Sunday, May 17, 2015

Desde Tel Aviv al río Támesis, es la era de neo-tribalismo - Liel Leibovitz - Tablet



"El Conservadurismo", tronó el titular de The Guardian, "se ha convertido en corrupto y ha perdido el contacto con el resto de nosotros". Se publicó el 2 de mayo, cinco días antes de que los conservadores consiguieran la peor derrota de los Laboristas en casi tres décadas.

El autor de esta desafortunada observación es Will Hutton, un columnista del periódico y el director de la misma universidad de Oxford que forjó a John Donne, Thomas Hobbes, y Jonathan Swift. Es tentador tratar de perdonar su vergüenza posterior:  incluso los observadores más astutos, después de todo, a veces se equivocan, y no hay nada tan mezquino como deleitarse con los pronósticos equivocados de un oponente desde la seguridad de la retrospectiva. Pero el error de Hutton no fue sólo suyo, es endémico en toda una clase de personas educadas que, echando un vistazo a sus Facebook, nos encontramos que son nada más que Milifans (fans de Miliband, el candidato laborista) que opinaban que el final de David Cameron estaba cerca. Este vasto olvido no se limita a Gran Bretaña: en Varsovia sorprendió de manera similar esta misma semana cuando el conservador Andrzej Duda ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales del país y en Tel Aviv se vivió de una manera similar ante la incredulidad de su intelectualidad despatarrada en sus cafés a raíz de la reciente y rotunda victoria de Netanyahu.

Cuando sus respectivos desastres electorales les cayeron encima, los izquierdistas de Tel Aviv y del Támesis miraron al cielo en busca de respuestas, regresando con una sola explicación: como ellos eran claramente los campeones de la razón y del sentido común, sus opositores solamente podían haber triunfado traficando con el miedo, el nacionalismo y otros desagradables sentimientos. El corresponsal del Haaretz en Londres hizo esta explícita comparación cuando informó a sus lectores de que Cameron era meramente un Bibi con acento pijo, que únicamente consiguió la victoria asustando toscamente al electorado con constantes toques de tambor que aludían a escenarios de pesadilla que involucraban enemigos internos y externos.

Tales explicaciones uniformes, que viene de los que normalmente son (auto)santificados por su complejidad y diversidad, son sorprendentes. Ninguno de esos en la izquierda se tomó la molestia de mencionar las medidas tomadas por Cameron como su negativa a recurrir al endeudamiento masivo, por citar sólo un ejemplo obvio,  algo que como algunos laboristas predijeron solamente provocaría el estancamiento de la economía, y dicha negativa permitió a la economía británica crecer a un ritmo que superó ampliamente al del resto del continente, con el Reino Unido creando más puestos de trabajo con los Tory que el resto del continente de manera combinada. Tampoco a los críticos israelíes de Netanyahu les importó que la economía de Israel continuara creciendo de manera constante en el 2014, a pesar de un conflicto militar de 50 días que costó cerca de 2,5 mil millones de $ . Pero para la "buena sociedad de progreso" israelí la única razón o explicación del ascenso de la derecha se debió a la depravación de sus partidarios.

Y sin embargo, no se apresuren a poner en la picota a estos desventurados progresistas por sus fracasos. La izquierda mundial contemporánea, en la medida en que pueda existir una entidad tal, es ciertamente culpable de una amplia gama de deficiencias intelectuales y morales, por ejemplo abogar por unos esquemas de redistribución desastrosos como si fueran panaceas económicas y negarse a reconocer los peligros claros y presentes del Islam radical. Pero el problema aquí no es la izquierda, es la aniquilación del espacio en el que las conversaciones políticas racionales y razonables se llevaban a cabo, la última gran esfera pública.

