Saturday, August 06, 2016

Cuando la verdad está prohibida: ¿Por qué los líderes occidentales se niegan a nombrar al terrorismo yihadista por su nombre? - Gadi Taub



La universidad ha sufrido una revolución asombrosa en el último medio siglo: disciplinas enteras han sustituido su vocación original, la búsqueda de la verdad, por otra diametralmente opuesta, la prohibición de verdad.

Una talentosa estudiante mía de un taller de escritura descargó su frustración por sus estudios de antropología con un breve guion que escribió. Trataba de una profesora de antropología posmoderna que se llamaba Relativa Strauss (en hebreo esto realmente suena como un nombre) que enviaba al estudiante Blindman a una expedición a las "islas" Bibisi para estudiar el ritual de una aislada tribu indígena.

Pero resulta que todo era un atrezzo comprado en IKEA, la tribu era falsa y toda la expedición fue un experimento elaborado por la joven antropóloga. El guion terminaba con el tal Blindman, que ahora había visto la luz posmoderna, dando una conferencia sobre el experimento llevado a cabo por el mismo, presentándolo mediante un PowerPoint titulado "La antropología como subversión de asistencia: El investigador como objeto de estudio, el campo como metáfora, la investigación como compensación". La última línea del guion era la primera frase de la conferencia de Blindman: "Estamos orgullosos de presentar el paradigma de la auto-alienación".

Si usted quiere entender gimnasia verbal del presidente estadounidense Barack Obama para evitar llamar al terrorismo yihadista por su nombre, o el ascenso de Jeremy Corbyn al liderazgo del Partido Laborista británico, o la renuencia general de los líderes europeos a la hora de admitir que puede haber un problema con aquellas partes de la comunidades musulmanas de sus países que practican la auto-segregación, este guion no es un mal lugar para comenzar.

Nosotros denominamos popularmente estas tendencias como “políticamente correctas” y las atribuimos a la conciencia de culpabilidad de Occidente con respecto al colonialismo, el imperialismo y el trato opresivo de los otros y de las minorías (por motivos raciales, de género o sexual, según sea la preferencia). Que esta "corrección política" tiene más que ver con los sentimientos de culpa propios que con firmes principios morales resulta ahora bastante obvio.

Pero si necesitábamos un recordatorio, la Asociación Nacional de Estudios de la Mujer en los Estados Unidos nos dio otro más. Recientemente votó unirse al boicot académico de Israel por razones de tratamiento de los palestinos por parte de Israel. No se le ocurrió a dicha asociación boicotear, por ejemplo, a Arabia Saudita, cuyo historial sobre los derechos humanos es incomparablemente peor, por no hablar de su tratamiento de las mujeres. Por supuesto, los saudíes son los Otros ahora, y los judíos hemos tenido la mala suerte de haber sido los Otros en el peor de los tiempos, y habernos convertidos en de los “Nuestros (occidentales)” en un momento en que cada vez está menos de moda serlo.

Pero para entender completamente esta tendencia tenemos que mirar más allá de la política y hacia los fundamentos intelectuales detrás de ella, porque el último medio siglo ha existido una asombrosa revolución en el mundo académico. Disciplinas enteras han sustituido su vocación original, la búsqueda de la verdad, por lo diametralmente opuesto: la prohibición explícita de decir la verdad.

Esta no es una prohibición institucional, por supuesto. Se desarrolló a partir de una tendencia filosófica dedicada al rechazo de la verdad, la realidad y los valores universales como derechos humanos. Se llama posmodernismo, y sus defensores son lo suficientemente buenos como para ocultar algunas de sus consecuencias más nefastas.

La forma engañosa en que presentan sus puntos de vista les da un aura democrática. Una vez, se nos dice, creímos en una verdad objetiva. Pero esto no nos justifica para imponer ahora nuestros puntos de vista como si fueran absolutos a todos los demás, y encima luego explotarlos sin piedad. Pero ahora que hemos madurado y hemos aprendido que no hay una verdad objetiva, solamente diversos puntos de vista, nos hemos vuelto más modestos y tolerantes, y menos explotadores.

Irónicamente, todo esto fue inmensamente magnificado no por las dudas estadounidenses sobre sus propios valores, sino por la confianza suprema de los Estados Unidos en ellos. Así ya no es posible imaginar que existan unas sinceras creencias antidemocráticas, de hecho estos posmodernos americanos encontraron más convincente que los ataques contra las aspiraciones universales del liberalismo nos harían de hecho más liberales, no menos. Para ello, simplemente, debemos extender y potenciar la igualdad de los valores de los diferentes pueblos, convirtiéndonos así en sensibles no sólo a los derechos políticos de los otros y de las minorías, sino también a sus culturas, su autoestima y sus puntos de vista morales.

Voy a dejar a un lado la clara contradicción entre la igualdad entre los pueblos y la igualdad entre los valores. Dando pie a la igualdad de los valores de aquellos que creen que las mujeres son propiedad suya no promueve especialmente la igualdad. Esto debería ser obvio. Menos obvio es que esta visión del mundo ostensiblemente plural se ha construido sobre el imperativo de negar lo que ven nuestros ojos.

