Thursday, August 05, 2010

El antisionismo, hechos (y ficciones) - Howard Jacobson – TheJC



Todos los miércoles, a excepción de los festivos y los días santos, un grupo antisionista llamado “Judíos avergonzados” se reúne en una habitación en el piso de arriba del Club Groucho, en el Soho, y ello con el fin de desvincularse de Israel, instar al boicot de los productos israelíes, y, por otro lado, demostrar una humanidad que muestre a los judíos “que aún no se avergüenzan” lo deficientes que son.

Los “Judíos avergonzados” se crearon como consecuencia de la confesión de su propia vergüenza por el famoso y mediático filósofo judío Sam Finkler, en su obra “Desert Island Discs”: "Mi judaísmo siempre ha sido una fuente de orgullo y consuelo para mí", dijo con toda franqueza a los oyentes de Radio Cuatro, "pero en el tema de la desposesión de los palestinos me avergüenza profundamente como judío que soy". "Quiere decir muy egocéntricamente", fue la respuesta de su esposa. Pero entonces ella no era judía, y no podía comprender a que nivel podría llegar la vergüenza en su judeidad de un judío.

Que yo sepa, no existe tal mediático filósofo judío llamado Sam Finkler, ni ninguna reunión regular de un grupo antisionista en el club Groucho. Existen solamente en las páginas de mi nueva novela, “La Cuestión Finkler”, así pues cualquier relación entre ellos y personas u organizaciones reales es, por supuesto, casual.

A pesar de que los “Judíos avergonzados” sean una invención satírica, mi novela no es principalmente una sátira. Es una triste historia de amor y lealtad y de la pérdida de ambas. Se habla de tres hombres, viejos amigos, dos de los cuales recientemente han perdido a sus esposas, y un tercero que no tiene esposa que perder.

Los viudos son judíos, pero el tercer hombre no lo es. Pero a él le gustaría serlo. Envidia a sus amigos judíos su calidez, su inteligencia, el amor que han inspirado, e incluso su pérdida. Es una amarga ironía que proteste por su admiración por todo lo judío mientras que muchos judíos protestan por su deseo de no ser judíos en absoluto. Como las ratas de los barcos que se hunden, podría parecer el único que está interesado en subir a bordo.

La causa aparente de estas deserciones es, por supuesto, Israel. No el actual Israel. A los efectos de mi relato, Israel sólo existe poéticamente, en la imaginación de aquellos que no pueden describirse adecuadamente si no es en relación con Israel.

Sucede que creo que esto es cierto en gran medida fuera de mi novela, en la realidad: que Israel realiza una función mayor de lo que es, que activa o desactiva ideas sobre la pertenencia y la separación, avivando las llamas de antiguas lealtades y enemistades. Para muchos judíos y no judíos de este país (Gran Bretaña), Israel se ha convertido en una figura del lenguaje, que da lugar a palabras y giros salvajes, un pretexto para reprimir o manifestar emociones que se originan en otra parte.

Comencé a escribir “La Cuestión Finkler” en 2008, pero llegó a ebullición en los primeros meses de 2009, en el momento de la Operación Plomo Fundido, como consecuencia de la cual comenzaron las denuncias de que Inglaterra se había convertido en un lugar desacostumbradamente espantoso para los judíos – excepto para Finkler y todos los demás que veían las acciones de Israel totalmente ajenos a las perspectivas de Israel -.

No estoy hablando sólo de las amenazas físicas e inclusive de los daños que sufrieron algunos judíos, con ataques a las personas, sinagogas, cementerios, el odio al judío expresado por alumnos de primaria, etcétera, sino de que la retórica antisionista que, en su exageración y fervor, en su carácter de hipérbole rapsódica, crecía más y más, completamente distante de cualquier realidad concebible y tan perturbadora en sí misma.

Usted no tiene que recibir un puñetazo en la cara para sentirse asaltado y golpeado: la violencia intelectual es su propia afrenta.

El estado de ánimo de esos meses encuentra inevitablemente su camino en mi novela. Quería grabar lo que supuso ser judío en este país (Gran Bretaña) por aquel entonces, cuando parecía razonable preguntarse si el odio a Israel se derramaría en odio contra los judíos - tal cosa no estaba más allá de los límites de lo posible - y si una nueva Kristallnacht estaba en perspectiva.

