Sunday, December 09, 2018

Gran artículo: Los antisemitas y sus apologistas judíos progresistas - Jonathan Tobin - JNS.



Lo más interesante del actual incremento del antisemitismo de la izquierda no es tanto el odio que está impulsando esta tendencia sino el impulso de tolerarlo o incluso justificarlo por parte de algunos dentro de la izquierda judía.

Tras el tiroteo de la sinagoga de Pittsburgh, no hay manera de seguir fingiendo que el antisemitismo de la derecha no está vivo y aún representa una amenaza mortal para los judíos, incluso si el número de sus seguidores sigue siendo pequeño y está marginado en lo referente a su acceso a puestos de influencia o poder. Pero cuando nos enfrentamos a la mayor visibilidad e influencia de quienes están dispuestos a abogar abiertamente por la demonización y destrucción del único estado judío en el planeta, la reacción de algunos dentro de la izquierda no ha sido tanto descartar esta tendencia sino abrazarla decididamente.

Esa es la desafortunada conclusión de las reacciones suscitadas por la polémica de la semana pasada sobre el ahora ex comentarista de la CNN, Marc Lamont Hill, y su diatriba contra Israel en las Naciones Unidas , así como el apoyo abierto al movimiento BDS por parte de dos nuevos miembros musulmanes del Congreso.

El ejemplo más destacado de esta tendencia es la columnista del New York Times Michelle Goldberg. En su última columna, presenta un argumento directo a favor de la proposición de que el apoyo a la eliminación del estado judío no solo no es antisemita, sino que también está más en consonancia con los valores de los judíos de la diáspora.

Si bien este argumento está enmarcado en términos que intentan representar a los enemigos en la izquierda de Israel como defensores de los valores liberales, la verdad es lo contrario. La posición de Goldberg es la que justifica una forma de sesgo que es indistinguible del antisemitismo. Que lo haga mientras se describe a sí misma como una guardiana de los valores judíos resulta absolutamente despreciable.

El argumento de Goldberg tiene un precedente. El antisionismo fue popular entre algunos judíos estadounidenses antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero si bien los grupos antisionistas como el Consejo Americano para el Judaísmo declinaron desde su anterior estatus a quedar reducidos en general a un grupo de maniáticos marginales después del Holocausto, eso sucedió porque la abrumadora mayoría de los judíos estadounidenses fueron capaces de sacar conclusiones obvias de los eventos históricos. Comprendieron que los sionistas tenían razón sobre la necesidad de un Estado judío en un mundo donde el antisemitismo era un virus capaz de unirse a una variedad de movimientos ideológicos.

En un momento en que el odio a los judíos está en aumento, tanto en el mundo musulmán como en las calles de las ciudades de Europa occidental, esa verdad básica permanece incostestable, incluso cuando Israel se ha convertido en el sustituto del estereotipo del judío desamparado y despreciado que durante mucho tiempo sufrió tanto odio.

Goldberg afirma que oponerse al etno-nacionalismo judío no te hace un fanático. Pero aquellos que desean negar a los judíos el derecho a su propio estado, así como el derecho a vivir en seguridad, cosas que no pretenden negar a ningún otro grupo etno-religioso de esta manera, están apuntando a los judíos de la misma manera que los antisemitas siempre han hecho y además practican una forma de sesgo y doble estándard. Y el sesgo contra los judíos es el antisemitismo.

Es por eso que el movimiento BDS, que ahora puede contar entre sus seguidores con dos nuevos miembros musulmanes demócratas en el Congreso, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, no está interesado en cambiar las políticas de Israel tanto como no desea la existencia de Israel en absoluto, y se involucra en invectivas y actividades antisemitas para salirse con la suya.

Sin embargo, para justificar su postura y la idea de que los simpáticos y liberales judíos de la diáspora, a diferencia de los desagradables judíos israelíes que siguen decididos a defender su estado contra aquellos que todavía libran una guerra de un siglo contra el sionismo, sí deberían ser elogiados, Goldberg distorsiona tres cuestiones básicas:

- Una de ellas es interpretar erróneamente el conflicto entre Israel y Palestina. La columnista afirma que la dilación de una solución de dos estados por parte del gobierno israelí a través de los asentamientos justifica los esfuerzos de los palestinos para reemplazar el estado judío por una alternativa secular. Sin embargo, para llegar a esa conclusión, ella debe olvidar los últimos 25 años de la historia durante los cuales los palestinos han rechazado repetidamente las ofertas de un estado independiente. Y lo hicieron porque no estaban dispuestos a aceptar la legitimidad de un estado judío, sin importar dónde se dibujaran sus fronteras. Los israelíes también vieron lo que sucedió cuando retiraron a todos los soldados, asentamientos y colonos de Gaza en 2005 y piensan que replicar el estado terrorista que ahora existe en Gaza por otro en Cisjordania sería una locura suicida.

- Ella también se equivoca acerca de que Israel sea antitético con una democracia pluralista. Por el contrario, aunque es tan imperfecto como cualquier democracia, Israel sigue siendo una sociedad fundamentalmente liberal basada en el imperio de la ley. Reemplazarlo por un estado binacional donde los islamistas tendrían poder no solo destruiría la democracia, sino que también pondría en peligro a millones de vidas judías.

- Igualmente errónea es su idea de que los intentos de Israel por forjar relaciones con los estados de Europa del Este significa que apoya el antisemitismo en otros lugares. Con tantos enemigos a su alrededor y entre las élites progresistas occidentales, los esfuerzos de Jerusalén por hacer amigos en lugares poco probables en Europa, así como en África y Asia, son completamente comprensibles. Pero mientras algunos de esos regímenes son problemáticos, la triste verdad, tal como lo señala Sean Savage en un artículo comparando el antisemitismo en la Europa Occidental y la Oriental, es que puede que los judíos estén más seguros en la Europa del Este que en la Europa occidental supuestamente más ilustrada. Irónicamente, fue el brutal antisemitismo en París, la ciudad más liberal del mundo en la década de 1890, lo que convenció a Theodor Herzl de la necesidad de crear un estado judío.

Lo que Goldberg realmente está tratando de hacer es reemplazar toda la idea de la condición de nación o pueblo judío por un universalismo vago, en el cual los judíos regresarían a su antiguo papel de víctimas populares, dependiendo de la buena voluntad de los demás. Eso se ajusta a la cita de Cynthia Ozick de que "el universalismo es el chauvinismo o particularismo de los judíos progresistas", pero no hace nada para promover los valores liberales o la seguridad judía.

Los judíos progresistas que caen en esta trampa están demostrando su falta de comprensión de algo más que las realidades del conflicto del Oriente Medio.

La crítica al gobierno de Israel no es antisemita, pero aquellos que racionalizan una causa que busca eliminar al único estado judío y democrático en el planeta también están racionalizando una forma particularmente nociva de antisemitismo moderno.

Que algunos lo hagan en nombre de unos supuestos valores judíos o del liberalismo desde sus poltronas prominentes en la academia o el The New York Times no los hace menos aborrecibles. Tampoco cambia el hecho de que sus esfuerzos continuarán fallando, ya que Israel, con el apoyo de las personas decentes, tanto judías como no judías, sigue creciendo en fuerza.

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