Sunday, December 25, 2016

Los Estados Unidos acaban de hacer más difícil la paz en el Oriente Medio - Elliott Abrams y Michael Singh



Evaluando el conflicto palestino-israelí al asumir su cargo, el presidente Obama decidió que los asentamientos israelíes eran el problema, y ​​ha insistido en un congelamiento total de la construcción. Lo que siguió fueron ocho años de estancamiento, de deterioro de las relaciones de los Estados Unidos con los israelíes y palestinos por igual, y la desilusión generalizada con la solución de dos estados.

A pesar de este historial, Obama ha preferido dejarlo por donde empezó: Abandonando el habitual papel de Washington de defensor de Israel en las Naciones Unidas, los Estados Unidos se negaron a usar su poder de veto y permitieron la adopción de una resolución del Consejo de Seguridad que condena los asentamientos israelíes.

Por su parte, el presidente electo Donald Trump había instado a que los Estados Unidos vetaran la resolución. El argumento de Trump no fue simplemente que Obama debería considerar las opiniones de su sucesor o que la resolución era claramente anti-Israel. También comentó que la medida impediría, en lugar de promover, la paz entre Israel y Palestina, y tenía razón.

En primer lugar, la resolución no quiere distinguir entre la construcción en los llamados bloques - es decir, los asentamientos al oeste de la barrera de seguridad de Israel, en los que viven aproximadamente el 80%  de los colonos - y la construcción al este de dicha barrera. La construcción en los principales bloques es relativamente poco controvertida en Israel y rara vez es el tema de las protestas palestinas.

El presidente George W. Bush trató de mover hacia adelante las conversaciones de paz en 2004 afimando aquello que todas las partes habían ya reconocido tácitamente, es decir, que no puede haber retorno a las fronteras de 1967 a la luz de la existencia de los bloques, y que cualquier frontera negociada tendría que reflejar esta realidad. Al negarse a confirmar la posición de Bush, Obama arrastró el proceso hacia atrás y nocivamente reabrió viejos debates.

Esta regresión se encuentra consagrada en la actual resolución, que "pone de manifiesto que no reconocerá ningún cambio" a las líneas de armisticio, y exige el cese de todas las actividades de asentamiento en todas partes. Esto es innecesario y poco realista, ya que los israelíes no admitirán una detención en aquellas ciudades que nadie discute que mantendrán, y es más que probable que esa petición pueda obstruir, más que facilitar, la reanudación de las conversaciones de paz.

En segundo lugar, la resolución recompensa a los que abogan por la "internacionalización" del conflicto, es decir, llevarlo a los foros internacionales, como la ONU, la Unión Europea o el Tribunal Penal Internacional, para así imponer condiciones a Israel en lugar de recurrir a las negociaciones.

Y la resolución, en efecto, trata de imponer condiciones a Israel y no sólo condena la actividad de asentamientos. Adopta, como ya hemos señalado anteriormente, la posición de que las líneas de 1967, en lugar de las realidades de hoy, son las que deben constituir la base de las conversaciones, a pesar del hecho de que muchas comunidades israelíes en el este de esas líneas tienen décadas de antigüedad y que los judíos han tenido una presencia casi continua en Cisjordania durante miles de años.

Implícitamente se prejuzga la resolución de Jerusalén Este - uno de los temas polémicos que dividen a las partes - mediante la caracterización de la construcción israelí allí como meras actividades de asentamientos, una postura que los israelíes rechazan. La resolución exigiría el cese absoluto de la construcción en Jerusalén Este, incluso en el barrio judío de la Ciudad Vieja, algo que ningún gobierno israelí nunca estará de acuerdo en aceptar.

Sin embargo, la resolución mantiene un llamativo silencio sobre las preocupaciones de Israel. No hay ningún llamamiento para otros estados reconozcan la existencia de Israel - y mucho menos su estado como un Estado judío - y que pongan fin al conflicto en su contra. Respecto a la incitación y el terrorismo, se establece ese falso equilibrio que se limita a pedir a "ambas partes" que se abstengan de ellos, a pesar del hecho de que Israel persigue a sus ciudadanos que recurren al terrorismo, mientras que la Autoridad Palestina los idolatra, nombra barrios y escuelas con su nombre y subvenciona a sus familias.

Irónicamente, aunque desde el punto de vista israelí este lenguaje puede favorecer a los palestinos, los palestinos razonables pueden sufrir por ello. Debido a que la resolución, ajena como es a cualquier iniciativa diplomática prospectiva o de abertura, producirá más problemas que mejoras sobre el terreno, desacreditando aún más la noción misma de diplomacia y de compromiso como vías para la paz, debilitando a aquellos que los defienden.

Por último, el apoyo estadounidense a esta resolución legitimará y estimulará el desproporcionado y unilateral enfoque de la ONU sobre Israel. Los Estados Unidos han criticado históricamente este sesgo que limita con el absurdo: Por ejemplo, Israel es el único país criticado por una comisión especial de la ONU sobre la situación de las mujeres, a pesar de ser el único estado en la región en la que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres

Décadas de tal discriminación no han hecho que Israel se vuelva más complaciente con sus críticos, y esta resolución no lo hará. En su lugar, reforzará la desconfianza de los israelíes sobre la ONU, erosionando así la capacidad del Consejo de Seguridad de contribuir a la paz que dice querer hacer avanzar.

Un veto de los Estados Unidos a la resolución no hubiera supuesto un respaldo de los asentamientos. Más bien, habría sido una afirmación de que este es un problema que sólo puede abordarse eficazmente mediante negociaciones. La mejor manera de animar esas negociaciones no es prejuzgar su resultado o unos horarios establecidos, sino crear las condiciones regionales adecuadas para ellos frente a aquellos que como Irán y el Estado Islámico se oponen a la coexistencia pacífica, así como las condiciones locales adecuadas para revitalizar los programas destinados a la construcción de confianza a través de la cooperación económica y de seguridad.

La paz en el Oriente Medio no se logrará a través de una votación en la ONU. Más bien, habría que renovar el liderazgo de los Estados Unidos en la región y la reconstrucción de las relaciones de confianza con todos nuestros socios allí. Por aquí es por donde la próxima administración debería comenzar.

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