Monday, October 26, 2009

Poner fin a la moralidad de la Díaspora - Yehezkel Dror - Haaretz

El establecimiento del Estado de Israel constituye una ruptura en la historia judía. Después de estar en el exilio durante 2.000 años y adaptarse con éxito a una realidad apátrida, los judíos experimentaron casi un milagro: El viejo sueño de restablecer un estado en su tierra se realizó. Seis décadas después, sin embargo, es evidente que el pueblo judío no ha hecho todavía la difícil adaptación a ese cambio radical en su realidad.

Adaptarse a la existencia de un Estado judío tomará al menos dos o tres generaciones. Así pues, el sentido mismo de que sea "judío y democrático" en el siglo XXI y más allá, está sujeto a una lenta curva de aprendizaje que no puede ser acelerada por un razonamiento a priori. Pero hay un tipo de aprendizaje que no puede esperar, ya que la propia supervivencia del Estado depende de ello. Hablo de la moralidad en el arte del autogobierno del Estado judío.

La imagen que muchos judíos tienen de los "valores judíos", especialmente en los Estados Unidos, son los propios del liberalismo, del humanismo y del trato equitativo del "otro". Ya sea que reflejen o no correctamente la esencia de la tradición judía, esta imagen conforma las opiniones y expectativas de otros judíos y de otros pueblos de las políticas israelíes. Pero este es un uso peligroso de los valores de exilio enfrentados a una nueva realidad.

No estoy hablando acerca de la conveniencia de una solución de dos Estados o del derecho de una organización como J Street [N.P.: lobby judío pro-paz, ¿pero también pro-Israel?, del que se supone una gran influencia en Obama] para intentar influir en las políticas de EEUU. Mi preocupación está a un nivel más profundo, es decir, los valores por los que las acciones de Israel deben ser determinadas y juzgadas.

Para decirlo sin rodeos, y sin embargo de forma políticamente incorrecta: la estatalidad en el mundo, tal como realmente es, a menudo requiere comprometer valores importantes a fin de satisfacer las necesidades de una realpolitik que sirve a unos valores más altos. Algunas de las transacciones implican "mancharse las manos", mientras que otras implican abandonar, aunque sea a regañadientes, las aspiraciones ideológicas y lo que algunos ven como sus principios fundamentales.

Así, la expansión de los asentamientos judíos en Judea y Samaria para cumplir con el mandato divino refleja una mentalidad de exilio, peligrosamente trasplantada a Israel. Esto es tanto más peligroso porque el pensamiento dogmático muy menudo conduce a una visión distorsionada de la realidad. Un ejemplo fue el monarca español Felipe II, quien desafió las advertencias de sus asesores ante el mal tiempo existente, y envió la Armada Invencible contra Inglaterra, ya que rey decía confiar en que "Jesús protegiera a una flota que estaba luchando contra los herejes".

El arte de gobernar aún con "las manos sucias" incluye la necesidad de golpear duramente a los enemigos incluso cuando se puede poner en peligro a muchos civiles. Condenar tales acciones, ya que contravienen unas leyes de la guerra moderna que son inadecuadas ante la realidad de unos enfrentamientos con enemigos salvajes, también es un reflejo de una moral del exilio en lugar de unos valores adaptados a las necesidades del Estado.

La verdadera cuestión no es saber si deben o no ser "morales", sino que normas morales deben tener la prioridad. Para un estado que hace cara a unos enemigos implacables, una moralidad de Estado es muy diferente a la necesaria moralidad individual. Para aquellos que aún piensan en términos de exilio y no están acostumbrados a tener un Estado judío, esta moralidad puede parecerles fácilmente como amoral o incluso inmoral.

Israel se enfrenta a algunos enemigos que consideran que la guerra es su forma de vida (no sólo ante Israel) y que quieren eliminarlo, y que no dudarían en participar en un genocidio contra Israel si tuvieran los medios para hacerlo. La justificación moral de las acciones de Israel en su conjunto en la Operación Plomo Fundido - en oposición a los incidentes que Clausewitz denominó como inevitables "fricciones", pero que aún deben ser condenados - escapó de las mentes legales del juez Richard Goldstone y de sus colegas. Algunos judíos y muchos otros no se dieron cuenta de la verdad desagradable, pero inevitable, de que para obtener la seguridad, los Estados deben comportarse de maneras que se adapten a la naturaleza de sus enemigos en lugar de seguir ignorando esa realidad, con criterios tales como la "proporcionalidad".

No hace mucho, en una reunión de distinguidos intelectuales, la tesis que se propuso, y que obtuvo un amplio apoyo, fue la siguiente: "Solamente los Estados morales sobrevivirán". Esto, siento decirlo, no es cierto, como un incluso superficial estudio de la historia puede demostrar. Todos debemos esforzarnos para cambiar las realidades mundiales, en consonancia con el mandamiento del Tikkun Olam o "reparar el mundo". Pero hasta entonces, el deber moral de Israel es hacer lo que sea necesario para mantener su existencia, y no unas meras medidas en un sentido moral y humanitario o que se ajusten a las normas obsoletas del derecho internacional. Todo esto está sujeto a los cálculos de la realpolitik de costo-beneficio, tales como los posibles daños a la imagen de Israel, pero con este ejemplo me estoy refiriendo al cálculo moral como el primero.

Duras medidas que son esenciales y que pueden dañar a civiles no implicados, y que sin embargo se justifican moralmente dadas las circunstancias, deben también ir acompañadas de un sincero lamento y autoexamén. Pero aún así, dadas las exigencias y necesidades de Israel, a menudo están justificadas moralmente. Los judíos de la Díaspora han de ajustar sus valores conformados en el exilio con este requisito de asegurar la existencia a largo plazo de Israel, pues a su vez es esencial para el futuro del pueblo judío. Una vez lograda la paz, Israel debería esforzarse por convertirse en una "luz para las naciones". Pero hasta entonces, las realidades de Israel justifican una moral de Estado, que puede incluir las "manos sucias" (como es el caso de muchos otros países enfrentados a sus enemigos, y tal como se expresa en el concepto de razón de Estado), por duro que puede ser para aquellos que aún siguen cautivos de esa moral aceptada del exilio.

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