Saturday, November 26, 2016

En el antisemitismo, Trump no puede ir por detrás - Shmuel Rosner



El presidente electo Donald Trump no es un antisemita. La gente alrededor de él - eso considero, con buenas razones - no es antisemita. Al menos la mayoría de ellos no lo son. O no tienen la intención de serlo. Si algunos de ellos albergan ciertos prejuicios, si algunos de ellos, incluido el propio Trump, tienden a generalizar acerca de los judíos con formas que nos parecen apropiadas, no es con intenciones maliciosas. Trump parece pensar que los judíos son buenos para hacer dinero. Él piensa que es un cumplido. Nosotros creemos, por experiencia, que no lo es. Es probable que él no entienda por qué alguien puede sentirse ofendido al ser descrito como bueno para hacer dinero. Hay que tener en cuenta que a veces un cumplido, que se expresa como un cumplido, no es un insulto.

El presidente electo Donald Trump también es un novato con una piel fina en la arena política. Su lenguaje es desenvuelto, su postura desenfadada. Arremete contra sus rivales políticos y no se ralentiza ante las señales de stop. Siguió llamando a Hillary Clinton la "deshonesta Hillary" durante la temporada de elecciones. Fue desagradable, pero acabó ganando, Trump ya no quiere ser desagradable con Clinton. Él ahora no busca ninguna investigación o persecución, ahora cree que Hillary Clinton ha sufrido bastante. ¿Esto hace de él un hombre amable? Apenas. ¿Justifica sus maneras contundentes durante la campaña? No es así. Pero sí nos dice algo sobre el hombre: sus ladridos no siempre se convierten en mordeduras.

El antisemitismo es un asunto serio. Potencialmente podría conducir - como lo ha hecho en el pasado - a consecuencias terribles. Las acusaciones de antisemitismo son un asunto serio. Usar la etiqueta de AS (antisemitismo) con un presidente de los Estados Unidos, o con sus asesores de alto nivel, es algo que debe hacerse con cautela, de mala gana, con moderación. Especialmente porque cuando no resuelve ningún problema, sólo sirve para alienarse a la gente. Además llamar al presidente de los Estados Unidos y a sus asesores antisemitas, permite ganar puntos políticos, reunir a las propias tropas con fines políticos, aumentar la recaudación de fondos y llamar la atención de los medios de comunicación, pero es peligroso e irresponsable. No me gustó cuando un determinado miembro del Congreso me dijo días antes de las elecciones que Trump era un antisemita ("No puedo creerle aun teniendo a su hija. Se puede tener una hija judía y todavía albergar sentimientos antisemitas"). No creo que sea prudente llamar a Steven Bannon un antisemita basándose en un comentario insensible que realizó (suponiendo que lo hiciera), según su ex mujer, sobre los "judíos refunfuñadores".

Escucho a mí alrededor como los judíos - los judíos de América - juzgan rápidamente y utilizan de manera muy suelta la retórica anti antisemita en estos últimos días. Una mujer me preguntó la semana pasada lo que Israel haría si Trump "nos hiciera llevar la estrella amarilla". Un hombre acusó a un diplomático israelí con el que hablé de "hacer negocios con el diablo” porque Israel deberá tratar con la nueva administración Trump. Las referencias a la década de 1930, a Alemania, a la novela “La conjura contra América”, se escriben y se escuchan en toda la comunidad judía. David Suissa tiene razón: es el momento de ir en contra de la histeria. Rob Eshman tiene razón: es demasiado pronto para pensar que la victoria de Trump es el apocalipsis.

Me resulta muy curioso que muchas de las personas que actualmente están gritando sobre las supuestas tendencias antisemitas de Trump son las mismas personas que se apresuraron a condenar al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, cuando utilizó la acusación de antisemita contra Irán. Lo condenaron gravemente por comparar al actual Irán contra la Alemania de 1938. Nos dijeron que esto era alarmismo. Nos dijeron que eran bravatas y tonterías. Me resulta muy curioso que muchas de las personas que actualmente están emitiendo similares advertencias sobre los supuestos sentimientos de Trump, me explicaban a mí no hace mucho tiempo que Israel debería ser más cuidadoso cuando argumentaba que ser anti-Israel no es muy diferente de ser antisemita. Las mismas personas que se mostraban muy impacientes con la tendencia de Israel a ver antisemitas detrás de cada esquina, ahora mismo los ven detrás de cada árbol. Las mismas personas que pensaban que Irán no justificaba la comparación nazi - negar el holocausto, buscar su borrado del mapa, el potencial nuclear de Irán - ahora están jugando con una similar comparación con respecto a su presidente democráticamente elegido.

Ellos no deberían seguir haciéndola. El antisemitismo es un asunto serio.

Pero tienen razón para esperar que su presidente - su presidente, les guste o no - lidere la carga contra esos elementos marginales y racistas que ven su victoria como la suya propia, que interpretan su victoria como una licencia para las palabras y para los hechos antisemitas. Trump, en su entrevista con el New York Times, dejó clara su condena de los puntos de vista y los movimientos supremacistas. "No quiero dinamizar esos grupos, y yo les repudio", afirmó. "No es un grupo que quiera dinamizar, y si ya lo están, quiero mirarlos y averiguar por qué".

Bueno, no es suficiente. Investigarlo y averiguar el por qué de su auge, no es suficiente. La lucha contra ellos sería más aconsejable. Tomar las medidas necesarias para domesticarlos sería suficiente. Detenerlos sería suficiente. Es cierto que muchos judíos han estado utilizando la etiqueta de antisemita contra Trump y su gente en los últimos días, pero también es cierto que muchos judíos han visto sus sinagogas o escuelas pintadas con esvásticas en los últimos días. Es cierto que muchos judíos han reaccionado de manera histérica ante el resultado de las elecciones, pero también es cierto que los incidentes antisemitas se dispararon durante la época de elecciones.

Un presidente de los Estados Unidos no puede ir a remolque. Y cuando lo hace, se verá sometido a muchas críticas, a justificadas críticas. Un presidente de los Estados Unidos no puede liderar el mundo yendo a remolque, y ciertamente no puede ir a remolque cuando hay graves problemas dentro de su propio país. Así pues, la condena inequívoca de Trump de los supremacistas, su negación al llamamiento de la alt-derecha (derecha alternativa), es oportuna y positiva, pero no es satisfactoria. Sabemos que el presidente electo Trump tiene una lengua afilada. La ha usado contra sus rivales políticos. Sin embargo, cuando habla de los intolerantes parece ser más moderado de lo que ha sido siempre. Sabemos que el presidente electo Trump cree en ser duro y agresivo en cuanto a la consecución de los objetivos, sin embargo, con los intolerantes todo lo que quiere hacer es "investigar el asunto", en vez de aplastarlos.

Trump construyó su campaña en la idea de que él no va a ser un pelele, que iba a ser contundente en el esclarecimiento de las realidades que sus rivales evadían. Sugirió que iba a actuar, mientras que sus rivales se dedicarían a hablar. Pues bien, el campo de batalla contra los antisemitas (los y anti-musulmanes, los anti-negros y los anti-inmigrantes) no es lugar para un presidente cobarde. Es el lugar en el Trump podría demostrar que es un tipo duro, evidenciando los muchos posibles beneficios de tener un presidente duro.

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