Saturday, November 07, 2015

Un nuevo revisionismo busca negar la conexión del pueblo judío con la tierra de Israel - Noam Ohana - Le Monde



El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha tratado recientemente, y de manera bastante miserable, de realizar una especie de reescritura de la historia dirigida a dar al gran muftí de Jerusalén el papel de instigador de la solución final. En realidad, él fue un hombre de confianza de Hitler y una persona excitada por la idea de que el asesinato de judíos fuera el punto focal del programa político del Führer.

Sin embargo, esta falsedad ha provocado un pequeño milagro: los líderes de un mundo árabe en el cual el negacionismo y el revisionismo del Holocausto funcionan de maravilla, se sintieron ofendidos de que se les acusara de ser la causa de un genocidio que ellos, sin embargo, a menudo niegan su alcance o incluso su existencia. Se hace incluso referencia al libro de Gilbert Achcar, un firme defensor de la causa palestina, quien hablando en su libro "Los árabes y el Holocausto" de esta negación la tildaba de "antisionismo de los imbeciles".

No obstante, otra forma de revisionismo ha experimentado un resurgimiento en los últimos años, y la última manifestación del terrorismo palestino ha recogido su edificante mensaje. Se trata de negar la conexión del pueblo judío con la tierra de Israel, en violación y desprecio no sólo de la historia y de la arqueología, sino también, y sobre todo, de la tradición islámica.

No habría así pues "Monte del Templo" y tampoco el monte Moriah, no habría más que la Esplanada de los Mezquitas y el Haram al Sharif o "Noble Santuario". Se puede considerar con sentimiento de buen laico que todas estas historias de lugares santos son sólo tonterías, pero luego deberíamos abstenernos de preferir un lugar santo sobre otro, sobre todo cuando una de esas "tonterías" precede a todas las otras en algunos milenios.

Uno de los episodios más conmovedores y patéticos en el fracaso de las conversaciones de paz de Camp David en el 2000, fue una escena ampliamente documentada donde se vio a Yasser Arafat tratar de convencer a un Bill Clinton sorprenddo que la historia del Templo judío era un mito, y que de hecho no existía ninguna conexión entre los judíos y Jerusalén. Sin entrar en un desarrollo teológico, parece esencial recordar aquí lo que es obvio: es porque Jerusalén era sagrada y santa para los judíos, que se ha convertido en también santa para cristianos y musulmanes.

Si el Corán es ampliamente silencioso con respecto a Jerusalén (el mismo nombre de la ciudad no figura), la tradición islámica está llena de referencias explícitas al hecho de que el Noble Santuario, la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca están erigidas sobre la ubicación exacta del Templo de Salomón.

No se le habría ocurrido al califa Omar, quien construyó la primera mezquita en el Monte del Templo en el siglo VII, negar el vínculo consustancial entre este lugar y el judaísmo. La tradición islámica relata que incluso fue un rabino yemenita, recién convertido al Islam, quién les mostró la ubicación exacta de la "primera piedra" en la que luego se construyó la Cúpula de la Roca.

El teólogo Ibn Taymiyya (siglo XIII), considerado como una de las referencias religiosas centrales de las corrientes wahabíes y salafistas actuales, estaba tan convencido de la relación entre este lugar santo y los judíos que desconfiaba del lugar. Él se opuso firmemente a lo que percibía como una exageración de la importancia de la Explanada y de la Cueva de los Patriarcas en Hebrón sobre la Meca y Medina.

Una de las pruebas más absurdas de esa misma tardía reescritura de la historia procede de los contradicciones del Waqf, el órgano encargado de la gestión de los lugares sagrados musulmanes en Jerusalén. Las guías publicadas y distribuidas por el Waqf a los visitantes antes de la creación del Estado de Israel se mostraban orgullosas de esta relación con el primer y segundo Templo judío y, en particular, con la figura del rey Salomón. La nueva guía publicada y distribuida el año pasado por el Waqf niega cualquier conexión entre el Monte del Templo, o incluso el Muro de las Lamentaciones, con el pueblo judío. Lo peor, probablemente, es la afirmación en esta última publicación de que el rey Salomón no era judío, sino musulmán... (algo que por supuesto es difícil de conciliar con la cronología de su reinado, anterior al advenimiento del Islam en aproximadamente 1.500 años).