Dado que muchos judíos alemanes también dudaron de que estuvieran en grave peligro en la década de 1930, ¿lo inteligente hubiera sido que nosotros también dudáramos de que estuviéramos en peligro? Claro que, nos dijimos los unos a los otros, “Inglaterra no es Alemania”. El único problema con ese tipo de consuelo es que, en la década de 1930, los judíos alemanes tampoco creían que “Alemania fuera Alemania”.

Había, como sigue habiendo, un coro de amonestadoras voces judías advirtiendo en contra de gritar que viene el lobo. “No hay que hablar de la existencia del antisemitismo en este país”, nos decían y dicen, “pues si seguimos insistiendo al respecto...”. Una precaución neciamente contradictoria, ya que si el antisemitismo puede llegar a ser despertado de su sueño solamente hablando de él, entonces su sueño tiene que ser muy ligero.

Vamos a decir algo fuera de lo habitual. No creo que ser crítico con Israel haga a nadie un antisemita. Sólo un tonto podría pensarlo. Pero sólo un tonto podría pensar que la crítica de Israel no puede ser de ningún modo antisemita, o que el antisionismo es una especie de puerto en el que el antisemitismo no va a refugiarse.

En algunos casos, el antisemitismo es socorrido por el antisionismo de forma inadvertida. Me sorprendería si Caryl Churchill, autora de esa pieza teatral de propaganda odiosa, “Siete niños judíos”, resulta ser una antisemita en persona. Pero el lenguaje tiene una mente propia, y la santurronería y la mojigatería esta al acecho.

En sus afiliaciones incuestionables, el discurso envenenado de Caryl Churchill se engancha a todos los clichés habituales de la corriente antisionista y presenta una versión medieval del judío sediento de sangre que, según afirma - y yo la creo -, nunca fue su intención plasmar.

Si su obra es un pecado contra el arte y la historia, aún mayor lo es, después de verla expuesta, no darse cuenta de su resultado. “Era una víctima más”, afirmó la autora, “de la deshonesta estrategia habitual de acusar a alguien de antisemitismo por atreverse (como si eso representara a estas alturas algún tipo de heroísmo y/o heroicidad) a decir algo en contra de Israel”.

Ya conocemos esa defensa consistente en considerarse la víctima a su vez. Es una estrategia vilmente deshonesta en sí misma, grandilocuente, delirante y ególatra, y no sin un rastro de verdadero antisemitismo al repudiar como histeria y malicia la ansiedad que pueda expresar un judío. Todos esos que claman ser una minoría perseguida, vilipendiada por los judíos al acusarles de ser "antisemitas", para todos ellos el antisionismo representa su fuente de alimentación y la forma de tratar de eximirse de una justa crítica.

De hecho, según el silogismo de su razonamiento, no puede haber crítica razonable de lo que dicen puesto que todo lo que se argumente en contra de ellos debe, ipso facto, provenir de un judío sionista presto a la vendetta. Así es como los que lloran por el "chantaje" que supuestamente sufren se convierten ellos mismos en unos chantajistas. Por lo tanto, levantan un muro de inviolabilidad en torno a sus expresiones de antisionismo, y con ello se creen exonerados de todos los posibles cargos de antisemitismo, ya que los que les condenan, afirman, tienen el antisemitismo en su cerebro.

Cuando se trata de judíos antisionistas, su odio a todo lo judío a menudo está apenas disimulado, y no por lo que dicen sobre y contra Israel, sino por el desprecio que demuestran por los motivos y los sentimientos del resto de judíos que no piensan como ellos. No hay, por supuesto, nada nuevo en estos cismáticos; los judíos siempre se han reprobado apasionadamente entre ellos, y de hecho contra el judaísmo, desde sus inicios. Fue un judío quien inventó el cristianismo.

Probablemente el Monoteísmo explica este entusiasmo por la disidencia. El Dios judío exige una unidad que puede dar lugar al sentimiento positivo de rechazarla. Incluso podría ser nuestra mayor gloria el dividirnos con tal regularidad y alegría. En nuestra enorme variedad está nuestra fuerza.

Pero entonces vamos a llamar a las cosas y a lo que nos conducen por su nombre. Escondida detrás de la oposición a Israel está una manera cobarde de expresar su antijudaísmo por parte de un judío. Que la mitad del tiempo esté luchando contra su padre psíquico y no contra su país de origen no lo pongo en duda, pero aunque lo acepte, cuando hablamos del discurso político tenemos que pretender saber de que estamos hablando.

Pero aquí está la belleza de ser un novelista, podemos divertirnos atribuyendo la patología a quien queramos. Yo sé lo que realmente les molesta. Después de todo, son mis creaciones.

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