Sunday, June 29, 2014

Muy, muy interesante, una muy rara introspección desde dentro de la izquierda israelí: (¿Paz en el Oriente Medio? El campo de la paz no está interesado - Avirama Golan - Haaretz)



Es un fenómeno bien conocido: el campo de la paz se contrae, es echado a un lado, es definido como esos "locos izquierdistas que venden al Estado". El proceso se intensificó a medida que los asentamientos - creados como puestos avanzados temporales - se están convirtiendo en el factor decisivo en el gobierno y en la sociedad israelí, y arrastran a la mayoría de los israelíes junto con ellos.

La mayor parte del público se da cuenta de que la ocupación les hace daño, pero prefiere ignorarlo y declarar a los "izquierdistas" como la fuente del problema. Mientras Israel se ve más aislado diplomáticamente, y la clase baja y la inestable clase media colapsan por el coste de los asentamientos y de la seguridad, la izquierda y sus aspiraciones de paz se convierten en cada vez menos legítimas.

Las razones de este absurdo fenómeno también es de sobra conocido. Hace diez años, el historiador y profesor Daniel Gutwein lo reveló en su artículo "Fundamentos de clase de la ocupación" (Teoría y Crítica, 2004), a la vez de cómo la ocupación sirve los intereses de la clase acomodada, y políticamente correcta, israelí. También demostró cómo esa clase alta o acomodada, que se define como moderada, liberal y progresista (y que tiende a votar al centro y al centro-izquierda), apoya de manera efectiva la ocupación (aunque lo niega por completo), con el fin de seguir desarrollando su proyecto más preciado: la privatización.

Según Gutwein, esta élite superior acepta el hecho de que miles de millones se canalicen hacia los asentamientos, así como el dominio israelí sobre los territorios, y por lo tanto en realidad sabotea la solución de dos estados de la que aparentemente son los mayores defensores.

Gutwein demuestra cómo el Estado elude a sabiendas sus responsabilidades para con sus ciudadanos situados dentro de la Línea Verde: privatiza salvajemente todos los servicios sociales volviéndolos inaccesibles para la desgastada clase media y baja, deja que el mercado fije a su manera unos precios arbitrarios para la vivienda, los alimentos y el transporte, y a la vez favorece una privatización del mercado de trabajo y una disminución de los salarios.

Y como los pobres son más pobres, las élites políticamente correctas se encierran en sus residencias de lujo, disfrutando de los privilegios adquiridos por un montón de dinero. La ocupación, los asentamientos y los territorios se sienten aún más lejos de lo que ellos están de los pobres de la sociedad israelí. Cuando el gobierno envía a estas clases pobres hacia las nuevas ciudades de la Ribera Occidental, incluidos los ultra-ortodoxos, esta clase alta, tan políticamente correcta y amante de la paz, se manifiesta satisfecha: todo sucede muy lejos de ellos, se puede seguir haciendo uso de una mano de obra barata y puede disfrutar de la buena vida en la gran ciudad (Tel Aviv).

Hoy en día, después de que se haya completado el proyecto de privatización y los asentamientos hayan acumulado tanto poder que pocos, incluso dentro de la izquierda, parecen capaces de poder evacuarlos, el artículo de Gutwein resulta mucho más relevante.

Investigaciones geográficas, sociológicas y políticas han demostrado los cambios producidos en la conciencia de la clase más baja, por ejemplo, en aquellos jóvenes partidarios del Shas que están siendo empujados a vivir en el otro lado de la Línea Verde. Se les ha convertido en "colonos" debido a su relación problemática con sus vecinos palestinos, y como reacción a la alienación, tanto política como cultural, que sufren a manos de unos medios de comunicación en manos de la clase políticamente correcta,  y de lo que ellos llaman "la élite secular de Tel Aviv".

Sólo unos pocos años después de la irrupción de las ideas de Gutwein, el profesor de sociología Nissim Mizrachi reveló otro aspecto de esta supuesta contradicción. En su artículo "Más allá del jardín y de la selva: En los límites sociales del discurso de los derechos humanos en Israel", se preguntaba por qué esos judíos israelíes pobres daban la espalda a ese "mensaje universalista de igualdad, justicia y liberación tan ansiosamente lanzado sobre ellos". Posteriormente, explicaba que "esa política de universalidad, interpretada desde el punto de vista de la clase acomodada y progresista israelí como clave para la reforma social, era experimentada por los otros grupos de la sociedad judía israelí como una grave amenaza para su identidad esencial".