En caso de que signifique algo para usted el nombre de Jürgen Habermas, la esfera pública era el espacio en el que los particulares podían reunirse y discutir los asuntos-políticos, financieros y artísticos que daban forma a sus vidas compartidas. Habermas, un filósofo alemán estrechamente asociado con la explicación de este concepto, argumentó que si bien la esfera pública fue robusta desde finales del siglo XVII hasta aproximadamente la primera mitad de la década de 1800, todas esas densas cafeterías repletas de polemistas que diseccionaban los últimos actos legislativos empezaron a caer en picado con el ascenso de la economía industrial. Pero cuando llegamos a finales del siglo XX, se lamente Habermas, los medios de comunicación, los spin doctors (creadores de opinión) y el consumismo voraz han erosionado la esfera pública hasta dejarla en el olvido.

Sin embargo, inherente a la teoría de Habermas existe una curiosa contradicción: esa esfera pública, idealizada como el suelo fértil del que surgió la democracia liberal, históricamente sólo prosperó cuando estaba poblada por una parte relativamente pequeña de la población, la cual era adinerada y bien educada, permaneciendo fuera las masas caóticas. No obstante, la democracia salvaje terminó estrangulando a su partera.

Con la aparición de Internet, los orgullosos post-docs se apresuraron a debatir si esa red virtual podía constituir la esfera pública de la era moderna. Argumentos interesantes se postularon en cada dirección. Pero todos son ahora discutibles: lo que la web podría haber sido ya poco importa, se trata de lo que hemos elegido hacer de ella. Y lo que hemos hecho de ella es solamente una muestra hecha jirones de la colcha andrajosa en que se ha convertido nuestro tejido social, deshilachándose a pedazos por las costuras.

Los motivos exactos de este colapso es probable que mantenga ocupados a los estudiosos y a los poetas durante décadas, pero para el resto de nosotros apenas tiene importancia. Sólo tenemos que mirar a Gran Bretaña, Polonia o Israel para darnos cuenta de que ya no existe más una esfera pública, que ahora vivimos en aldeas disociadas, que ya no somos los hijos e hijas de naciones unidas, sino más bien los miembros de tribus dispares, cada una preocupada por su patria y cada una persiguiendo sus objetivos.

Esto - ¿debemos decirlo? - es una situación lamentable. Podría haberse evitado. Los medios académicos, si no fuera por su celo por las estupideces de las políticas de identidad, podrían haber puesto un dedo en el dique. Así aún pudo haber periodismo, no como el actual más propenso a enfriar la libertad de expresión  que a promoverla. Pero ahora que la era del neo-tribalismo ha caído sobre nosotros, haríamos bien en ajustarnos y adaptarnos. Una guía práctica es el influyente libro de Yuri Slezkine "El Siglo judío". En él, Slezkine argumenta que los judíos han prosperado porque eran las últimas personas mercuriales, unas tribus pequeñas y exclusivas que se especializaron en la prestación de servicios para las franjas más grandes y homogéneas de la sociedad mayoritaria, los apolíneos. Los pueblos mercuriales sobreviven, argumenta Slezkine, cultivando la pureza y limpieza de las diferencias que los distinguen de los demás, y prosperan cuando, al igual que los judíos, son capaces de dominar los reinos de la diplomacia, la banca o el entretenimiento que los apolíneos consideran como de excesiva mala reputación para practicarlos.

¿Qué mejor podría ayudar a explicar el renovado rugido del antisemitismo incluso en esos lugares que previamente se creía que eran resistentes al mismo?: La pequeña tribu original, los judíos, sólo podían prosperar mientras la sociedad mayoritaria estuviera allí para aceptar sus servicios, aunque lo hiciera a regañadientes. Pero cuando la sociedad mayoritaria, apolínea según Slezkine, procedió a separarse en tribus, las viejas afinidades perdieron mucho de su brillo. Si esas tribus ya no ocupan el mismo espacio público, entonces ya casi no tienen ninguna necesidad del genio de otra tribu.

Podemos, por supuesto, llegar a superar esto. Hemos tenido épocas más oscuras y hemos sido arrastrados por ideas aún más ignorantes. Podemos nuevamente aprender a ver más allá de nuestras fronteras tribales, una vez más, llenar nuestros cafés con conversaciones, una vez más construir una mayoría apolínea cohesiva y coherente. Pero por ahora, es el tiempo tum-tum de los tambores, con todas las comodidades y terrores inherentes a la vida tribal.

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