Saturday, September 26, 2015

La última tabarra de los medias israelíes y de los extremistas: Nuestra sociedad no se está desintegrando - Ben-Dror Yemini - Ynet



Yom Kipur está sobre nosotros, y es un tiempo de autorreflexión. Desde el último Yom Kippur, ha sido un año en el que "Hatanu, Avinu, pashanu, bagadnu" (Una oración de confesión del Yom Kipppur que significa "Hemos pecado, agraviado, cometido crímenes, traicionado") nos ha superado gradualmente.

Esto comenzó antes de la Operación Muro Protector, pero desde el final del conflicto ha ido en aumento. Se le puede denominar un "discurso de desintegración". Un diálogo que impone una atmósfera sombría sobre nosotros, que pretende ser autorreflexivo pero que en realidad se ha convertido en autoflagelante. Un diálogo cuyos portavoces principales afirman que la sociedad israelí se está convirtiendo en más tribal, extremista, racista y dividida.

Ya no hay más crisol. Ya no hay más objetivos comunes. No más "nuestra nación", "nuestra tierra". El propio presidente de Israel dio un gran impulso a este "discurso de la desintegración" cuando dio su "discurso sobre las tribus (que compondrían Israel)". Al final del mismo, fue aplaudido desde los medias por su "coraje a la hora de decir la verdad".

¿La verdad? Si tenemos en cuenta las discusiones y polémicas en los medios de comunicación sería cierto. De "Ars Poetica" (grupo radical mizrahi) a los hooligans de "La Familia" (el club de fans de los partidarios extremistas del equipo de fútbol Beitar Jerusalén). Y desde ambos extremos políticos, desde la izquierda a veces antisemita a la yihad terrorista judía.

Se oye también en miembros árabes de la Knesset como Jamal Zhalka y, por supuesto, en los comentarios en las redes que fomentan el asesinato de árabes o judíos. En suma, existe la sensación del dominio del extremismo y de la desintegración.

Las redes sociales proporcionan un montón de pruebas para estos suscriptores del discurso de la desintegración. Pero no se detiene ahí.

Los periódicos y los periodistas están atrapados en esta conversación, y las páginas editoriales, sobre todo en un determinado diario (Haaretz), a veces se asemejan a los pashkvils anti-Israel de los haredim (carteles tradicionales pegados a los muros que se muestran en las comunidades judías ortodoxas), todo ello por supuesto bajo el disfraz de la autocrítica y de la reflexión nacional.

La retórica de la desintegración tiene éxito porque algunos de sus divulgadores, aún siendo radicales, a menudo son educados, fascinantes y desafiantes.

Una sociedad democrática que reconoce la importancia de la libertad de expresión, escucha con entusiasmo a estas voces polémicas. Pero a veces su mensaje no representa un reto enriquecedor, sino que resulta falso e incitador.

Uno de los portavoces de esta conversación radical escribió en un poema que él quemó los libros de un poeta asquenazi, y esa fue la señal para celebrar algo humillante. Se convirtió en auténtico, original y notable.

Poco tiempo transcurrió antes de que dos cosas le ocurrieran al pirómano. En primer lugar, ganó un importante premio de poesía. En segundo lugar, se le invitó respetuosamente a enseñar en la Universidad de Tel Aviv.

Ahora vamos a asumir, sólo por un momento, que en lugar de Nathan Zach, el poeta pirómano en cuestión, hubiera sido Mahmoud Darwish. ¿Habría recibido el premio? ¿Se le habría dado un premio? ¿Habría sido invitado a enseñar? ¿Habría sido considerado "auténtico"?

Parece que su entrada en ciertos los círculos progresistas se la dio él mismo, porque anunció - ¿qué otra cosa esperaban de estos círculos? - que era antisionista. Voy a formular una conjetura: ¿Si éste mismo poeta se hubiera atrevido a proclamarse sionista, se habría quedado completamente aislado en esos círculos progresistas?

