El síndrome de Oxford (Oxford Union) - Michael Gurfinkiel
En 1933, Hitler acababa de llegar al poder en Alemania. El Reichstag había sido incendiado. Los opositores de todos los colores – comunistas y socialistas, por supuesto, pero también demócratas y católicos – habían sido enviados a campos de concentración. Los judíos habían perdido sus derechos políticos, civiles y sociales. Los autos de fe de libros se organizaban en las universidades más prestigiosas. Los mejores espíritus, desde Thomás Mann a Albert Einstein, y desde Fritz Lang a Stefan George, tomaban el camino del exilio. Toda Alemania se ponía a andar al paso; cualquiera podía entrever, detrás de las cohortes de los SA (precedente de las SS) de camisa parda y antorchas en la mano, la futura Wehrmacht y los futuros Waffen SS. Fue ese el momento que escogió la asociación de estudiantes de la universidad de Oxford, en Inglaterra, para declarar solemnemente que sus miembros no lucharían, en ningún caso y de ahora en adelante, « por el Rey y por la patria ».
Hay varias lecciones que extraer de este desgraciado episodio.
- La primera lección es que se puede pertenecer a un prestigioso medio intelectual y no comprender nada del mundo real, o inclusive, negarse a mirarlo de frente.
- La segunda lección es que las lecciones del pasado no siempre tienen el alcance que deberían tener. Está bien comprender las faltas del pasado, pero es mejor comprender que el pasado(el ayer) no es el presente(el hoy) y aún menos el futuro(el mañana). Declarándose contrarios a la guerra en 1933, los estudiantes de Oxford pensaban ante todo, y podemos absolverles en este punto, en el anterior conflicto bélico, la absurda matanza de 1914-1918. Pero ellos no veían, o incluso se negaban a considerarlo como una simple hipótesis, que un conflicto de una naturaleza muy diferente se preparaba.
- La tercera lección es que la debilidad moral atrae la desgracia. Los testimonios de los jerarcas nazis concuerdan: la declaración de los estudiantes de Oxford convenció a Hitler de la degeneración de las democracias y lo animó a ir de agresión en agresión hasta la guerra total.
- La cuarta lección es que los intelectuales comprenden tan poco el mundo real que a veces son capaces, cuando éste les sorprende finalmente, de reacciones sanas, de las cuales ellos mismos se sorprenden. La mayoría de los firmantes de la declaración de 1933 y que sostuvieron la capitulación de Munich de 1938, cumplieron finalmente con su deber, como británicos y como hombres, a partir de 1939.
Si evoco hoy al Oxford de 1933, es porque el Oxford de 2008 acaba de tomar el relevo. La misma asociación de estudiantes ha debatido esta vez sobre Israel. Para ello invitó a Norman Finkelstein, catedrático de universidad americano de origen judío y especializado en un anti-israelismo radical, y a Ted Honderich, profesor del University College de Londres, y que comparte casi exactamente las mismas ideas. Una votación, al final de esta confrontación entre clones, debía decidir si Israel tenía derecho a existir. Por 100 votos de mayoría, es decir, muy ajustadamente, este derecho ha sido confirmado. No como consecuencia de una movilización de los verdaderos amigos de Israel, sino simplemente porque Finkelstein y Honderich, como finos y distinguidos funcionarios del intelecto, y muy atentos a la hora de cuidar su reputación a largo plazo, embrollaron las pistas. El primero sostuvo la moción del derecho de Israel a la existencia – antes de votar en su contra. El segundo se opuso – antes de proclamar que este debate era "una farsa ".
Conclusión provisional: estamos en 1933; el Hitler actual cuenta con la cobardía mental del Occidente democrático; una última reacción no está excluida, pero a condición de trabajar para ella sin descanso.
Hay varias lecciones que extraer de este desgraciado episodio.
- La primera lección es que se puede pertenecer a un prestigioso medio intelectual y no comprender nada del mundo real, o inclusive, negarse a mirarlo de frente.
- La segunda lección es que las lecciones del pasado no siempre tienen el alcance que deberían tener. Está bien comprender las faltas del pasado, pero es mejor comprender que el pasado(el ayer) no es el presente(el hoy) y aún menos el futuro(el mañana). Declarándose contrarios a la guerra en 1933, los estudiantes de Oxford pensaban ante todo, y podemos absolverles en este punto, en el anterior conflicto bélico, la absurda matanza de 1914-1918. Pero ellos no veían, o incluso se negaban a considerarlo como una simple hipótesis, que un conflicto de una naturaleza muy diferente se preparaba.
- La tercera lección es que la debilidad moral atrae la desgracia. Los testimonios de los jerarcas nazis concuerdan: la declaración de los estudiantes de Oxford convenció a Hitler de la degeneración de las democracias y lo animó a ir de agresión en agresión hasta la guerra total.
- La cuarta lección es que los intelectuales comprenden tan poco el mundo real que a veces son capaces, cuando éste les sorprende finalmente, de reacciones sanas, de las cuales ellos mismos se sorprenden. La mayoría de los firmantes de la declaración de 1933 y que sostuvieron la capitulación de Munich de 1938, cumplieron finalmente con su deber, como británicos y como hombres, a partir de 1939.
Si evoco hoy al Oxford de 1933, es porque el Oxford de 2008 acaba de tomar el relevo. La misma asociación de estudiantes ha debatido esta vez sobre Israel. Para ello invitó a Norman Finkelstein, catedrático de universidad americano de origen judío y especializado en un anti-israelismo radical, y a Ted Honderich, profesor del University College de Londres, y que comparte casi exactamente las mismas ideas. Una votación, al final de esta confrontación entre clones, debía decidir si Israel tenía derecho a existir. Por 100 votos de mayoría, es decir, muy ajustadamente, este derecho ha sido confirmado. No como consecuencia de una movilización de los verdaderos amigos de Israel, sino simplemente porque Finkelstein y Honderich, como finos y distinguidos funcionarios del intelecto, y muy atentos a la hora de cuidar su reputación a largo plazo, embrollaron las pistas. El primero sostuvo la moción del derecho de Israel a la existencia – antes de votar en su contra. El segundo se opuso – antes de proclamar que este debate era "una farsa ".
Conclusión provisional: estamos en 1933; el Hitler actual cuenta con la cobardía mental del Occidente democrático; una última reacción no está excluida, pero a condición de trabajar para ella sin descanso.
Labels: Gurfinkiel, Israel
0 Comments:
Post a Comment
<< Home