Notable artículo: Estimados activistas y combatientes por la Justicia Social: vuestra religión es el progresismo, no el judaísmo - Liel Leibovitz - Tablet
"Como judío", yo practico el judaísmo.
¿Es esta una declaración de pocas luces? Me disculpo. Es que muchos de nuestros hermanos y hermanas en estos días hacer una cuestión de repetir esto mismo: "como judío, yo debo hacer esto o aquello".
"Como judíos", nos gritan estos jóvenes activistas, deberíamos abrazar la plataforma del Black Lives Matters, incluso cuando singulariza al Estado judío, la único de las naciones del mundo que se permite calumniar y acusar surrealísticamente de genocidio. "Como judíos", nos informa un estudiante de doctorado, deberíamos rechazar la ocupación israelí de tierras palestinas, ese motor que conduce a nuestra gente al borde de la catástrofe. Y como nos dice el columnista Beinart, incluso deberíamos, "como judíos", levantarnos contra la prohibición francesa de los "burkinis", esa especie de traje de baño de cuerpo completo que algunas mujeres musulmanas eligen usar por el bien de la modestia mientras se bañan en la playa. Estas son todas las causas de agitación dignas de consideración "como judíos".
Sin embargo, todas ellas no tienen absolutamente nada que ver con los fundamentos de nuestra fe.
Hemos pasado bastante tiempo en los últimos años debatiendo que es un judío, una meta que ha provocado que descuidemos formular la pregunta más espinosa: ¿qué es el judaísmo? Es una cuestión que pertenece a los teólogos, una clase escolástica que, en nuestra tradición, es mucho más probable, tristemente, que se centre en ofrecer una lectura atenta y exhaustiva de algunas partes del texto sagrado que en abordar las relaciones fundamentales entre los principios de la fe y el suelo terrenal en que están enraizados. Es una pena, y necesitamos este tipo de investigación más que nunca, sobre todo ahora que los combatientes por la justicia social tan de moda utilizan nuestro credo como una bandera bajo la cual marchar y cobijarse en sus batallas.
En busca de inspiración, entonces, debemos mirar a nuestros hermanos cristianos. En 1923, la cristiandad americana recibió una clase magistral de claridad doctrinal cuando un apasionado presbiteriano llamado John Gresham Machen escribió un pequeño libro titulado "Cristianismo y Liberalismo". Demasiados de sus fieles contemporáneos, según él, "tienen la necesidad de mirar a su religión como un lienzo en blanco en el que poder proyectar los valores del liberalismo progresista. Han terminado viendo a Cristo como una metáfora, no como una deidad, un suave recordatorio para ser siempre buenos y amables, porque la bondad y la amabilidad son lo justo. Ellos leen la Biblia como un medio de afirmación, no como investigación, y siempre estaban dispuestos a ignorar las enseñanzas que les chocan, sin embargo amablemente asumen los últimos edictos de la modernidad". "Los liberales que no toleran las verdades esenciales del cristianismo", argumentaba Machen, "podrán hacer muchas cosas maravillosas, pero ellos no serán cristianos". Y todos, terminaba el teólogo presbiteriano, "harían mejor en dejar de fingir que estaban de acuerdo con unos valores que asumen de una manera meramente tangencial, pero que son el núcleo de la fe cristiana".
Ahora podemos imaginarnos el "buen recibimiento" que tuvo Machen y sus ideas. Rechazado y abatido, Machen renunció a su labor en Princeton y poco después era totalmente apartado del ministerio del sacerdocio por su negativa a comprometer sus creencias. Viajó extensamente para administrar su labor para los pocos que todavía le soportaban, y murió en uno de esos viajes el Día de Año Nuevo de 1937 en Bismarck, Dakota del Norte. Él tenía 55 años. Su tumba tenía la inscripción de griego con el lema "Fiel hasta la muerte". En un ambiente de cálidas necrológicas varias semanas más tarde, HL Mencken comentó a sus lectores que el fallecido "chocó con los reformadores que estaban tratando, en los últimos años, de convertir la Iglesia Presbiteriana en una especie de club literario y social, vagamente consagrado a las buenas obras".
