Sunday, July 02, 2017

¿Quieren resolver la controversia del Kotel? He aquí una idea salvaje: hagan política - Liel Leibovitz




¿Por qué cosas malas le siguen ocurriendo a la gente buena y progresista? Esa es al parecer la pregunta que corre en boca de todos estos días: Los moderados miran con asombro como Donald Trump asume el cargo más importante de la tierra, los liberales lloran la derrota electoral de la esperanza demócrata Jon Ossoff en Georgia, y ahora la mayoría de los judíos americanos son testigos de como Bibi Netanyahu mata un acuerdo que habría permitido a cualquiera rezar en el Kotel bajo cualquier forma que quisiera.

Entonces, ¿por qué estos chicos buenos siguen perdiendo? Tras el día después de cada derrota, un montón de expertos explican que el problema es la excesiva moderación y la falta de odio: Si los buenos desean ganar, según esta lógica, deben adoptar las formas nefastas de sus enemigos y ser mejores que ellos echando las bilis; también deben dominar las artes oscuras de escupir obscenidades y acabar con los debates, que nunca son gran cosa. Sin embargo, otros argumentan que el problema es la propia verdad: los enemigos utilizan mentiras, y como los buenos son siempre demasiado honestos siempre acaban perdiendo, un resultado final preexistente que puede deshacerse sólo si aprenden a mentir audazmente.

Aquí está el problema con sus explicaciones que escuchamos todos los días en la televisión y leemos en los periódicos y en las web de noticias, y que podemos capturar en conversaciones tomando una copa de Chablis en el Upper West Side o en Silver Lake.

Pero todo esto es realmente absurdo. Entre la supuesta buena gente estafada que podemos hallar todo el tiempo y en todos los lados, no hay escasez de utilización del odio, en plena ebullición en estos días. Entonces, ¿qué se supone que se debe hacer para que la gente progresista, normal y corriente, que no está demasiado ideologizada de una manera u otra, y que desea decencia, cortesía y civismo, para que vuelva a encontrar el camino? No es una pregunta retórica. La respuesta se encuentra en una antigua forma de arte cuyo significado se ha oscurecido últimamente, pero que sigue siendo uno de los mejores remedios al que el ser humano puede recurrir en tiempos de oscuridad, y que es un compañero esencial en nuestro proceso vital de aprendizaje y maduración. ¿Qué como se llama ese arte? Se llama política.

Para una introducción rudimentaria a su auténtico esplendor, basta con ver lo que pasó esta semana en Jerusalén. Cuando su intento de forzar al gobierno israelí a firmar un compromiso se vino abajo esta semana ante la sorpresa de nadie, los líderes de los movimientos judíos reformistas y conservadores reaccionaron como los demócratas en estos días, declarando dicha derrota una victoria moral y experimentando una enorme indignación

El contratiempo, exclamaron al unísono los líderes del judaísmo de la Reforma y Conservador, era nada menos que una “traición”, un golpe tan catastrófico después del cual cualquier conversación adicional era inútil: el movimiento de la Reforma se echó la manta a la cabeza por medio de su líder, el rabino Rick Jacobs, y afirmó que ya no estaba interesado en una negociación con el Estado judío.

Es una pena. Mientras que a muchos de nosotros en Poughkeepsie, Phoenix y Portland no nos preocupa particularmente Bibi, nos importa mucho menos que nuestros líderes judíos se pasen casi todo su tiempo avanzando las causas progresistas de moda, y que casi ninguno de ellos se dedique a lo que observamos de forma natural, reconociendo que ante la abundancia de unos peligros actuales y reales, deberíamos fijar nuestras prioridades en consecuencia. Y cuando vemos como el liderazgo judío americano, una y otra vez, lanza una reprimenda tras otra al gobierno democráticamente elegido en Jerusalén por sus imperfecciones, mientras que, por ejemplo, alaban al líder de un partido árabe-israelí cuyos diputados han pasado de contrabando teléfonos a terroristas palestinos condenados y compara al Estado judío con la Alemania nazi, uno puede sentirse un poco inseguro acerca de la sabiduría de nuestro liderazgo.

¿Cómo entonces debemos proceder si somos personas que estamos profundamente comprometidos con el acceso igualitario al Kotel, pero no estamos interesado en incendiar toda nuestra relación con el Estado de Israel por esa cuestión?

Aquí es donde entra en juego el arte de la política, y nos ofrece tres armas para librar estas guerras: nuestros dólares, nuestros traseros y nuestras palabras.

Lo primero es lo más fácil: Comiencen a dar dinero solamente a aquellas organizaciones que realicen un trabajo que encuentren a la vez esencial y propiamente judío. Es una decisión muy personal, pero aquí tienen una buena regla de oro: Cuando alguien les diga que está realmente comprometido con el “Tikkun Olam”, pregúntenle exactamente que significa eso. Si la respuesta es tan vaga como habitualmente, envíen su cheque a Meals on Wheels en su lugar, o bien a Chabad, que puede organizar casi todo, desde una comida de Shabat a un rescate de emergencia tras las secuelas de un terremoto en un rincón remoto del mundo.

Si están disgustados con unos líderes que tienen poco interés en el fino arte de la política, la respuesta es hacerlo usted mismo y colocar su trasero en Israel. Al llegar allí, no realice protestas ante los medios de comunicación habituales o programen reuniones con funcionarios de alto nivel sólo para cancelarlos. En su lugar, simplemente charle con unos amigos, y pronto verán como sorprendentes coaliciones van tomando forma. Aquí está una idea: Imagínense que las mismas personas que discuten apasionadamente sobre el derecho de todos los judíos a orar en cualquier lugar del Kotel extiendan ese interés por ese mismo principio universal de que los judíos que lo deseen puedan orar en el Monte del Templo, a pocos pies de distancia.

Imaginemos que los que se sienten perfectamente cómodos ofendiendo la rígida sensibilidad religiosa de los judíos piadosos se comportaran de la misma manera con las sensibilidades igualmente rígidas de los musulmanes piadosos, y les informaran que creen en la libertad de religión en todas partes y para todos. Haciendo eso, y se trata de utilizar un argumento moralmente sólido y lógico, también abriría un diálogo con una amplia franja de israelíes religiosos que podrían apoyarles porque les verían no sólo como el típico guerrero social justiciero y sesgado de la izquierda, sino como una persona de principios comprometida con la política adulta.

Y por último, están nuestras palabras, que todavía tienen una gran importancia, aunque muchos parecen querer constreñirlas a los 140 caracteres o menos de las redes sociales. Si están molestos por el colapso del compromiso, hablen. No en Facebook o en Twitter, sino en la sinagoga y en una carta al editor, o en una llamada telefónica a su rabino local. Dígales que están furiosos porque Bibi se ha plegado de una manera muy predecible a la presión de los haredi. Dígales que también están irritados con los líderes del judaísmo de la Reforma y Conservador por manejar tan mal esta crisis. Dígales que se niega a ser secuestrados por dos partes inflexibles, ninguna de las cuales parece ofrecer una gran visión para el futuro. Dígales que ya hemos tropezado con este tipo de pensamiento de suma cero aquí, en los Estados Unidos, y que no ha funcionado nada bien.

No hay razón para tratar de replicar esos métodos cuando se trata de nuestra relación con Israel. En cambio, necesitamos una nueva forma de pensar, de hablar y de sentir, una que comienza donde termina la tribuna.

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