He aquí un ejemplo de cómo funciona esta lógica en un campo que ya hemos mencionado, los estudios de la mujer. No es suficiente, explica Joan Wallach Scott, un destacado historiador del género, escribir sobre las mujeres en base a las categorías de su tiempo, por ejemplo, como trabajadoras (o madres o ciudadanas), ya que esto no "cambiara efectivamente las definiciones establecidas de esas categorías".

Por lo tanto el objetivo del investigador no puede limitarse a "descubrir nueva información acerca de las mujeres", porque esto sólo va a perpetuar las relaciones de género del pasado. Ya que "las representaciones de la historia del género en el pasado ayudan a conformar las del momento actual", la tarea del historiador debe cambiar. Él o ella, al parecer, no tienen que ser fieles a los hechos del pasado, sino a los objetivos futuros. En lugar de describir el pasado, se deben escribir narrativas que subviertan conscientemente la situación al servicio de agendas políticas actuales. Y ello debido a que el objetivo no es la verdad, sino el fortalecimiento de la mujer.

Opiniones como éstas se desarrollan, por supuesto, bajo el supuesto de que no hay tal cosa como una verdad en primer lugar. Pero el resultado es que pocos estudiantes de género obtienen una imagen fiable del pasado, incluso de la historia del feminismo en sí. Los temas que no promueven la potenciación acaban derogándose.

Cuando estudiaba sobre la teoría del género en una universidad estadounidense tuve el privilegio de asistir a una clase en el seminario de Joan de Scott. He oído hablar mucho acerca de las pioneras progresistas del feminismo como Elizabeth Stanton y Susan B. Anthony, que también se opusieron a la esclavitud. Pero no recuerdo ninguna mención sobre la organización de mujeres más grande de finales del siglo XIX durante la lucha por la 19º enmienda, la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza.

Este fue un movimiento reaccionario, a menudo racista, que quería el voto de las mujeres para que pudieran legislar contra pecados como el consumo de alcohol. Dado que algunas de sus líderes no se oponían a los linchamientos continuaron sin ser molestadas en el Sur, mencionar a la Unión por sus campañas favorables a templanza no ayuda, por supuesto, al proyecto de fortalecimiento de la mujer. Así que es mejor olvidarse de ellas.

Pero si describir el mundo - algo que debe estar prohibido ya que, presumiblemente, perpetúa sus relaciones de poder opresivas - ¿cómo los historiadores, sociólogos, antropólogos o estudiantes de género pueden investigar sobre su área de trabajo? Tales académicos posmodernos rara vez lo admiten abiertamente, al igual que Michel Foucault (cuando fue obligado a ello), y lo que recomiendan es la escritura de ficciones útiles. Más bien, por lo general, en lugar de describir el mundo optan por el análisis de cómo se construye nuestro discurso. Debemos evitar (la ilusión de) la realidad y centrarnos en la "deconstrucción" de nuestros medios de percibirlo.

De este modo, el estudio del Oriente, por ejemplo, se ha convertido en una virtual prohibición de su estudio tal como es. Se nos dice que los estudios orientales han colocado a los tradicionales
Occidente y Oriente a los dos lados de un microscopio metafórico. Occidente se ha "construido a sí mismo" como un "tema científico" a través de las lentes de una falsa objetividad científica y que  coloca al "objeto" indígena sin poder hacer nada ante su "microscopio". Para estos académicos lo que realmente debemos hacer es desmontar el microscopio. En resumen, nuestro propio discurso, no a la inversa, es el apropiado objeto de estudio.

Consideren el caso de Edward Said. Su libro de 1978, "Orientalismo”, no tiene nada que decir sobre el mundo árabe y musulmán, su trabajo gira alrededor de las descripciones de ese mundo por parte de Occidente. Cada afirmación acerca de Oriente se evalúa no con relación a la realidad de Oriente, sino a las políticas del observador, Occidente.

No hay que preguntarse "¿es verdad lo que cuentan?", sino más bien cuál es la agenda política detrás de su interés por decirla. La investigación no juzga el mundo que describe, sino al investigador. No hay que decir que Oriente es insensible a las mujeres, no porque no sea cierto, sino porque es poco favorecedor para el Oriente y por lo tanto es un preludio a la sospecha de que intenta oprimirlo.

Said fue criticado por posmodernistas más pedantes que él. Bhabha, por ejemplo, es aún más estricto en su prohibición de la verdad (que no existiría como tal). Por lo tanto, en su opinión, incluso la representación de Said de representaciones, es decir, el análisis de los textos occidentales sobre el Oriente de Said es sospechoso porque duplica, y así ayuda a solidificar, las mismas relaciones de poder que pretende combatir.

Por lo tanto, según Bhabha debemos insertar más - ¿cómo se debe decirlo? - en la ambigüedad y relatividad de nuestras descripciones. En lenguaje sencillo, debemos presentar al Oriente en términos más favorecedores a fin de cambiar las relaciones de poder, y al parecer incluso con carácter retroactivo, si es necesario.

