Sunday, August 27, 2017

Los estudiantes son los nuevos maestros y el resultado es la tiranía en el campus - Brendan O'Neill - Spectator



En pocas semanas, llegará una nueva remesa de estudiantes, todos frescos y emocionados, a las universidades de todo el país. Estarán emocionados ante la perspectiva de escapar del dedo protector de mamá y papá, ansiosos por absorber nuevas ideas. Pero me temo que están de camino a un rudo despertar. A menos que sean muy afortunados, pronto se encontrarán envueltos en un mundo que es más censurador que estimulante y que les enseñará no a cuestionar ideas, sino a aprender de memoria el credo progresista. Se necesitará a un joven valiente y resistente para sobrevivir a esta universidad con su curiosidad intelectual intacta.

Cada aspecto de la vida en el campus, desde lo que se puede decir sobre cómo debes ir de fiesta, es minuciosamente vigilado por lo que denominé “estudiantes carentes de sentido crítico" hace tres años. Las políticas de Not Plataform rigen estrictamente quién puede hablar en el campus. Cualquier persona, no importa cuál sea su trasfondo político o credenciales supuestamente liberales y progresistas, pueden sentirse ajenos al campus por tener la opinión equivocada a los ojos de la Stasi de la política estudiantil.

Los famosos "espacios seguros", esas zonas libres de controversias (que desafían a lo políticamente correcto) donde los estudiantes no pueden enfrentarse al mundo real y donde pueden llorar y abrazar "a animales en busca de apoyo emocional" (esto no es una broma), son casi obligatorios. Los periódicos están en la lista negra: un creciente número de sindicatos estudiantiles han prohibido el Sun, el Mail y el Express sobre la base de que “son racistas y sexistas, y por lo tanto perjudiciales". En el último año académico, incluso los estudiantes de la City University de Londres, famosos por su escuela de periodismo, justificaron la prohibición de los tabloides. ¿Una escuela de periodismo donde no se puede leer el periodismo popular? Gracias a los jóvenes botarates de la Unión Nacional de Estudiantes (NUS, organización izquierdista y políticamente correcta, enfocada en las minorías, y con gran comprensión con el Islam)  y a los rectores y vicerrectores que se inclinan ante ellos, la lista de lo infranqueable, indecible e impensable crece cada año. Todo lo adulto ha sido suprimido.

Cualquier sociedad estudiantil cuya visión del mundo no sea una copia de lo que patrocina la NUS vive bajo una permanente amenaza de censura. Los eventos de la sociedad de Israel, por ejemplo, son boicoteados violentamente; a los grupos pro-vida se les niega el espacio en las ferias de estudiantes de primer año. En la University College de Londres, una sociedad nietzscheana fue prohibida por temor a que pudiera alimentar el pensamiento de extrema derecha. Así hablan los Censores.

El mensaje del oficialismo estudiantil es implacable: piensen como nosotros, o ya saben a lo que se atienen. El resultado es que la universidad se vuelve cada vez menos una universidad. Ahora se asemejan a fábricas de conformismo, entrenando a su cuerpo estudiantil para no pensar libremente, sino más bien a temer a los librepensadores y excéntricos; a esconderse de la provocación; y a entrenar y premiar su autoestima mucho más que su desarrollo intelectual.

En los tres años transcurridos desde que en el The Spectator se habló de estos “estudiantes carentes de sentido crítico", la situación se ha vuelto mucho peor. La locura del campus se ha intensificado. Peor aún, se ha americanizado. No contentos con someter los sueños a los prejuicios de la Not Platform y la clase media sobre los periódicos sensacionalistas y la cultura popular, estos jóvenes clones están importando alegremente los peores excesos de la histriónica cultura de los campus de los Estados Unidos. Estas son muy malas noticias, porque si ustedes miran lo que está sucediendo en los campus de América, podrán comprender la aterrorizadora penetración y la funesta influencia que las políticas de la identidad puede tener en la vida y la libertad diarias. El problema es que la mentalidad del "espacio seguro" ya no permanece contenida en los campus. Un año después de graduarse, los estudiantes que han sido entrenados para ver la seguridad políticamente correcta como preferible a la libertad y a las preguntas difíciles, permanecen hipersensibles en su autoestima al enfrentarse al mundo real, llevándose su mentalidad del "espacio seguro" con ellos. Al igual que los amasijos de las películas B, los espacios seguros se liberan y ahora amenazan con tragarse la vida pública.

Los estudiantes radicales en los Estados Unidos castigan regularmente a los oradores con los que no están de acuerdo. Los activistas estudiantiles de la Universidad de Brandeis lograron cancelar un título honorario para Ayaan Hirsi Ali por ser "islamofóbica". A principios de este año, los estudiantes de Middlebury College en Vermont agredieron físicamente a un académico que intentaba proteger a Charles Murray, un orador conservador invitado al que consideraban racista. Los activistas y los estudiantes "Antifa" en Berkeley promovieron fuegos para prevenir que hablara el provocador líder de la alt-derecha Brit Milo Yiannopoulos. Berkeley fue el lugar de nacimiento del Movimiento por la Libertad de Expresión en la década de 1960, cuando los estudiantes exigieron más debate, no menos. Pero los manifestantes anti-Milo incluso quemaron una réplica de una simple pancarta que decía "Libertad de palabra".