La tesis de Nissim Mizrachi incluye una explicación adicional para esta disonancia política: ese mismo público que rechaza el discurso sobre los derechos universales con relación a los conflictos internos - por ejemplo, los solicitantes de asilo sudaneses y eritreos en los depauperados barrios del sur de Tel Aviv - no se sienten menos amenazados por el discurso de la paz, ya que para ellos forma  parte de ese mismo discurso políticamente correcto liberal-occidental de la élite israelí.

Así, los pacifistas israelíes son percibidos como "aquellos que dentro de la izquierda israelí se preocupan mucho más por los árabes, gays y animales que por el resto de los judíos israelíes, esos que no pertenecen a su clase social y cultural". Tales declaraciones y manifestaciones de la clase acomodada progresista, provoca su alienación del resto de la sociedad israelí ya que les muestra carentes de solidaridad y empatía hacia el resto de la sociedad judía.

Ambas explicaciones clarifican por qué los residentes de los barrios desfavorecidos y de las ciudades periféricas se niegan a adoptar los valores universalistas de justicia e igualdad de la élite acomodada israelí. Es mucho más natural para ellos identificarse con sus familiares, que se han ido por ejemplo a vivir al otro lado de la Línea Verde, que con esta "élite acomodada y políticamente correcta de Tel Aviv", por no hablar de esas otras personas que se encuentran fuera del ethos nacional (postsionistas y antisionistas), arraigadas como están las clases populares israelíes en su difícil situación económica, social y de seguridad.

Esta combinación entre Estado e identidad cultural crea una expresión nacional que es ferozmente nacionalista. ¿Pero es el campo de la paz, "mayoritariamente social y culturalmente acomodado", capaz de entender esta compleja realidad? Más importante aún, ¿puede liberarse de las cadenas ligadas a dicha "comodidad social y política", y abrirse a los que no están acostumbrados a ellas? Resulta dudoso.

Aunque el campo de la paz no se merezca gran parte de las maldiciones e insultos lanzados en su contra, se ha ganado a pulso las sospechas que despierta en la periferia geográfica y social, sobre la base de los motivos enunciados por Gutwein (preferencia por el neoliberalismo y abandono de los débiles) y por Mizrachi (autodefinición "europea y elitista", con el empleo de términos como "ciudad en la selva", que expresa disgusto tanto por el propio paisaje local - sefardíes, rusos, ultra-ortodoxos, sionistas religiosos, colonos, árabes - y por el Oriente Medio en su conjunto). La izquierda israelí quizás haya comenzando a entender este obstáculo, pero no está haciendo demasiado para tratar de superarlo.

En los elegantes salones europeos y americanos, los líderes de la izquierda y del campo de la paz israelí emplean definiciones de diccionario (apartheid, racismo, crímenes de guerra) cuando hablan en esos "importantes seminarios y conferencias", aunque en la mayoría de los casos se trata de términos vacíos, sin influencia.

Y echando mano de ellos con sutileza, por ejemplo, la ex presidenta del Partido Laborista Shelly Yacimovich separa falsamente sus reclamaciones de una mayor justicia social e igualdad, de esas otras similares reclamaciones procedentes de otros ámbitos políticos, otorgando así una "legitimidad destructiva" a las reivindicaciones "sociales de la derecha" (Moshe Kahlon y sus amigos).

Esta diferencia entre los dos tipos de discurso, el de la élite acomodada políticamente correcta (cuyos descendientes tienen varios pasaportes y ellos mismos viven tanto en Israel como en el extranjero), y el del otro 99% del país (la gran mayoría de la sociedad israelí atrapada en la realidad diaria del país), resulta cada vez más pronunciada, y el ala "social" dentro de la derecha se está aprovechando de ello.

Esta "derecha social" trata de gestionar la ira social alejándola del gobierno y dirigiéndola hacia las injusticias perpetradas por esos "acomodados" defensores del campo de la paz, cuyas ventajas económicas y educativas les vuelven menos vulnerables a los problemas existentes, incluyendo el actual conflicto. ¿Cuál es la preocupación fundamental de estos acomodados izquierdistas amantes de la paz? Su preocupación y compasión la monopolizan los palestinos, a diferencia de esa derecha "social" que se centra en los judíos.

Para romper este molde, el campo de paz tiene que demostrar que se preocupa por la sociedad en la que vive y por el conjunto de la población israelí. Debe conducir las luchas económicas y sociales que ha descuidado, y, al mismo tiempo, debe mantener un diálogo equitativo y solidario con todos los grupos de la sociedad israelí. Además, debe expresarse de una manera diferente: no debe pedir perdón ridículamente, no debe halagar o ser condescendiente, sino que debe aprender a respetar, a ser verdaderamente compasivos y a escuchar, escuchar de manera responsable y con humildad.

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