Despojado de su ofuscación retórica sobre la "epistemología radical" y la "deconstrucción de categorías", el fin de su objetivo se vuelve de repente simple y crudo. Cuando era un joven periodista de la Radio del Ejército, entrevisté a un prominente intelectual posmoderno multicultural en un talk show nocturno. Como muchos de sus colegas, afirmó que el establishment sionista discriminaba a los judíos de los países musulmanes, tenía puntos de vista racistas acerca de ellos, y coercitivamente reemplazaba su identidad por una nacional al estilo occidental. No recuerdo no estar de acuerdo sobre el hecho de esa discriminación, aunque creo haberle comentado que, a pesar de todo, esos grupos de inmigrantes no estaban en contra de una identidad nacional judía.

Pero esto no dificultó nuestra discusión. Eso ocurrió solamente cuando le pregunté a mi interlocutor si creía que Israel debería haber respetado la estructura familiar patriarcal que los inmigrantes de los países musulmanes trajeron con ellos. Tachó mi pregunta en sí misma de "racista". Para él, no hemos de decir esas cosas, independientemente de que sea verdad o falso, ya que no representan a un grupo oprimido con la buena luz con la que debe ser presentado.

Es así como el estudio del mundo social se ha transformado en el imperativo de apartar la mirada de la realidad. Disciplinas enteras se han convertido en un esfuerzo continuo para purificar su propio discurso. Se han vuelto hacia adentro.

Esto es lo que el antropólogo Clifford Geertz llama "la hipocondría epistemológica". También es una forma de narcisismo académico. Dado que “no existe el mundo real”, sino solamente la narrativa y los discursos sobre él, y puesto que los académicos son los productores de esos discursos, se han “elevado a sí mismos a la categoría de creadores”. Y después de atribuirse un papel tan sublime a sí mismos, su preocupación es verses atascados en el ritual de lavarse las manos ante la auténtica realidad para que “la nueva realidad que están creando” de alguna manera se vea afectada por la edad.

Pero lo que los académicos hicieron es mucho menos importante que lo que han dejado de hacer. Han abandonado su vocación. Su obsesión con la purificación de su propia conciencia ha tirado debajo de la alfombra al estudio serio de la sociedad, que es la base para cualquier intento de reformarla.

El precio de este descuido es escarpado. Muchas de las élites actuales - políticos, periodistas, juristas, escritores e intelectuales - se han criado en este sofocante ambiente académico y creen que es el adecuado, incluso noble, prefiriendo su propio sentido de la justicia a la responsabilidad real ante la vida de los Otros. La negligencia se ha coronado disfrazándola de apertura y tolerancia.

Por temor a la islamofobia no hay que criticar la auto-segregación de las comunidades musulmanas en Occidente. Por miedo a ser etiquetados de racistas no debemos considerar restricciones a la inmigración. Por temor a que podríamos ser interpretados como misóginos no hay que discutir acerca de un posible abuso en las quejas de violencia doméstica en los juicios de divorcio. Por temor a dañar la autoestima de los estudiantes no hay que preguntar si necesita ayuda extracurricular con las matemáticas. Por temor a ser sospechosos de apoyar los asentamientos no debemos mencionar el flagrante antisemitismo de los escolares palestinos.

Por encima de todo, nunca debemos decir que defendemos los valores occidentales como unos derechos humanos universales, incluso por la fuerza en algunos casos, inclusive si los necesitan desesperadamente esos muchos Otros que sufren la opresión, la violencia, el terror y el genocidio.

Que pregunten a Nadia Murad Basee Taha, una mujer yazidi que recientemente testificó ante el Consejo de Seguridad de la ONU acerca de su tratamiento inimaginablemente brutal a manos del Estado Islámico. Ella afirmó su derecho a declarar. Dudo que Taha estuviera de acuerdo con Judith Butler, la principal teórica de estudio de género, que piensa que los movimientos yihadistas, como por ejemplo Hamas, deben ser considerados como parte de la "izquierda global".

Algunos observadores - muchos en Israel - creen que ahora que el terrorismo ha golpeado en Francia, Alemania y California, Occidente debe despertar y darse cuenta de que los valores democráticos necesitan una defensa activa. Pero es dudoso justificar tal optimismo. Cuando el sistema inmunológico de las democracias es tan lento a la hora lograr despertarlas de su sueño de belleza, los enemigos de la democracia llenan el vacío. Cuando el centro y la izquierda política están tan preocupados por la limpieza de su propia conciencia, la extrema derecha llena el lugar que han abandonado.

Esto es cierto en el ámbito internacional, donde poderes reaccionarios como Rusia e Irán están llenando el vacío que la administración Obama ha dejado en el Oriente Medio. Mientras tanto, en la política nacional, políticos como Marine Le Pen o Donald Trump están a punto de cosechar los frutos amargos de los temores del público.

Los que han tenido tanto cuidado en no criticar a los Otros debido a sus temores exagerados de parecer intolerantes, han abierto la puerta a los verdaderos intolerantes. Es dudoso que hayan rendido un buen servicio ya sea a sí mismos como a los Otros, esos por los que proclaman en voz alta que tanto se preocupan.

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