[N.P.: Nathan Zach es el típico intelectual, naturalmente de izquierdas para poder ser considerado, que busca despertar la atención cuando se hace mayor. Ya ha protagonizado varios sonados escándalos, como despreciar públicamente la cultura y la capacidad intelectual de los mizrahim, y amenazar con apuntarse ea las flotillas para Gaza].

El discurso de la desintegración no es consistente, y eso incluye el desdén por su extremismo. Pero sobre todo se ha precipitado hacia un lugar diferente: hacia un diálogo de odio. El odio hacia el Estado de Israel, hacia el proyecto sionista, hacia la opción de tener una nación judía.

Hay unos pocos miles, en la izquierda y en la derecha, asquenazis y mizrahim, que participan en esta conversación odiosa. Sin embargo, son poderosos y populares en ciertos medios de comunicación. Esta gente no tiene ningún interés en la solidaridad social. De hecho, es todo lo contrario, propagan el diálogo del desmantelamiento porque eso es lo que quieren.

La cuestión es que el discurso de la desintegración se basa en mentiras. Según los hechos objetivos, la sociedad israelí está cada vez más unida y solidificada, y es mucho menos extrema. El presidente habló de la existencia de las cuatro tribus con dolor, pero no con odio. Pero los motivos que empleó no le convierten en el portavoz indicado.

Haredim

Los haredim, por ejemplo, se han convertido en mucho más asimilados en la última década. Hay un aumento en el porcentaje de haredis que se alistan en el ejército israelí, y no menos importante, cada vez más haredis se unen a la fuerza laboral.

En el 2010, solamente el 40% de los hombres haredis trabajaban. En 2013, eran más del 55%. También hay un marcado aumento en el porcentaje de haredis que buscan títulos académicos.

Cada evento haredi de carácter negativo, como los ataques contra las mujeres en Beit Shemesh, despierta la atención y es amplificado por los medias. Sin embargo, el mundo haredi ha estado pasando por una revolución en los últimos años. Cada vez es más moderado, menos extremista y excluyente. Pero la impresión que desprenden los medias es la contraria.

Árabes

La segunda tribu es la de los árabes israelíes o palestinos con ciudadanía israelí. De acuerdo a la opinión popular, están creciendo cada vez más alejados del Israel judío y democrático.

¿Es esto así? La última encuesta realizada dice que el 39% de los árabes se sienten "orgullosos de ser israelíes", y que el 29%, el cielo nos ayude, se sienten "muy orgullosos". Es cierto que hay fluctuaciones debidas a la tensión generada por ciertos acontecimientos. Una encuesta de este tipo, dada en un momento de conflicto, tendría diferentes resultados que los obtenidos en tiempo de paz.

Sin embargo, estas fluctuaciones no pueden ocultar el hecho de que la tribu árabe, así como la tribu haredi, está pasando por un proceso de israelificación. Esto no significa que los árabes sean sionistas, pero tanto los árabes como los haredis, los dos grupos supuestamente fuera de la ética de la mayoría - necesaria para cualquier sociedad -, están en realidad embarcados en procesos de fortalecimiento de sus lazos con la mayoría.

Mizrahim

Lo mismo ocurre con la tribu mizrahi. La mayor parte de esta tribu, por cierto, no se autoidentifica como tal. Pero algunas muy pocas personas, muy radicales, despiertan gran parte de la atención. Si los extraterrestres de otro planeta llegaron a la tierra y leyeran la obra de algunos escritores mizrahim, obtendrían la impresión de que los judíos mizrahim y los asquenazis se combaten diariamente en las calles israelíes. En realidad, sorpresa sorpresa, las brechas se están reduciendo.

Según un estudio realizado por el profesor Momi Dahan y publicado el año pasado, las brechas entre los judíos asquenazi y mizrahi, en lo referente al promedio de sus ingresos individuales, se ha reducido en un 15%. Eso representa un 1% anual. La gran razón de esta disminución son los colegios privados. A diferencia de lo que se predijo en un principio, las universidades privadas se han convertido en un estupendo camino para que los mizrahim entren en la universidad, y a través de ésta a las profesiones mejor pagadas. Este proceso está en curso.

