Cuando Obama y Netanyahu comieron del árbol del conocimiento - Yoaz Hendel - Ynet

El presidente estadounidense, Barack Obama. no es un antisemita. Lejos de eso: Él es amigo de muchos judíos progresista de los Estados Unidos, y por lo tanto tiene dificultades para comprender nuestro interés en disponer de un Estado-nación.
Él no odia a Israel, pero cree que si Israel quisiera, y Netanyahu solamente apostara por ello, podría haber hecho las paces y sería recordado en las páginas de la historia. Es una cuestión de fe, como creer que Jesús caminó sobre el agua.
Obama no es un musulmán, sino simplemente un progresista radical que cree en el bien del hombre y cree todo el mundo puede ser así. Cuando habló al comienzo de su primer mandato en la Universidad de El Cairo sobre los derechos humanos y el Islam como una religión de paz, lo quería decir de todo corazón. Esa es la razón por la que trató de contenerse, para evitar la fricción, para ser más cercano.
No es su culpa que siete años más tarde de su discurso en El Cairo, Egipto haya sufrido una doble revolución, cientos de miles de personas hayan sido masacradas en nombre del Islam, y una organización sedienta de sangre llamada Estado Islámico utilice la decapitación y las ejecuciones (la más horrible y reciente de 200 niños) con el fin de transmitir un mensaje.
Obama no es un estúpido, y tampoco lo es el secretario de Estado, John Kerry. Firmaron el acuerdo nuclear con el gobierno iraní después de decidir que había llegado la hora de dejar el show. Los EEUU no tenían intención de atacar militarmente a Irán - ni durante el mandato de George W. Bush y definitivamente tampoco durante el mandato de Obama -. Todo lo que quedaba era encontrar una escalera para subir hacia abajo.
Después de Afganistán, Irak y la histórica sombra de la guerra de Vietnam, los estadounidenses ya no tienen pasión por las grandes guerras, y menos por las distantes. Obama, desde su primer día en el cargo, después de ganar el Premio Nobel de la Paz, no tenía intención de involucrarse en guerras.
No hay nada aleatorio en las decisiones tomadas por Obama desde que asumió el cargo, y no es de extrañar tampoco. Al igual que Frank Sinatra, lo hizo a su manera, incluso cuando los israelíes se pusieron en su camino. Y esa es toda la diferencia entre Washington y Jerusalén: La norma de la coincidencia.
En Israel, las guerras se desarrollan al azar, los funcionarios gubernamentales de alto nivel son nombrados en un método de "premiar a los amigos y personas de confianza", los ministros pueden ser sustituidos en 24 horas y el gobierno puede caer sorprendentemente. Si uno de los cohetes que de vez en cuando aterrizan en el Negev cae en una guardería, Dios no lo quiera, una operación militar se desencadenará. Si algún ataque terrorista termina con un gran derramamiento de sangre, la estrategia cambiará. Las decisiones se levantan y descienden a la velocidad de un mensaje de Facebook. Lo inesperado es superior a lo esperado.
Pero esto no sucede en América. No con Obama. No, es al revés: No hay nada aleatorio en el acuerdo con Irán, y no hay nada emocional o apresurado en lo que respecta a Israel. Sólo hay intereses. Siempre ha habido sólo intereses.
Después de siete años en la Casa Blanca, la reunión del lunes entre Netanyahu y Obama parecía ser la primera que ambos realizaban desde el árbol del conocimiento. No hay alegría como el alivio de la incertidumbre, dice aquí la gente. Probablemente alegría no es la palabra adecuada para describir la reunión del lunes por la noche, pero sin duda se llevó a cabo después de un largo proceso de alivio de incertidumbres.
Si Netanyahu pensaba que los estadounidenses podrían hacer el trabajo de Israel con relación a Irán, descubrió que estaba equivocado. si creyó que los deseos e intereses israelíes o saudíes en la batalla contra Irán eran importantes, descubrió que lo importante eran los intereses de los Estados Unidos.
Netanyahu no es un fans de Obama, y el presidente de Estados Unidos no está enamorado de él. Esos son los hechos de la vida. Las respuestas a las preguntas de quién tiene la culpa y quién empezó no son tan importantes. Al presidente Bush le gustaba el primer ministro Ehud Olmert, pero en 2007, cuando Olmert y el jefe del Mossad Meir Dagan se acercaron a él con la idea de atacar el reactor nuclear de Siria, los envió a la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA). En otras palabras, los echó para que lo averiguaran ellos mismos. El afecto no es la historia en Washington, y tampoco lo es la animosidad mutua.
Tampoco hay incertidumbres pendientes en lo que respecta a los palestinos. Si Obama pensaba que Netanyahu estaba planeando un movimiento a largo término para la paz, ya se habrá dado cuenta de que no va a suceder durante su mandato. Las rondas de negociaciones celebradas con los palestinos en los últimos siete años han sido tan aleatorias como las guerras con ellos. Netanyahu dice "dos estados para dos pueblos", y subraya que el Estado palestino será desmilitarizado, pero se está refiriendo a una versión completamente diferente de lo que eso implica para Obama.
La relación entre los dos es profesional y cortés, según comentó el embajador estadounidense en Israel, Dan Shapiro. En otras palabras, no existe una historia de amor y no hay grandes intereses en los que puedan estar de acuerdo o enfrentarse. Todo lo que queda es el espectáculo.
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