Saturday, June 27, 2009

El presidente Blackberry (Obama) vs Twitter - Ari Shavit - Haaretz



Barack Obama es el rey del mundo. La mega-celebridad del siglo XXI cuenta con un afecto sin precedentes en todo el universo y con un sólido apoyo político en los Estados Unidos. Su partido controla ambas cámaras del Congreso, y ante él se derriten los medios de comunicación estadounidenses. Con la excepción de un vice-presidente paria (Dick Cheney) y una no menos paria red de televisión (Fox), nadie se atreve a criticarlo.

Obama conquistó el mundo esta primavera, y todavía el mundo permanece cautivo. Desde la Segunda Guerra Mundial no ha existido un presidente en la Casa Blanca como Obama que pueda hacer lo que desee en Washington.

Y sin embargo, la semana pasada ha resquebrajado el mito del presidente de los EEUU. La parálisis que se apoderó del rey del mundo ante el rostro del mal iraní le supuso un rasguño en su recubrimiento de teflón, por vez primera.

La aceptación por parte del guerrero de Chicago del fascismo religioso del Líder Supremo Ali Khamenei resulta difícil de digerir. Es difícil de entender y excusar la exagerada cautela ejercida por el líder del mundo libre ante los déspotas de Teherán. Es aún más difícil de perdonar la manera en la que dio la espalda a los manifestantes por la libertad que arriesgaron sus vidas - y a veces incluso se sacrificaron - por los valores que se supone él representa. La Blackberry del presidente no escuchó la angustia de la Twitter de los rebeldes. En su primera prueba Obama tropezó moralmente.

La razón del comportamiento de Obama es muy simple: George W. Bush. El estadista Obama se ha guiado por su determinación de ser y parecer lo contrario que su predecesor.

Bush entró en Irak, por lo que Obama quiere salir de Irak. Bush estableció Guantánamo, por lo tanto Obama cerrará Guantánamo. Bush aprobó la tortura, Obama prohibirá la tortura. Bush era hostil a Hugo Chávez, Obama es un amiguete del presidente venezolano. Bush amenazó al rey saudita, por lo tanto Obama se inclinó ante el rey saudita. Bush exigió que un cambio al mundo árabe-musulmán, por lo tanto Obama lo acepta tal como es. Bush cree que la suerte de los regímenes despóticos islámicos debe ser la misma que la de los regímenes despóticos soviéticos, Obama cree que los despóticos regímenes islámicos no son menos legítimos que las blancas democracias paternalistas.

Resultaría totalmente evidente lo que habría ocurrido esta semana si Bush hubiera sido aún presidente. Habría estado decididamente de parte de los amigos de Neda Soltan-Agha y habría condenado a Khamenei y al Presidente Mahmoud Ahmadinejad. Les habría dejado muy claro que los Estados Unidos no tendrán nada que ver con un régimen tiránico que está tratando de obtener armas nucleares mientras oprime a sus ciudadanos. Habría explotado la oportunidad histórica para aislar a los ayatolas y socavar su gobierno.

Pero sólo porque Bush se habría comportado de esa manera, Obama hizo lo contrario. Vaciló, tartamudeó y pidió disculpas, y no hizo nada. Cuando la historia le miró de frente, Obama bajó los ojos.

El problema no es sólo algo personal. La izquierda a la moda tiene un punto débil con el tercer mundo, sus tiranos. Al igual que la izquierda israelí perdona la tiranía de Hamas, la izquierda americana perdona la tiranía de la Guardia Revolucionaria. Así como los liberales israelíes hacen la vista gorda ante la persecución de las mujeres, los homosexuales y otras minorías en los países árabes, los liberales de América hacen la vista gorda ante cualquier opresión que no sea occidental.

Debido a un profundo sentimiento de culpabilidad por los pecados del hombre blanco, la izquierda políticamente correcta es incapaz de enfrentarse adecuadamente a los pecados de las personas no-blancas. El resultado es claramente inmoral: la misma gente que se considera obligada con los países del tercer mundo está dando la espalda a las víctimas de la opresión en esos países. Se trata de esos campeones de los derechos humanos que están abandonando a los habitantes del Oriente Medio a manos de los déspotas.

El mismo Jimmy Carter, cuya ceguera diplomática permitió que Khomeini tomará el control de Irán, condenándolo a 30 años de opresión, no irá a Teherán esta semana a lavar sus pecados. En lugar de ello, osará informar a Hamástán con el fin de fortalecer la discriminación por parte de Hamas.

Obama no es Carter. Obama es una persona ética, realista e inteligente. La esperanza que ha despertado en el mundo no carece de fundamento. Pero esta esperanza no se hará realidad si falla en Irán. Para tener éxito allí, Obama debe extender la mano no a los opresores, sino a los oprimidos.

No debe estar de pie junto a esa dictadura religiosa, sino junto a esa valiente rebelión. Si no lo hace, la suerte del presidente demócrata actual será similar a la del otro presidente demócrata de la década de los 1970. Perderá rápidamente su autoridad moral e incluso asumirá la responsabilidad por está histórica oportunidad perdida.

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