Saturday, August 30, 2014

Unos tweets antisemitas cuestan a un profesor su mandato, y eso es una buena cosa - Liel Leibovitz - Tablet



Para aquellos de nosotros que nos ocupamos de ese nicho sin aire que es la academia (universidad) estadounidense, el caso Steven Salaita ha sido el equivalente del escándalo de una celebridad, una pequeña historia salaz que, de alguna manera, si se ve desde el ángulo correcto y a una distancia apropiada, nos dice bastante acerca de la sociedad en general.

Comenzó a principios de este mes, cuando el ex profesor de Virginia Tech aceptó la oferta de un puesto especializado en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Dichas ofertas, como las instituciones que las extienden, a través de una maraña de burocracia osificada e innecesariamente ritual, requieren que el rector de la universidad presente la candidatura a la junta directiva para la aprobación de los propuestos, un proceso en gran medida visto como meramente ceremonial. Pero en la revisión de la nominación de Salaita por el rector Phyllis Wise, éste se mostró contrario. La universidad, argumentó el rector en una posterior declaración explicando su decisión, no puede tolerar "las palabras o acciones que degradan a las personas, además de la falta de respeto y los abusos verbales, ya sea en puntos de vista propios o de quienes los expresan".

La falta de respeto y los abusos verbales a los que aludía el rector Wise tenían que ver con el hábito de Salaita de utilizar Twitter para expresar sus opiniones sobre Israel. Y como lo que dijo, lo que significa y las medidas de protección que deben gozar el que las expresa, están en el centro de la controversia, lo mejor en cualquier discusión sobre el caso Salaita es la revisión del puñado de reflexiones de este profesor de Estudios Indio-Americanos.

"Ustedes pueden ser demasiado refinados para decirlo, pero yo no lo soy", escribió Salaita poco después de que tres adolescentes israelíes fueran secuestrados y asesinados por los terroristas de Hamas, "pero me gustaría que todos los malditos colonos de Cisjordania desaparecieran (corrieran similar suerte)". Otro twitter "también muy matizado" declaraba: "Los sionistas: la transformación del 'antisemitismo' de algo horrible en algo honorable desde 1948". Este enunciado proporciona una interpretación - un ejercicio que pasa últimamente por un pensamiento rígido y original en la mayoría de universidades de Estados Unidos - que aborda el antisemitismo con un doble sentido de irrealidad: No existe en realidad, de ahí las comillas poniéndolo en cuestión, y si no existe, entonces no hay nada de que avergonzarse.

Hay mucho más de donde viene todo esto: Fantasías acerca de Benjamin Netanyahu llevando un collar de dientes de niños palestinos, o sobre Israel resucitando Atlantis sólo para colonizarlo, o su categórica negativa a condenar a Hamas, y esa otra declaración siempre tan matizada de que cualquier apoyo a Israel durante la guerra en Gaza implica ser "un ser humano horrible".

Casi inmediatamente después de que se rescindiera la oferta a Salaita, sus seguidores montaron su defensa, siendo su mejor expresión una carta del profesor de inglés de Urbana-Champaign Michael Rothberg que decía más o menos lo siguiente: los tweets de Salaita están protegidos no sólo por la primera enmienda, sino también por los principios seculares de la libertad académica que sostiene todo discurso situado fuera del ámbito de la disciplina institucional; pero incluso si este no fuera el caso, no había nada realmente ofensivo en los tweets de Salaita; e incluso si los tweets de Salaita fueran realmente ofensivos, aún estaban totalmente justificados dada la indignación que sentía este apasionado profesor viendo la carnicería en Gaza; y es que, realmente, y en última instancia, "deberíamos enfocar nuestro oprobio e indignación únicamente contra Israel". Algunos de los defensores de Salaita también prestaron un crédito adicional a ciertos teorías del complot al hacer alusión a la participación de una cábala de desconocidos, una serie de donantes acaudalados que frenan el proceso de contratación con amenazas de desfinanciar la universidad.

