Saturday, December 24, 2016

No, los colonos no controlan la política israelí - Shmuel Rosner - NYTimes


Colonos de Amona

Un gobierno que es repetidamente descrito, con una única justificación parcial, como el "más derechista" de Israel, está a punto de evacuar un asentamiento judío en Cisjordania llamado Amona.

Los colonos han luchado tan duro como han podido, gritando desde los tejados, amenazando al gobierno y ridiculizando al Tribunal Supremo de Israel que ordenó la evacuación de las casas que construyeron ilegalmente en tierras de propiedad privada palestina. Pero en última instancia, tendrán que desalojar sus hogares. El gobierno - aunque de mala gana - se rige por la ley y acatará el fallo del Tribunal. La fecha límite para la evacuación es de 25 de diciembre, aunque se ha solicitado un retraso.

En la conversación política actual, tanto dentro como fuera de Israel, se ha convertido en un cliché afirmar que el movimiento de los colonos tiene una enorme influencia sobre el gobierno israelí. Pero la evacuación de Amona evidencia, una vez más, que esa suposición tan común es incorrecta.

Esta no es la primera vez que Amona, un puesto avanzado de alrededor de 40 familias, se ha convertido en un elemento importante de discusión para Israel. El gobierno ya evacuó las casas del asentamiento anteriormente, en 2006. Hubo choques violentos entre los colonos y la policía israelí, pero la evacuación terminó tal como el gobierno había planeado. Ese evento, no mucho después de que el primer ministro Ariel Sharon evacuara a 25 asentamientos en Gaza y Cisjordania, sacudió al país y profundizó la brecha entre el movimiento de los colonos y el resto de Israel.

Desde entonces, Amona ha sido una especie de símbolo. Los colonos aprendieron una lección y también enseñaron otra al gobierno: La evacuación de los asentamientos pueden convertirse rápidamente en algo muy desagradable.

Esa es sólo una de las razones por las que el actual gobierno israelí es menos entusiasta acerca de tener que evacuar Amona. Además de los temores ante posibles enfrentamientos con los colonos, el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu tendrá que actuar en contra de su propia circunscripción política, donde a una buena parte de la cual le gustaría evitar la evacuación.

Y sin embargo, el gobierno no tiene otra opción. Los intentos de eludir las órdenes del Tribunal Supremo, por ejemplo mediante la introducción de una ley que forzara a los propietarios de la tierra donde se ubican los asentamientos a aceptar una compensación, han fracasado. Netanyahu se encuentra ahora en una situación muy similar a la de anteriores primeros ministros de la derecha: Ariel Sharon, uno de los padres del movimiento de los asentamientos, evacuó a los colonos de Gaza. Ehud Olmert, un viejo ministro del Likud, se enfrentó con los colonos de Amona en 2006. Ahora es el turno de Netanyahu de dejar claro que el perro que mueve la cola - el gobierno israelí - evacuara a los colonos cuando tiene que hacerlo.

La idea de que los colonos son los que verdaderamente mueven los hilos de la política de Israel en los territorios ocupados resulta conveniente tanto para los detractores como para los defensores de Israel. Para los críticos, es una prueba de que Israel no busca verdaderamente la paz y que no es un país de ley y orden. Es la prueba de que milicias de ciudadanos armados, sus grupos de presión políticamente activos y el público detrás de ellos, controlan las acciones de Israel, y por lo tanto es inútil cualquier intento de negociar con el gobierno democráticamente elegido de Israel.

Para los defensores de Israel, también es conveniente hacer de los colonos el chivo expiatorio de todos los supuestos pecados de Israel. No somos nosotros, son ellos las personas malas, los ocupantes, los rebeldes, los zelotes, los colonos armados a los que no podemos controlar. Israel, en este relato, quiere la paz, pero su peculiar sistema político da demasiado poder a los pequeños grupos ideológicos, y así el país no puede superar el obstruccionismo de los colonos.

Sin embargo, existe una amplia evidencia en la historia política de Israel de que los colonos no tienen un poder de veto sobre la política del gobierno. No pudieron evitar que el gobierno de Menachem Begin se retirara de la península del Sinaí a principios de 1980. No pudieron evitar que el gobierno de Yitzhak Rabin  firmara el acuerdo de Oslo en 1993. No pudieron impedir que el gobierno de Sharon retirara a cerca de 15.000 colonos y a sus aliados de la Franja de Gaza y Cisjordania. Y no podrán impedir la evacuación de Amona en las próximas semanas.

Todo esto no quiere decir que los colonos no tengan influencia en las políticas de Israel. La tienen. Tienen el respaldo de muchos israelíes y de muchos políticos. Tienen grupos de presión influyentes. Están más dedicados a su ideología que la mayoría de los israelíes, y están dispuestos a invertir su energía y tiempo en la promoción de sus objetivos. Deben ser admirados, no denigrados, por estas cualidades. Ellos son ciudadanos ejemplares, involucrados, patrióticos, altamente comprometidos y serios.

No obstante, las políticas que predican son el problema. La mayoría de los israelíes - al menos por ahora - no quieren que Israel se anexione Cisjordania y se convierta en un estado binacional. La mayoría de los israelíes - al menos por ahora - quieren que Israel siga siendo un país de leyes. El intento de los colonos de borrar la línea entre Israel y los palestinos no sienta bien con el deseo de los israelíes de separarse de los palestinos.

Pero los colonos de Cisjordania son una pequeña minoría: son algo más de 350.000 ciudadanos en un país de ocho millones. Sus incondicionales tienen poder en el Parlamento, pero es limitado.

Cuando se evacue finalmente Amona, será útil recordar que cada vez que el poder de los colonos fue probado contra un gobierno firme estuvieron en el lado perdedor. No merecen que les echen la culpa de las acciones de Israel o de su falta de acción. Ellos sólo son uno de los muchos grupos que configuran la política israelí hacia los palestinos, pero difícilmente son el principal motor de las decisiones políticas significativas.

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