, léanlo (Cómo sobrevivir como un judío en Suecia. Callarse y desvanecerse en la nada - Annika Hernroth-Rothstein - Mosaic)


La revista Mosaic, que recomiendo vivamente, ha venido a sustituir a esa otra gran revista que fue Jewish Ideas Daily. Mosaic se basa en un artículo mensual, y sucesivos artículos que enmarcan y comentan dicho artículo. El objeto de esta carta es un artículo sobre el futuro de las comunidades judías en Europa que también recomiendo su lectura: "Sólo se vive dos veces. Existe un futuro en el siglo XXI para las comunidades judías europeas" de Michael Gurfinkiel

Escrito como una carta privada a Michel Gurfinkiel, aparece aquí con el permiso de la autora.

Estimado Sr. Gurfinkiel,

El 26 de abril de este año, yo iba en un tren con mi hijo Charlie de cinco años de edad. Íbamos de camino a pasar el Shabat con unos amigos a su ciudad. Sabe usted, nuestra ciudad, importante en la historia de la comunidad judía de Suecia, cerró su sinagoga a finales de los años 90. Todo lo que queda ahora es una placa que indica que allí hubo una vez vida judía, es por eso que debemos coger el tren cerca de una hora cada fin de semana para asistir a los servicios.

Mi hijo usaba su kipá cuando llegamos al tren. Él ama su kipá. Todavía no es lo suficientemente mayor como para saber los peligros que entraña llevarla, y ese es un hecho del que he tratado de protegerlo. Sin embargo, 26 de abril iba a cambiar todo eso.

Había un señor sentado en nuestro asiento reservado. Un árabe, tal vez de unos cincuenta años, escuchando música. Le pedí disculpas por las molestias y le indiqué educadamente que era nuestro asiento. Se levantó y echó una mirada a mi hijo, luego se inclinó sobre mí, diciendo: "Ustedes siempre toman lo que quieren. Tienen que aprender".

A continuación, se dirigió directamente hacia mi hijo trastabillándole, y se sentó detrás de nosotros. Nosotros también nos sentamos. Oculté mis manos temblorosas de la vista de mi hijo, me levanté y tomé el libro Shabat para Niños y empecé a revisar la parashá de la semana con él. No habríamos leído ni una página antes de que el hombre se levantara y gritara: "¡Silencio! No quiero escuchar eso! Ustedes toman siempre lo que quieren y nunca piensa en los demás! ¡Cállese!".

Él pateó el suelo, gruñó y miró a mi hijo. Luché contra mis lágrimas de rabia y le aseguré a mi hijo de que ese hombre solamente era un gruñón e intenté convertir el episodio en un juego, y que debíamos jugar a permanecer súper tranquilos todo el tiempo que fuera posible. Incluso logré convencer a mi hijo con una sonrisa cómplice.

Pero incluso esto no logró apaciguar a nuestro verdugo, que se pasó el resto del viaje pateando repetidamente la parte posterior del asiento de mi hijo. En un momento miré a mi alrededor de nuestro compartimento: había otras cuatro personas allí, cuatro adultos que podían atestiguar que había una madre soltera y su hijo de cinco años de edad, y que el niño estaba siendo molestado por un hombre adulto. No hicieron nada. Intenté forzar su reacción con mi mirada, pero uno miró para otro lado, otro se puso unos auriculares, y otro se quedó mirando la pantalla del móvil, ignorando lo que estaba ocurriendo en frente de ellos.

Yo no llamé a la policía ferroviaria. No grité que un hombre nos estaba molestando. Sé lo que es mejor para estos casos. Sé que la única manera de sobrevivir como un judío en mi país es no ser visto como tal. Es mejor no exponerse, callar y desvanecerse en la nada. Conozco esto desde hace bastante tiempo. Por desgracia, mi hijo también lo sabe ahora.