Es bastante fácil ver el caso Salaita como un juego sobre la moralidad, algo divertido, porque como un sabio dijo una vez en broma: "la política es tan amarga porque argumentos y apuestas son muy bajas". Y es tentador, analizando esta situación, centrarnos en sus irritados defensores y señalar, por ejemplo, cuán deliciosamente irónico resulta que estos campeones de la libertad académica defensores de Salaita preconicen el boicot de su universidad, una táctica contundente que, en este caso, causará mucho más daño que el principio de la libertad académica por el que tanto desean protestar.

Pero el argumento central que utilizan muchos defensores de Salaita dentro de la comunidad académica sugiere que algo anda mal, y desde luego es mucho más preocupante que las opiniones equivocadas y llenas de odio de un académico menor. Digámoslo crudamente, demasiados académicos de quienes dependemos para ayudarnos a pensar y argumentar el mundo han llegado a comprender su labor como una tarea sacerdotal, un intercambio de un solo sentido por el que ellos sermonean y las masas acurrucadas debajo de ellos escuchan.

Por la lectura de las respuestas al caso Salaita en las últimas semanas, y por las misivas espumosas de sus compañeros de odio a Israel que saltaron inmediatamente en defensa de su hombre por motivos puramente ideológicos, estaba claro que la ansiedad central en juego entre la comunidad académica tenía que ver con la evaluación del grado en que los académicos debían intervenir en lugares públicos como los medios de comunicación sociales, blogs o periódicos. Casi universalmente, los profesores americanos parecen haber tomado el asunto Salaita como una demostración de que el mundo exterior es un ambiente hostil, muy polémico e intolerante, y que es mejor evitarlo para cualquier persona que desee aterrizar en esos cargos académicos cada vez más raros de profesores titulares.

Lamentablemente, en ningún momento hubo lugar para una alternativa mucho más simple, la que expresó tan elocuentemente en su carta el rector Wise: que las universidades son comunidades dedicadas a la búsqueda del aprendizaje, un compromiso que es casi imposible cuando los encargados de dichas tareas demuestran por sí mismos cuan sistémicamente racistas son, y su apoyo a la violencia. Cualquier persona podría preguntarse si Salaita podría tener un trabajo en la enseñanza con unos tweets donde se reemplazara las referencias a los judíos y a los israelíes por otras a los negros, los homosexuales o las mujeres. ¿Existiría alguna institución estadounidense de enseñanza superior que emplear a alguien que tuiteara, por ejemplo, que los estadounidenses negros estaban "transformando al racismo" de algo horrible en algo honorable desde 1964?

Algunos, por supuesto, podrían argumentar que la respuesta sigue siendo sí, y que la experiencia en el tema debería indicarnos un estándar único y sagrado por el cual contratamos, recompensamos y promovemos a nuestros profesores. Pero muchos más creen, al igual que el rector Wise, que si bien debemos insistir fuertemente en la protección de la libertad de nuestros profesores para decir lo que quieran, también debemos insistir en que hablar, así como actuar, tiene consecuencias. En algunos casos, es posible escuchar a ciertos eruditos hablar sobre temas impopulares y recompensarlos por su perspicacia y su valentía; en otros casos, podemos oír cosas tan viles que decidimos que tal portavoz, no importa cuán bien versado esté en su disciplina, no tiene lugar en una institución que depende del libre intercambio de ideas, y que los estudiosos que no pueden traducir sus pasiones en argumentos bien razonados deberían estar mejor opinando en Twitter que enseñando en las aulas.

Hasta que los académicos cumplan con esta condición obvia, hasta que no se dan cuenta de que, como el resto de nosotros, operan en una comunidad y no gozan de una licencia especial para hablar y actuar con total impunidad, hasta que entiendan que la participación pública no es un privilegio sino un responsabilidad, van a seguir encontrándose marginados. Es un precio que ni ellos ni nosotros podemos darnos el lujo de pagar.

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