Otro ejemplo de lo ridículo que es, y de la inconsistencia de este nuevo revisionismo nos fue proporcionado por la profanación de la tumba de José, un lugar sagrado de los judíos junto a la ciudad de Naplusa, en Cisjordania. En el 2000, la tumba fue escenario de enfrentamientos violentos y fue profanada por vez primera por una turba palestina. El IDF se retiró posteriormente de este lugar y los palestinos pasaron a declarar que en realidad se trataba de la tumba de un jeque musulmán, y pintaron la cúpula de la tumba de verde, el color del Islam. Pero esta tardía islamización de la tumba de José no fue suficiente para su protección, pues una multitud palestina volvió de nuevo a quemar la tumba, lo que nos confirma su carácter judío de la manera más absoluta.

Ya podemos escuchar las protestas de aquellos que niegan que el nuevo revisionismo sea la causa del derramamiento de sangre. Los ataques con cuchillos en las últimas semanas serían para ellos una "respuesta comprensible a la ocupación". Pero entonces, ¿cómo explicar el sorprendente paralelo con la matanza de Hebrón en 1929?

El Gran Mufti de Jerusalén, al que nadie puede robarle el crédito en este caso, había encabezado una campaña muy similar a la llevada a cabo actualmente por el liderazgo político y religioso palestino, afirmando que los judíos estaban a punto de destruir las mezquitas en el Monte del Templo. El rumor se extendió de manera más lenta que actualmente con las redes sociales, pero igualmente provocó el estallido de disturbios de extrema violencia. En Hebrón - donde el acceso a la Cueva de los Patriarcas fue prohibido a los judíos desde el siglo XIII - la matanza dio lugar a 67 víctimas judías civiles masacradas a cuchillo y hacha, entre ellas una docena de mujeres y tres niños menores de cinco años. No existía en ese momento ninguna "ocupación" y, sin embargo, las mismas causas produjeron el mismo efecto, con la excepción de que no hubo nadie para defender a estos desafortunados (solo unos pocos vecinos musulmanes). La masacre puso fin a una presencia judía de un milenio en la ciudad.

Ahora hemos podido escuchar a Mahmoud Abbas declarando en árabe que los lugares santos de Jerusalén pertenecían solamente a los palestinos, y que "los judíos no tenían derecho a profanar los lugares sagrados con sus sucios pies", además de declarar que "cada gota de sangre derramada por Jerusalén es limpia y pura". Terminó su intervención asegurando que los asesinos (los "mártires") estarían todos "en el paraíso", lo que debería tranquilizarnos. Es triste ver como Abu Mazen, quien comenzó su carrera académica con una tesis doctoral revisionista del Holocausto, haya acabado cayendo en otra forma de revisionismo, el revisionismo del Templo.

El "judaización de  Jerusalén", hoy algo desacreditado, un poco la cristianización del Vaticano o la islamización de la Meca, es un fenómeno al que deberíamos acostumbrarnos.

Sin embargo, los judíos israelíes, ahora los dueños de Jerusalén, tienen una responsabilidad especial. Ellos tienen el deber de preservar los lugares santos musulmanes y garantizar su acceso. Tienen una deuda, no al respecto de los palestinos, sino con aquellos musulmanes que más allá de la muy real persecución de las comunidades judías en el Oriente, permitieron la continuidad del culto sinagonal, y por lo tanto contribuyeron a la supervivencia espiritual del pueblo judío en el exilio. Es en ellos en quienes debemos pensar mirando al Monte del Templo, y no en los revisionistas que afirman que la presencia judía contamina este lugar sagrado. Es en las familias musulmanas que albergaron a las familias judías durante la matanza de Hebrón en 1929 arriesgando sus propias vidas en quienes debemos pensar, y no en el reino hachemita que habla de la libertad de culto pero prohibió a los judíos el acceso a los santos lugares desde 1948 a 1967, incluido el Muro de las Lamentaciones.

No habrá solución política duradera al conflicto palestino-israelí mientras el mundo árabe y musulmán no se reconcilié con la anterioridad de la presencia judía en la Tierra Santa y, por lo tanto, la legitimidad de esta presencia. Aquellos que piensan que la creación de un Estado palestino independiente pondrá fin al conflicto deberían caminar un par de horas por la Ciudad Vieja de Jerusalén con una kipá después del sermón del viernes. Si es que sobreviven a la experiencia, verán que se mata a los judíos, no a los ocupantes

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