Friday, April 25, 2008

Peligro, "Carterismo" (apaciguamiento) - Ari Shavit - Haaretz

La izquierda suicida ha encontrado un nuevo héroe: Jimmy Carter. Finalmente, alguien dice la verdad: Israel es un estado de apartheid. Finalmente, alguien expone la justicia: el terrorismo palestino es equivalente a las acciones del IDF. Finalmente, alguien trae la paz: él es recibido y celebrado por el Sadat de nuestros días, Khaled Meshal.

Para la izquierda suicida Carter es el poli bueno americano que sustituye al poli malo americano y que termina con la era oscura de George Bush. Después de ocho magros años, nuevamente tenemos a un valeroso sheriff del sur que persigue al verdadero malvado, Israel. Ahora podremos tumbarnos nuevamente en nuestro mullidos sofás de los años 1990 y chupando un narguile soñar dulces ilusiones. Como si Camp David nunca hubiera pasado. Como si Hamas no existiera. Como si Jimmy hubiera vuelto a casa. Carter ha devuelto la esperanza.

En la primavera 1979, el presidente Carter hizo historia: condujo a Menachem Begin y Anwar Sadat a lograr firmar un acuerdo de paz. Carter no inició el acuerdo, incluso con algunos de sus movimientos lo puso en peligro. Pero finalmente el antiguo presidente encabezó la cumbre de paz y dirigió a Egipto y Israel hacia un final feliz al que ellos, muy probablemente, hubieran tenido dificultad de alcanzar por si solos. Aquella brillante hora en el césped de la Casa Blanca fue la hora de gracia de la fracasada carrera de Carter dentro de la política internacional. Eso nadie puede quitárselo.

Sin embargo, en la primavera de 1979, el presidente Carter volvió a hacer historia: dejando de comprender que la revolución de Khomeini era inminente impidió al Sha prevenir la revolución. Así causó una catástrofe histórica cuyas dimensiones permanecen difíciles de valorar incluso hoy. En nombre de su compromiso de moderación y de derechos humanos, Carter permitió que los fanáticos asumieran el poder de Irán y lo convirtieran en un poder regional aciago. Este poder aciago está a punto de hacerse nuclear. Es una amenaza para la existencia de Israel, para la estabilidad del Oriente Medio y para la paz mundial. Carter lleva la pesada carga de la responsabilidad de esa situación.

En noviembre de 1980 los americanos dieron una patada a Carter de la Casa Blanca tras haber caído en desgracia. Lo hicieron así porque sintieron que había desestabilizado América y la había dirigido de rodillas, y porque no podían aceptar todo lo que él representó: debilidad y santurronería rastrera ante el mal.

Durante aproximadamente 30 años, Carter ha sido percibido por la mayor parte de los americanos como un tonto santurrón que no entiende la física básica del mundo real. El hecho de que el predicador de Georgia envolviera su alquimia de política internacional de una teología moralizante sólo aumentó la repugnancia que despertó. Pero al igual que la política de Carter no es realmente política, su moralidad tampoco es realmente moralidad. No hay ningún matón al que un entusiasta Carter no abrazará. Ni ningún terrorista de tercer mundo al que no tratará de apaciguar.

Sin embargo, el problema no es Carter, sino el Carterismo. El Carterismo es una política de apaciguamiento: es la de aquellos que buscando el bienestar de Occidente se muestran reacios a la hora de proteger los valores del propio Occidente cuando son afrentados por un agresor del Oriente. El Carterismo es la incapacidad y la dificultad tan de moda, tanto en Norteamérica como en Tel-Aviv, a la hora de afrontar el hecho de que a veces existe el mal en el Tercer Mundo. De que veces ese mal también existe en el mundo árabe. Incluso entre los palestinos.

Carter, por él mismo, no es muy importante. Hizo algún daño a Mahmoud Abbas y a los moderados palestinos, pero el daño es limitado. Habló realmente de paz con Hamas al mismo tiempo que Hamas iniciaba una ofensiva militar en Kerem Shalom, un acto que podría haber provocado una guerra, pero sólo expuso su propia maldad.

El Carterismo es mucho más importante que Jimmy Carter. El Carterismo es una profunda desgracia que se encuentra entre ciertas élites de los Estados Unidos, de Europa Occidental y de Israel. El Carterismo es una peligrosa deformación del pensamiento y de los valores entre aquellos que se supone que son sus defensores y que están ligados a ellos.

La posibilidad de que un demócrata sea elegido presidente de los Estados Unidos en noviembre hace al debate sobre el Carterismo relevante y vital. Hillary Clinton o Barack Obama tendrán que elegir si hay que seguir la sobria tradición de Roosevelt-Truman-Kennedy o reanimar el apaciguamiento de Carter. Por eso es importante hablar muy claro ahora mismo sobre el camino elegido por el anciano que vino a visitarnos esta semana.

Este camino no es sólo ilusorio, sino que también es inmoral. La cooperación del Carterismo con Hamas es una cooperación con la opresión de las mujeres, con el encarcelamiento de los homosexuales, con la persecución de los cristianos. Es una cooperación con una tiranía religiosa que pisotea al palestino como individuo y que procura erradicar al colectivo judío israelí. La verdad es que George Bush también ha causado una calamidad en el Oriente Medio, pero el modo de corregir el error de Bush no es regresar a la abominación de Carter. Si la izquierda israelí, europea y americana decidiera hacerse seguidora del Carterismo, sería, efectivamente, una izquierda suicida.

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