Tuesday, August 27, 2013

La tragedia de Siria es un aviso para Israel - Akiva Eldar - Al-Monitor



La avalancha de críticas contra la inacción de la administración Obama a la luz del derramamiento de sangre en Siria me recuerda una fascinante conversación que tuve hace un año [13 de agosto de 2012] con el jubilado general canadiense Charles Bouchard, quién había terminado su período como comandante en jefe de la OTAN varios meses antes. Bouchard ha sido elogiado por liderar la Operación Odisea del Amanecer en marzo de 2011, que provocó la caída del régimen de Muamar Gadafi en Libia.

Le pregunté al general que evaluara la posibilidad de que Occidente usara la fuerza militar en  Siria y pusiera así fin a la sangrienta guerra civil. Su respuesta vale la pena recordarla: "La violencia en Siria es completamente diferente a la existente en Libia cuando la OTAN encabezó Operación Odisea del Amanecer", me dijo Bouchard sin vacilar. Explicó que el éxito en Libia se derivó de que las fuerzas terrestres de la OTAN no intervinieron, mientras que la geografía y la inestabilidad política de Siria implicaban un conflicto que no podía ser combatido exclusivamente por vía aérea. Por otra parte, señaló el general, un ataque aéreo podría generar la pérdida de muchas vidas y volver a las naciones de la región en contra de Occidente.

También dijo que la gente del ex líder libio Gadafi había encontrado muy a menudo refugio en instalaciones como canales, embalses, hospitales y mezquitas, lo que dificultó las acciones de los pilotos ya que habían recibido instrucciones de no dañar las instalaciones civiles toda costa. "Estábamos pensando en el día siguiente. Estábamos en Libia para defender a la población civil y si destruíamos todo, el día después tendríamos que hacer todo lo posible para que la vida de los ciudadanos libios no fuera más miserable. Por lo tanto, si no estabas seguro, no actuabas".

Bouchard señaló otra de las diferencias entre el conflicto de Libia y la crisis en Siria. Mientras Gadafi sólo contaba con el apoyo de dirigentes marginales, como el presidente venezolano Hugo Chávez y el gobernante de Zimbabwe Robert Mugabe, Siria está apoyada por Irán, Rusia, China y Hezbollah. Y lo que era más importante, la oposición en Libia estaba dispuesto a tomar el poder, mientras que la salida del presidente Bashar al-Assad de Siria podría degenerar en un caos total. Por lo tanto, me dijo Bouchard, el problema de Siria es más parecido a las crisis crónicas de Irak y Afganistán, las cuales requirieron una intervención internacional a largo plazo, frente a la resolución rápida y por vía aérea en Libia.

La intervención externa que provocaría la expulsión del asesino de Damasco y su juicio por crímenes de guerra proveería justicia para el pueblo sirio e incluso podría poner a Siria en el camino correcto. Pero, como podemos extraer de la experiencia de Irak y de Afganistán, este camino puede ser largo y sangriento.
Un ataque aéreo e incluso la invasión mediante fuerzas terrestres no borrarán de un plumazo la enemistad étnica-religiosa de décadas entre la mayoría sunita (el 74% de la población) y la alauí (el 11%) y las minorías cristianas (10%). Añádase a esto la intromisión de la jihad global en el país, la destrucción de la infraestructura y una severa crisis económica. El caso de Siria nos enseña que un puente artificial que conecta a grupos étnicos con una historia de conflictos y disputas sin resolver puede resultar frágil y peligroso.

Estos puentes tambaleantes han tenido un saldo sangriento no sólo en el Oriente Medio y en el "problemático" mundo musulmán. En el corazón de la "ilustrada" Europa, los pueblos también realizan actos atroces contra sus vecinos de toda la vida. Hace unos 20 años, 100.000 personas fueron asesinadas en la guerra de los Balcanes, cuando, entre otras cosas, Serbia intentó mantener su control de Bosnia limpiándola de bosnios musulmanes. Después de la desintegración de Yugoslavia, Kosovo, de población mayoritaria albanesa, se separó de Serbia, y posteriormente los más de 600.000 habitantes de Montenegro decidieron establecer un estado independiente hace siete años.

Nosotros, los israelíes,  no necesitamos ir muy lejos para ver las tensiones étnicas-religiosas que amenazan a nuestra sociedad. La serie de televisión de mayor audiencia "True Colors", del periodista Amnón Levi y emitida en agosto por el canal 10 de la televisión israelí, trajó la cólera a la superficie y expuso el bagaje de odio que muchos de los judíos que proceden de Oriente Medio y África del Norte sienten hacia los judíos ashkenazi de origen europeo.

Sión Amir, un abogado de éxito, predijo que la actual discriminación de los judíos "orientales" dará lugar a un estallido de violencia. Al mismo tiempo, los líderes de la  comunidad ultra-ortodoxa están amenazando nada menos que con una revuelta civil si sus jóvenes son reclutados forzosamente por el ejército. Otros rabinos financiados por el Estado hacen llamamientos a los soldados religiosos para que desobedezcan cualquier orden de desalojar los asentamientos, y  grupos de colonos zelotes están amenazando con tomar las armas si el gobierno ordena su evacuación en el marco de un acuerdo de paz con los palestinos.

Además de todas estas tensiones, el establishment de Israel, y especialmente desde la Knesset, está continuamente tratando de subrayar el carácter judío del Estado, lo que excluye a la población árabe minoritaria, de mayoría musulmana, que constituye una quinta parte de la población. ¿Qué sucedería si la solución de dos estados falla y esta minoría, que ha sufrido una discriminación semi-oficial durante 65 años, se convierte en la mayoría dentro de un Estado binacional?

En un extenso artículo publicado el año pasado [verano de 2012] en la revista del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv, The Public Sphere, el historiador Alexander Yakobson relataba que ningún estado binacional o multinacional establecido en el siglo XX se ha prolongado durante mucho tiempo, y su desintegración por regla general conllevó un peaje muy pesado. Como sostiene Yakobson, es difícil creer que después de unos 100 años de una amarga disputa nacional, una mayoría árabe-palestina en ese Estado binacional resultante que reemplazaría al Israel soberano estaría dispuesta a renunciar a la naturaleza árabe de ese futuro estado.

Un estado con una mayoría árabe en el corazón del Oriente Medio árabe, donde todos los estados se definen oficialmente como árabes, sería, si fuera establecido, un Estado árabe a todos los efectos y no un estado binacional, independientemente de lo que su Constitución escrita indicará, resaltaba Yakobson.

Por otra parte, es poco probable que la gran minoría judía renunciará a su hegemonía, anclada en la idea sionista y en su autodeterminación. Llegados a este punto, los atentados suicidas de Hamas, la  masacre de palestinos en Hebrón en 1994 llevada a cabo por un médico judío en la Cueva de los Patriarcas, el fenómeno del "price tag", la lucha por las tierras y la incitación racista,  todo esto serían meros precedentes de los acontecimientos sangrientos que se desencadenarían en esa irracionalidad llamada "Isra-tina", el nombre propuesto por un "muy conocido amante de la paz" - Gadhafi - para un estado binacional entre el Mediterráneo y el río Jordán.

La tragedia que acosa a Siria debería servir como una advertencia para esos israelíes que luchan contra la división de la tierra y para esos otros ilusos que creen que pueblos diferentes y en continuo conflicto pueden vivir juntos en armonía bajo un mismo techo.

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