Saturday, April 20, 2019

Los críticos judíos de Israel tienen un problema con los israelíes, no con Netanyahu - Jonathan Tobin - JNS



La última vez que el resultado de una elección presidencial en los Estados Unidos fue tan decisivo como la votación celebrada la semana pasada en Israel, los estadounidenses fueron lo bastante unánimes en cuanto a cómo denominarlo. La expresión es triunfo aplastante. Y es por eso que los grupos y denominaciones estadounidenses que no perdieron el tiempo en no solamente denunciar al recién reelegido Benjamin Netanyahu, sino que pidieron al gobierno de los Estados Unidos que anule la voluntad de los israelíes, deberían reflexionar sobre el daño que están haciendo al pueblo judío.

El punto de referencia tradicional para un triunfo determinante es el 55% del voto popular. Desde el comienzo del siglo XX, ese total fue igualado o superado 10 veces por los presidentes estadounidenses. La reelección de Ronald Reagan en 1984 fue la última de esas ocasiones.

Menciono esto porque es importante colocar en perspectiva el resultado de la elección a la Knesset del 9 de abril en Israel.

Parecería que equiparar el sistema electoral de Israel con de los votos presidenciales norteamericanos sería como comparar manzanas con naranjas. Con los votantes emitiendo un único voto para una de las muchas listas de candidatos para el Knesset, es fácil malinterpretar el resultado. Las elecciones israelíes siempre llegan a los estadounidenses como una especie de confusión caótica, sin que ningún partido obtenga la mayoría.

Pero si creen que Benjamin Netanyahu y su partido Likud ganaron solamente por poco ante el partido Azul y Blanco de Benny Gantz, no entienden lo que realmente sucedió. Los israelíes sabían que cuando emitieran un voto por un partido comprometido en apoyar el intento de Netanyahu de dirigir el próximo gobierno, incluso cuando ese partido no fuera el Likud, sino uno de los aliados o amigos del primer ministro, su voto lo era también para el Likud. Lo mismo ocurre con aquellos que votaron por el resto de partidos, aún diferentes del propio Azul y Blanco, ya que se suponía que respaldarían el intento de Gantz de ser primer ministro.

Entonces, si quieren saber cuántos votantes israelíes votaron realmente por Netanyahu, deben sumar los votos de todos los partidos de derecha y religiosos que se comprometieron a ayudarlo. Ese total fue de aproximadamente el 55%. Es por eso que pocos en Israel (incluso entre los enemigos más duros del primer ministro) están fingiendo que la elección no fue una victoria decisiva para él.

Esto es importante porque la reacción inmediata de gran parte del mundo organizado judío en los Estados Unidos fue tratar la victoria de Netanyahu como un acto que puso en tela de juicio los lazos entre Israel y la diáspora. El rabino Rick Jacobs, jefe de la Unión de Judaísmo de la Reforma, declaró que Netanyahu estaba causando "una ruptura dramática con muchos en la comunidad judía estadounidense". Jacobs ayudó a organizar una carta firmada por nueve grupos judíos que exigían que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ignorara los deseos de Netanyahu y su nuevo gobierno, e insistieron en la creación de un estado palestino independiente y en oponerse a la extensión de la ley israelí a los asentamientos de Cisjordania, tal como prometió el primer ministro.

Por supuesto, estos nueve grupos (que incluyen algunas entidades asociadas con el judaísmo de la Reforma y el Conservador, el izquierdista Israel Policy Forum Foro de Política de Isr y la Liga Antidifamación) tienen todo el derecho para oponerse a las posiciones de Netanyahu, al igual que muchos entre la minoría de los israelíes que votaron por sus oponentes pudieron hacerlo. Pero deberían ser honestos sobre lo que están haciendo. Al hablar de esta manera solo un par de días después de que el polvo se asentara después de la votación, están destrozando el veredicto de la democracia israelí.

Dado que algunas de esas mismas fuentes se encontraban entre las más activas a la hora de expresar preocupaciones sobre el futuro de la democracia israelí, todo esto resultaba muy irónico. El sistema democrático de Israel no está en peligro, pero estos críticos están enojados porque la mayoría de los israelíes no votan de la forma en que a ellos les gustaría.

Los temas que mencionaron como excusa para descartar los vínculos entre Israel y los judíos estadounidenses son de los que apenas vale la pena. Netanyahu dejó en claro que no está hablando de la anexión de Cisjordania, sino que aplicaría la ley israelí a los asentamientos en los que, cabe señalar, la ley israelí ya se aplica como práctica general. Al hacerlo, no se evitaría una solución de dos estados si los palestinos alguna vez se inclinaban por aceptar una, algo que Jacobs y sus amigos saben muy bien que han rechazado repetidamente.

Lo que realmente está en juego aquí no es más que la ira de aquellos judíos estadounidenses que todavía están sorprendidos de que los israelíes no valoren sus consejos y los sigan a rajatabla. Una clara mayoría de los israelíes, incluidos muchos que votaron por Azul y Blanco pero por disgusto con los problemas legales de Netanyahu y porque Gantz no ofreció desacuerdos sustantivos con respecto a Netanyahu en cuestiones de seguridad, hace tiempo ha rechazado la ciega creencia de Jacobs y sus amigos sobre una retirada de Cisjordania como un fin en sí mismo.

Sabemos que Jacobs y el jefe de ADL Jonathan Greenblatt se oponen a Netanyahu y Trump. Pero es hora de reconocer que su verdadero problema es con el pueblo israelí, el cual ha rechazado repetidamente sus opiniones por unos márgenes de proporciones aplastantes. La mayoría de los israelíes creen que poner en peligro su seguridad creando un poder soberano hostil en Judea y Samaria, tal como lo hizo Ariel Sharon en Gaza con su retirada en 2005, sería una locura.

Escritores como la ex editora de Forward, Jane Eisner, y Peter Beinart, que se muestran abiertos a rechazar la voluntad política del pueblo israelí y abandonar la noción de la centralidad de Israel (Eisner), o bien trabajar para subyugar a Israel a la voluntad de las potencias extranjeras que desean imponerle una solución (Beinart), son más honestos que Jacobs y Greenblatt sobre sus objetivos.

Independientemente de sus propias opiniones sobre Netanyahu o sobre el conflicto, es probable que muchos judíos reformistas y conservadores, así como donantes de ADL, no se sientan cómodos cuando estas organizaciones expresan tal desprecio por el pueblo de Israel o sus intentos de sabotear la relación entre Estados Unidos e Israel. Y no deberían estarlo, ya que estos líderes no elegidos de los judíos estadounidenses que tienen el descaro de dar conferencias al pueblo de Israel sobre los valores y la moral de los judíos, merecen ser ignorados.

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