Sunday, September 28, 2008

Las lecciones de Oslo - Gil Troy - JPost BlogCentral

¿No sería estupendo si pudiéramos saludar la ascensión de Tzipi Livni, aplaudiendo su honestidad, y así estar satisfechos de que la integridad sea suficiente? ¿No sería tranquilizador si todo nuestra especulación se dirigiera sobre sus conocimientos de economía y su visión social del país? Lamentablemente, la cuestión principal a la que se enfrentará Livni será: "¿cómo será de efectiva con ella la seguridad de Israel?" Esta cuestión adquiere particular importancia cuando su victoria en las elecciones de Kadima coincidió con el 15 aniversario de la firma de los Acuerdos de Oslo y la creciente preocupación por la amenaza nuclear de Irán.

Normalmente, una cuestión como "¿por qué los Acuerdos de Oslo han fracasado?" debería dejarse a los historiadores. Sin embargo, mientras que los historiadores nos pueden ayudar a aclararlo aportando pruebas, el contexto, la visión, la perspectiva de todo líder israelí - y de los votantes - debe hacer frente a lo que sucedió. El que los israelíes extraigan conclusiones acerca de lo ocurrido con Oslo es esencial para averiguar lo que hay que hacer hoy y cómo construir un futuro estable con los palestinos.

Es escandaloso que los arquitectos de Oslo, especialmente Shimon Peres y Yossi Beilin, no hayan contabilizado el fracaso de Oslo. No se trata de echárselo en cara o incluso de que pidan disculpas. Por el contrario, el desafío es para ellos - y para otros -, para que extraigan las lecciones apropiadas y tracen un porvenir realista.

Si bien la historia de los Acuerdos de Oslo es compleja y sutil como los acuerdos mismos, hay una clara, cruda y deprimente explicación de por qué no funcionó Oslo. Los dirigentes de Israel - y del mundo - no apreciaron, ni aprecian, debidamente la violenta hostilidad hacia la existencia del estado judío por parte de la mayoría de los árabes y, concretamente, de la mayoría de los palestinos.

El fracaso, en bastantes aspectos, era evidente y comprensible. La mente occidental es demasiado racionalista y, francamente, está demasiado ensimismada para apreciar la profundidad del odio. Es más fácil condescender ante Yasser Arafat, en el supuesto de que cuando preconizaba la violencia en árabe se trataba sólo de retórica, que tomar en serio sus palabras y darse cuenta de que cuando él sonreía y negociaba con los occidentales sólo estaba jugando con ellos.

La quimera del Nuevo Oriente Medio de Shimon Peres estaba plagada de suposiciones materialistas marxistas, al suponer que un Israel alimentado de materialismo podría poner fin al maximalismo del nacionalismo palestino. La desilusión de Oslo ha sido la del sector secular, el cual ha subestimado la intensidad y popularidad del radicalismo islamista. La misma creación de Oslo fue un error de calculo de un sionismo peculiarmente quijotesco. A pesar de la narrativa antisionista que afirmaba que los primeros sionistas, alternativamente, ignoraban o abusaban de los árabes palestinos, una especie de sentimiento de Lawrence de Arabia, en los inicios del sionismo, produjo un romántico sueño de un estado judío amorosamente abrazado con sus vecinos árabes.

Sin embargo, el fracaso de los dirigentes a la hora de comprender la intensidad del rechazo palestino es también inexcusable. El primer objetivo del estado es proteger a sus ciudadanos. El hecho de que la política de Israel haya conducido a una guerra prolongada contra el proceso de paz, con más de 1.000 israelíes asesinados por las armas que Israel ayudó a entregar a los terroristas, es un fracaso de proporciones históricas. Quince años más tarde, a la vista de los mapas anti-Israel y de los libros de texto que dieron lugar los acuerdos de Oslo - por parte de la Autoridad Palestina -, evaluando esa cultura de la enemistad y del martirio dominante en los territorios, la guerra de Arafat se antojaba totalmente previsible.

Treinta y cinco años después de la Guerra de Yom Kippur, los israelíes todavía se interrogan y tratan de aprender de ese fracaso de inteligencia. Es por eso que es igualmente esencial recordar y aprender de la incapacidad - y del rechazo puro y simple de algunos dirigentes - a la hora de anticipar la explosión de terror palestino que se reavivó en el año 2000.

Trágicamente, el odio árabe aún continúa. No podemos acostumbrarnos a la pornografía de la violencia palestina, a la espeluznante adicción a la matanza de estudiantes de yeshiva, a los ataques con bulldozers, a los conductores suicidas... Tampoco hay que ser displicente acerca de la epidemia de odio islamista (...)

Así pues, la delicada cuestión no es si existe este odio, sino más bien la forma de responder a esta lamentable realidad. Reconocer el odio no necesariamente supone oponerse a una retirada de los territorios, sino más bien que con ella se eviten expectativas poco realistas. De hecho, los acuerdos de Oslo dieron lugar a la barrera de seguridad en Cisjordania, lo que enterró a la vez las ilusiones de la izquierda y de la derecha israelí .

Ambos extremos subestimaron el nacionalismo palestino. Los izquierdistas asumieron que los palestinos estaban dispuestos, como ellos, a tirar por la borda las identidades. Los derechistas asumieron que los palestinos estaba dispuestos a dar cabida a las ambiciones territoriales judías. Con la construcción de la barrera, la izquierda israelí abandonó su ilusión de que las vallas eran innecesarias en un mundo en el que árabes y judíos pronto se abrazarían. La derecha israelí abandonó su ilusión de que los territorios donde vivían millones de palestinos podrían integrarse fácilmente en el estado judío. La valla de seguridad - que Livni debería concluir rápidamente - proporciona la necesaria seguridad a los israelíes, y a la vez les recuerda que el nacionalismo palestino es real y hostil, y no desaparecerá.

De hecho, Oslo enseña que la solución de dos Estados es el único camino viable para los israelíes y los palestinos. Hablar de una solución de un único estado, solamente promueve la solución de un estado no judío. Y los judíos nacionalistas que exigieron su propio estado, deben respetar el deseo de los nacionalistas palestinos de tener el suyo propio. Pero los sionistas, en ningún caso, deben esperar poder ver el característico pragmatismo sionista en el movimiento rival. Oslo nos enseña que, sea cual sea el acuerdo al que llegue Israel, debe venir sin expectativas románticas de relaciones calurosas y debe realizarse con la mente y el corazón fríos, buscando la estabilidad.

La paradoja de Oslo es que cuanto más dura, más pragmática, más sin alma sea la aproximación, más nos aproximaremos al camino de romper el impasse y reorientar a los palestinos hacia la construcción de su estado, en lugar de que sueñen con la destrucción del nuestro.

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