¿Y qué decir de su presencia en las élites? Pues bien, según la investigación de Dahan parte de la población mizrahi acumula el 5% de todos los ingresos, y está en proporción con su tamaño dentro de la población general. Ustedes pueden agregar a esto el hecho de que el 70-80% de los adultos mayores en Israel tienen nietos que son de ascendencia mixta mizrahim-asquenazi.

Esto no significa que no tengamos todavía motivo que celebrar. Todavía hay lagunas, no hay justicia distributiva, y hay una necesidad de tomar medidas. Pero al final del día, el tan elogiado crisol ya está demostrando ser un éxito a fuego lento, y eso ante la misma cara de sus críticos.

Etíopes

Las protestas de los israelíes de origen etíope que han estado en los titulares este año, han creado la impresión de que los judíos etíopes se han quedado atrás. No hay mentira más grande. El porcentaje de los etíopes nacidos israelíes que reciben su diploma de la escuela secundaria es del 53%. Eso representa solamente un pequeño porcentaje por debajo del obtenido por la población general.

Pero lo que es más importante es el increíble aumento de estas cifras, aunque es cierto que los nacidos en Etiopía siguen por detrás, pero los nacidos en Israel las están alcanzando casi en su totalidad. Esta no es una historia de fracaso, sino de un éxito espectacular.

Lamentablemente, sólo escuchamos historias de policías violentos que producen historias racistas, pero cuando les hablen solamente de ello y vean ignorar los logros y la disminución de las brechas, le están contando básicamente un fraude.

Racismo

Unos aislados incidentes violentos, dos de ellos especialmente repugnantes - la quema de un adolescente y la quema de una casa, con una familia que duerme en su interior - se han convertido en un elemento más que evidencia la existencia de una sociedad racista y violenta.

¿Es esto así? En los tranquilos y pacíficos Países Bajos, por ejemplo, hubo 117 casos de incendios premeditados dirigidos contra mezquitas entre el 2005 y 2010. Mucho más que en Israel. Pero incluso un solo caso de incendio, sólo uno, debe ser condenado. Pero esos 117 incendios no han convertido, para los medias israelíes, a los Países Bajos en un país racista. Con nosotros, un número mucho menor de ese tipo de acontecimientos ha conducido en nuestros medias a un sinnúmero de artículos sobre una sociedad violenta y racista

Sionistas religiosos

La tribu nacional religiosa ha absorbido la mayor parte de las críticas con respecto al aumento del extremismo nacionalista. Pero el intento de conectar el "price tag" (el nombre dado a ciertos actos de vandalismo dirigidos contra los palestinos por los nacionalistas judíos) de unos hooligans nacionalistas, o a los responsables de los dos asesinatos antes mencionados, al conjunto del público nacional religioso mucho más amplio es muy tenue.

Hay una tendencia entre los judíos nacional religiosos a convertirse en cada vez más haredi, pero también hay un fenómeno mucho más amplio hacia posiciones religiosas más liberales. Hay cada vez más sinagogas ortodoxas que están ampliando la igualdad para las mujeres. Hace una década el líder de un partido político nacional religioso no se habría atrevido a hablar de la igualdad de derechos para personas con diferentes orientaciones sexuales. Hoy está sucediendo. E incluso un asesino repugnante en el desfile del orgullo gay no cambia la tendencia subyacente.

El discurso de la desintegración

Entonces, ¿por qué el discurso de la desintegración se ha convertido en un consenso, tan poderoso, que el propio presidente de Israel fue atrapado en su trampa? Sobre todo porque se trata de un "discurso", no de un hecho. El investigador George Gerbner encontró que hay una gran diferencia entre lo que la gente "piensa de la realidad en la que viven" y los "hechos reales". Llamó a este vacío el "síndrome mundial ante los medias". Cuantas más personas están expuestas a los medios de comunicación, explicó Gerbner, más aceptan y absorben lo que exponen. Y los medios de comunicación, tal como les dice su naturaleza, acentúan lo negativo. Los resultados son predecibles.