Nuestros propios líderes y activistas estudiantiles asumen que sus compañeros son moralmente débiles y deben ser protegidos de las palabras dolorosas (las que desafían la corrección política) o de la controversia. Pero en los Estados Unidos han ido mucho más allá. El autoritarismo del campus es más oscuro, más impulsado por la raza. No sólo gobierna en la ideología y en la opinión, sino en la conversación cotidiana, e incluso en la vestimenta. En los Estados Unidos, el estudiante/activista modelo Stasi condena con furia la "apropiación cultural", que es cuando un miembro de un grupo racial toma prestada la cultura de otro (con disfraces por ejemplo, o en la cocina). Intervienen minuciosamente en la interacción entre negros y blancos. Vean el vídeo del año pasado de un estudiante negro en la Universidad Estatal de San Francisco enfrentándose físicamente a un estudiante blanco con rastas, y amenazándole con cortarle sus rastas porque "esa es mi cultura", y verán lo aterrorizadora que es esta miopía racial.

O bien observen lo que sucedió en el Evergreen State College en Washington en mayo. Cuando el profesor de biología Bret Weinstein se negó a tomar parte en la proposición de un día de segregación racial - un "día de la ausencia", así se denomina entre los estudiantes, por el cual docentes y estudiantes blancos debían estar de acuerdo en ausentarse de la universidad para así “comprender” el rechazo vivido por los estudiantes negros - todo el infierno se desató. Las turbas estudiantiles invadieron las conferencias, exigieron la renuncia de Weinstein y rodearon efectivamente a los jefes universitarios en sus oficinas y se negaron a dejarlos marchar hasta que aceptaran la agenda racial y divisiva de los estudiantes. Este fue un paso adelante de los “estudiantes carentes de sentido crítico”, un autoritarismo estudiantil al estilo de la novela “El Señor de las Moscas”: jóvenes amenazantes usando tácticas de la mafia para hacer cumplir un programa izquierdista pero profundamente reaccionario.

Tanto si nos gusta admitirlo como si no, en Gran Bretaña nos inclinamos hacia la cultura norteamericana, especialmente en la cultura juvenil. Y ahora nuestros estudiantes, siempre en busca de nuevas maneras de afirmar su autoridad de pacotilla, están comenzando a imitar lo que está sucediendo a través del Atlántico.

Este año, la Unidad de igualdad y diversidad de Oxford advirtió al personal que el no realizar un contacto visual (no mirar) con ciertos estudiantes podría ser interpretado como racista y que preguntarle a un estudiante sobre sus orígenes representaba una microagresión que puede perjudicar su salud mental. La NUS ha declarado la guerra a las microagresiones raciales, que describe como formas "encubiertas, sutiles" de racismo. Se trata de coletillas y dichos habituales en la conversación que no tienen ninguna intención racista pero que los activistas sienten que deben ser prohibidos.

Así como las universidades estadounidenses están bajo presión para quitar las estatuas de viejos prohombres blancos "problemáticos", así el Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King's College de Londres (KCL) anunció este año que eliminaría todos los retratos y estatuas de sus fundadores porque... bueno, son todos blancos. Esta limpieza histórica de la KCL para prevenir y detener la furia racial de los estudiantes y activistas radicales, sólo intensificará por supuesto las demandas estudiantiles para una mayor corrección política racial. Los estudiantes quieren que un busto de Cecil Rhodes en el Oriel College de Oxford sea removido, que los currículos de todo el país sean "descolonizados" y que los estudiantes negros y de las minorías no deban leer tanta "filosofía hecha por blancos". Esta fue en una demanda de los estudiantes del SOAS de este año, que los "filósofos blancos", incluyendo pensadores ilustrados como Kant, no aparezcan en el plan de estudios para que los estudiantes negros se sientan menos aislados.

La desagradable y paternalista política estadounidense del pensamiento racial se impone al por mayor en la vida del campus británico, a pesar de que la historia social de Gran Bretaña está mucho menos afectada por el racismo que la de los Estados Unidos. En el pasado año académico, Cambridge fue criticado por los estudiantes por servir comida "culturalmente insensible" (platos exóticos que no reflejan adecuadamente la comida de los países a los que pertenecen); el musical Aida fue cancelado en la Universidad de Bristol después de una "revuelta estudiantil" por los estudiantes blancos que aparecían como esclavos egipcios; y en la Universidad de Edimburgo la policía estudiantil insistió en que los estudiantes blancos no debían vestir nunca como Pocahontas.

Si nuestros estudiantes censores van a importar la locura de los campus de los Estados Unidos, necesitan saber que significa que también importarán sus consecuencias. Y esas consecuencias son terribles. Nadie puede imaginarse que es una buena cosa crear una generación incapaz de aceptar cosas que no le gustan o con las que no están de acuerdo. ¿Cómo sobrevivir así en una democracia pluralista? Es vital poder escuchar a la gente, tener un desacuerdo civilizado, participar en un debate, cambiar de opinión.

El "espacio seguro", al proteger a los estudiantes de lo desagradable, está produciendo un ejército de dogmáticos hipersensibles. Ya podemos ver esto en los EEUU, con el actual estallido de polémicas con las estatuas. Y lo podemos ver en Europa con la alarmante revelación de que cada vez menos jóvenes creen en la libertad de expresión y en la democracia.

Otra consecuencia de esta totalitaria corrección política en los EEUU ha sido el surgimiento de Trump. Está cada vez más claro que el cada vez más incómodo totalitarismo académico, extendiéndose en la política y en la vida pública en los Estados Unidos, ha generado perplejidad y a veces furia entre la gente común. La mentalidad del "espacio seguro" ha creado una reacción muy insegura. Los estadounidenses eligieron a Trump precisamente porque parecía enfurecer a los liberales de izquierda que pretendían sofocar la libertad de expresión. Y Trump inflama deliberadamente la indignación de los electores de la izquierda al defender una nueva política de identidad para la derecha. Los trumpistas ahora existen en gran parte para molestar a la izquierda radical, y la izquierda radical, por su parte, vive para enfurecerles.

¿Esta política polarizada llegará aquí también?

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