En su  fascinante e informativo artículo menciona que el sacrificio ritual kosher, así como el hallal, están bajo amenaza en Europa. Bueno, en Suecia las carnicerías kosher fueron prohibidas en 1937 y han sido ilegales desde entonces. La amenaza no es pues una amenaza, es una realidad para mí, en una escala mucho más grave que lo fue para mis abuelos, obligados a esconderse en una Suecia que colaboraba silenciosamente con los nazis durante la guerra mundial. La siguiente amenaza en el horizonte es la prohibición de la importación de productos kosher, persuadiéndome a mí y a muchos de mis amigos de traer carne kosher de contrabando cuando regresamos de nuestros viajes a Israel.

Por el contrario, el sacrificio hallal (musulmán) no está prohibido en Suecia. Mi gobierno, cuando se le pregunta acerca de esa disparidad, responde que los métodos del sacrificio en el judaísmo son manifiestamente bárbaros.

"Bárbaro", también es lo que sucedió este mes de junio. Como consejera política de un partido sueco, estaba debatiendo el proyecto de ley anti-circuncisión, uno que acababa de ser propuesto por otro partido de derechas de nuestro parlamento, y las cosas se calentaron. El proyecto de ley solicita una prohibición general de toda circuncisión menos la que sea prescrita médicamente, y disfrutó de mucho apoyo bipartidista. Durante el debate, marginada como judía, sólo fui informada de que lo que "nosotros" estábamos haciendo con nuestros hijos era inhumano y bárbaro, y que debería prohibirse sumariamente. Hice todo lo posible para mantener la compostura, pero terminó llorando en el patio, y no por primera vez, ni la última.

En su ensayo menciona que las actividades religiosas y culturales judías en Europa Occidental se están incrementando por todas partes. Esa tampoco es mi realidad. Lo que veo es que la parte dedicada al Holocausto en el Museo Judío se llena de visitantes, mientras que las sinagogas están vacías. Veo que muchas actividades al "estilo Woody Allen" se promueven, pero que la vida judía actual está prohibida. La muerte y el sufrimiento de los judíos es glorificado, el judío vivo y activamente judío es vilipendiado.

Hay 20.000 judíos en Suecia, en un país de cerca de nueve millones. En cuanto a los inmigrantes musulmanes y sus hijos, como usted señala en su artículo, suponen el 10% o más de la población: quizás haya un millón de personas, cincuenta veces el número de los judíos. Sin embargo, yo no diría que la demografía es la única amenaza a la vida judía en Europa occidental, y tal vez ni siquiera la más grande. Lo que me asusta más es que mi gobierno está proscribiendo la vida judía. Sí, mediante la prohibición de la circuncisión, prohibiendo el sacrificio kosher y diciéndonos abiertamente que la única manera de evitar ser acosados ​​en las calles es distanciarnos de Israel, y así se están reinventando las condiciones que existieron en el pasado en la Europa del Este y que promovieron que nuestra comunidad se trasladara a este país. Y a eso nos están llevando: uno a uno, factura por factura.

En la sección de "Comentarios" posterior a su ensayo, me di cuenta de un debate entre los lectores sobre la supuesta severidad o dureza de su artículo. Me dirijo a usted porque yo no creo que su artículo fuera lo bastante duro. Valoro el pensamiento judío, pero me encanta la acción judía. Más que elogios elocuentes, necesitamos a nuestra propia gente debatiendo apasionadamente sobre nuestro futuro en esta revista y en otros lugares para ayudarnos a luchar.

Vivimos en Suecia y todavía permanecemos aquí, pero nos sentimos solos y olvidados. Queremos que pervivan fuertes comunidades judías en la diáspora. Queremos vivir. Estamos luchando todos los días contra la presión que se ejerce sobre nosotros para que nos convirtamos o bien en placas en una pared, como aquellas que mencionan ex sinagogas, o bien en exposiciones en museos donde se incide una y otra vez en nuestros sufrimientos pasados. Necesitamos la ayuda de nuestros hermanos.

Mi hijo ya no usa su kipá en público. Ahora hace lo que los hombres de mi sinagoga llevan haciendo durante años. Ahora la lleva en el bolsillo, y se la coloca solamente allí, cobijados por las puertas de hierro de la sinagoga. Vigilada y escondida del mundo.

Con un cordial saludo,

Annika Hernroth-Rothstein

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