El mundo se está convirtiendo cada vez más en un ente mundial, a diferencia de lo impresiones que podrían indicar lo contrario. De acuerdo con las estadísticas del Banco Mundial, en 1990 había 1,91 millones de personas que vivían con menos de 1,25$ al día. En 2011 fue sólo de mil millones. Y la reducción de la pobreza continúa. La yihad global está arruinando un poco el espectáculo mediante la difusión de la destrucción y la opresión, y la creación de millones de refugiados. Pero aún así, afecta a decenas de millones, no miles de millones.

Vivimos con un síndrome similar. El síndrome de la desintegración. Los medios de comunicación no se limitan a informar de los acontecimientos negativos, como el asesinato en Duma, sino que también dedican una parte mucho mayor de su tiempo a las voces radicales y disidentes, que se convierten en agentes de la realidad.

A veces, estas voces expresan su desaliento. A veces esas voces representan a fenómenos racistas que existen en la periferia, y se aplican a toda una sociedad. Las redes sociales amplifican esto.

En el plano político, no hay ninguna prueba objetiva de que la sociedad israelí esté cada vez más dividida o sea más extremista. Por el contrario, los últimos resultados de las elecciones, así como los de las que las precedieron, demuestran que los partidos con elementos racistas no obtienen representación en la Knesset. La gente está abandonando los margenes por la corriente principal. Eso es lo contrario del tribalismo y el extremismo.

Hay disputas políticas que son expresión de una democracia vibrante, pero el ethos colectivo es mucho más grande y sigue creciendo. Y a pesar de esto, el síndrome de la desintegración se las arregla para hacer que parezca cierto lo contrario. ¡No es que las disputas entre las diferentes facciones, entre las diferentes opiniones, sean cada vez más graves, es que las voces más extremas y los fenómenos marginales reciben una cantidad exagerada de atención.

Lo absurdo es que el síndrome de la desintegración tiene sus raíces en la libertad de expresión. El que escribe un poema o un artículo radical tiene más probabilidades de ser invitado en la radio, la televisión o el mundo académico (con la condición, por supuesto, de que sean izquierdistas, siempre izquierdistas).

Pero la creciente exhibición de voces extremistas no representa la verdadera expresión de la libertad de expresión. La mayoría de los derechistas religiosos no son pro-Torat Hamelech (un libro escrito por unos extremistas que dice que es permisible, en algunos casos, matar a los no judíos); la mayoría de los mizrahim no queman libros, ni basan su acción colectiva en el origen étnico; y la mayoría de los izquierdistas no son antisionistas.

Pero cuando los representantes de los Mizrahim son Ars Poetica (una agrupación de poetas mizrahim considerada como bastante radical por algunos) y los representantes de la izquierda son Gideon Levy y Yair Garbuz, el resultado es el pisoteo de la mayoría en nombre de la libertad de expresión . El resultado es una conversación sesgada. El resultado es el síndrome de la desintegración.

Israel ha sufrido de enfermedades crónicas durante décadas. La primera es el conflicto árabe-israelí. Un estado que ha absorbido enormes olas de inmigración de muy diferentes comunidades ha experimentado conflictos políticos profundos.

En cuanto a todo esto, los hechos nos dicen que la violencia política ha sido casi inexistente, que las brechas entre mizrahim y asquenazis se están reduciendo, y cada vez más haredi y árabes están cercanos a la corriente principal israelí.

Hay que recordar la elección violenta de 1981, las protestas de los años noventa, el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin, y el hecho de que los judíos de Etiopía comenzaran con nadie cercano, y miren donde estamos hoy. Debemos mirar en la dirección que estamos señalando: No hat más racismo, hay menos. No hay más violencia, hay menos.

No nos engañemos a nosotros mismos. Hay conflictos y también se dan fenómenos racistas. Pero la dirección es positiva. El Israel de hoy es un lugar un poco más decente de lo que podríamos pensar. El discurso de la desintegración es sólo un discurso. Se crea una ilusión en todo el país que haríamos bien en rechazar.

Nosotros hemos pecado y hemos hecho daño. No debemos ocultar eso. Pero incluso con nuestros pecados, y ante este Yom Kippur, somos dignos de ser inscritos en el libro de la vida para siempre.

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