Cómo se habría divertido Machen si hubiera tenido el tiempo suficiente para presenciar el judaísmo americano actual y ver en lo que se ha transformado: en apenas un club muy debilitado. Si hubiera entrado en nuestras sinagogas o leído nuestras publicaciones, habría perdido la esperanza al oír a muchos de nosotros hablar con reverencia del Tikkun Olam, ese "mandato" de reparar el mundo, como si fuera el centro de nuestra antigua fe, y como si ese "reparar el mundo", despojado de sus fuentes teológicas específicas, no fuera nada más que un vago sentimiento de benevolencia general profesado no sólo por los judíos, sino también por hindúes, zoroastrianos, miembros del club Kiwanis y prácticamente el resto de seres sensibles que contemplan la creación y tienen la fugaz sensación de que Dios tenía que haberse esmerado más para darle un toque más perfecto que estaban de acuerdo con unos valores que asumen de una manera meramente tangencial, pero que son el núcleo de la fe cristiana.
Afirmar que anhelamos la justicia social no nos hace mas judíos, al igual que afirmar que nos gusta la pizza no nos hace más italianos. Se trata de un estado de ánimo o de una moda, no de un sistema de creencias, y que tantos de nosotros parezcamos incapaces de captar la diferencia resulta desalentador.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Cómo podrían haber adivinado, es una pregunta complicada. En parte, tiene que ver con la fluidez de los términos que usamos cuando hablamos de ser judío. La nuestra, estamos de acuerdo, no es sólo un año religión, sino también una etnicidad, una confluencia que puede confundirnos al asumir que el judaísmo es lo suficientemente grande como para contener cualquier riqueza que queremos añadir. Pero no lo es.
Tan acogedor como pueda ser nuestra tradición con la disidencia y con las interpretaciones divergentes, en el núcleo del judaísmo no es posible un divorcio con las concretas bases teológicas en las que se apoya. Como la divina elección, por ejemplo: tanto si consideramos a los seguidores judíos de dicha fe, o a los miembros de esa nación, o ambas cosas, difícilmente podemos ignorar la verdad histórica y doctrinal que fue su fuente ahora o hace mucho tiempo, en las estribaciones de una montaña lejana, cuando aceptaron la extraña carga de convertirse en hijos predilectos de Dios. Considerado desde una perspectiva moderna, incluso cosmopolita, resulta una verdad incómoda, es por eso que muy probablemente no será muy discutido actualmente en artículos o sermones. Luchar con la relación que nos ata al Creador es difícil, es por eso que algunos nos predican ciertas sutilezas vaporosas como abrazar al Otro que son muy fáciles.
No me malinterpreten: no tengo ningún problema inherente con los valores progresistas, ni tampoco creo que no tengan su propio lugar en el judaísmo. Pero los valores progresistas o conservadoras, o las convicciones libertarias, o cualquier otra variedad de sentimientos ideológicos, no tienen su lugar en la religión a menos que nazcan, exclusivamente y con claridad y con fuerza, de la teología. De lo contrario, la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre y se convierten en una y en la misma: un lugar aburrido y ruidoso en el que ningún espíritu nunca podrá elevarse.
Es hora de que terminamos esta farsa. Aquellos de nosotros que encuentren de poca utilidad el judaísmo, excepto como campo de prácticas donde exponer su progresismo de buenos sentimientos, deberían utilizar mejores recintos donde potenciar sus intereses. Ellos provocan que el resto de nosotros sintamos la necesidad de darnos la vuelta y proclamemos que contorsionar nuestras creencias no representa nada más que utilizar el judaísmo en beneficio de la agenda política de moda. El resto de nosotros, los que seguimos interesados en ser judíos, haremos lo que aquellos que han estado interesados en ser judíos durante miles de años: vamos a seguir encontrando nuevas y significativas formas de lidiar con las cuestiones de nuestra fe. Nuestras respuestas serán diversas. Algunos de nosotros vamos a emerger con sed de reforma, otros con una recuperación de las viejas tradiciones. Algunos encontrarán la alegría en la ortodoxia, otros en el movimiento de renovación.
Pero todos aquellos que permanezcamos fieles al judaísmo deberíamos realizar tres votos:
- debemos comprometernos con el judaísmo según sus propios términos, no pensando en los nuestros.
- no debemos hacer valer el argumento de que nuestro compromiso (con el judaísmo) de alguna manera nos da la autoridad para hacer afirmaciones sobre cualquier otra finalidad que no sea la fe misma.
- debemos tener la decencia intelectual y moral de darnos cuenta que mientras las cuestiones políticas y teológicas a veces convergen, nunca son, en su esencia, las mismas cuestiones.Como judíos, no hay realmente ninguna otra cosa que debamos hacer.
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