Tuesday, August 31, 2010

La ilusión de un “Mundo único” - Ayaan Hirsi Ali – Le Monde



¿Qué tienen en común las controversias que rodean el proyecto de construcción de una mezquita a dos manzanas del Gran Cero en New York, la expulsión de Marruecos de misioneros americanos a primeros de este año, la prohibición de los minaretes en Suiza el año último y la reciente prohibición del burka en Francia?

Esos cuatro acontecimientos son presentados por los medias occidentales como problemas de tolerancia religiosa. Ahora bien, no es de eso de lo que se trata. Son en realidad síntomas de lo que Samuel Huntington (1927-2008), profesor de Harvard, denominó el “choque de civilizaciones”, y notablemente entre el Islam y Occidente.

Para aquellos que no recuerden los aspectos problemáticos de su tesis, resulta útil recordar brevemente su argumentación. Para Huntington, el mundo posterior a la guerra fría estaría compuesto de grandes bloques representativos de las siete u ocho civilizaciones históricas, de entre las cuales serían predominantes las culturas occidental, musulmana y confuciana.

El equilibrio de fuerzas entre esos bloques, escribía Huntington, estaba en trance de cambiar. Mientras que Occidente estaba declinando en términos de poder relativo, el Islam gozaba de una explosión demográfica y las civilizaciones asiáticas – notablemente la China – estaban en plena ascensión económica [N.P.: la explosión demográfica de los países islámicos parece haberse detenido contundentemente, no así su expansión hacia y en otras áreas].

Huntington explicaba también que se asiste actualmente a la emergencia de un orden mundial fundado sobre las civilizaciones en el cual los estados que compartan afinidades culturales cooperarán entre ellos y se reagruparán en torno a los estados más poderosos de su civilización.

Las pretensiones universalistas de Occidente le llevarían cada vez más a entrar en conflicto con otras civilizaciones, siendo los más graves desacuerdos los que le opondrían al Islam y a China. Asimismo, la supervivencia de Occidente dependería de la voluntad de los americanos, europeos y otros occidentales de reafirmar el carácter único de la civilización occidental, y de unirse para defenderla contra su puesta en causa por parte de las culturas no occidentales.

El modelo de Huntington, especialmente tras la caída del comunismo, no era apenas popular. La idea en boga por aquel entonces era la del título del ensayo escrito en 1989 por Francis Fykuyama, “El fin de la Historia y el último hombre”, según el cual el conjunto de los estados acabarían convergiendo alrededor de un sistema institucional único de democracia capitalista liberal y ya no se harían más la guerra. La inclinación conservadora de este escenario optimista radicaba en la concepción de un mundo “unipolar” donde reinaría la hegemonía incontestada de los EEUU. Esas dos visiones, un sistema institucional único y un mundo “unipolar”, nos prometían un “Mundo único”.

El presidente Obama, a su manera, cree en ese “Mundo único”. En el discurso que pronunció en El Cairo en el 2009, apelaba a una nueva era de comprensión entre América y el mundo musulmán. Allí evocó un mundo fundado sobre “el respeto mutuo y (…) sobre la verdad según la cual América y el Islam no son contradictorios y no deben rivalizar. Al contrario, ambos comparten principios comunes”. El presidente americano esperaba que los musulmanes moderados se apresuraran a tomar esa mano tendida. Así pues, no quedaba más que eliminar a la minoría extremista, gente como Al-Qaida.

Por supuesto, la cosas no se han desarrollado como se pensaba. Así, el comportamiento reciente de Turquía constituye una ilustración perfecta de la futilidad de esta aproximación y de la superioridad del modelo propuesto por Huntington. Según la visión de los defensores de un “Mundo único”, Turquía es un islote de moderación musulmana en un océano de extremismo. Es sobre la base de este análisis que varios presidentes americanos sucesivos han presionado a la Unión Europea para que acepten integrar a Turquía en sus filas.

Esa ilusión acaba de saltar en pedazos. Hace un año, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, felicitaba por su reelección al presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, quien había conservado la presidencia sólo gracias a un fraude masivo y manifiesto. Posteriormente, Turquía se posicionó del lado de Brasil para perjudicar los esfuerzos americanos apuntando a reforzar las sanciones impulsadas por la ONU para detener el programa nuclear iraní. Aún más recientemente, Turquía ha esponsorizado la “flotilla humanitaria” destinada a romper el bloqueo israelí de Gaza y así ofrecer a Hamas una victoria sobre el plano de las relaciones públicas.

Ciertamente, aún quedan en Estambul laicos que continúan luchando por la herencia de Atatürk. Pero ellos ya no controlan ninguno de los ministerios clave y el control que ejercía el ejército está en trance de perecer. Hoy en Estambul se evoca abiertamente una “alternativa otomana” que les sitúe en la época en la que el sultán reinaba sobre un imperio que se extendía desde África del Norte y el Caúcaso.

¿Si no se puede contar con Turquía para potenciar una aproximación a Occidente, qué otro país del mundo musulmán podría jugar ese papel? Todos los países árabes salvo Irak – con una democracia precaria impuesta por los EEUU – están dirigidos por déspotas de parecida calaña. Y los grupos de la oposición que pueden beneficiarse de un sostén significativo entre las poblaciones locales están todos dirigidos por organizaciones islamistas, tales como la Hermandad Musulmana egipcia.

En Indonesia y Malasia, los movimientos islamistas ya están reclamando la generalización de la sharia. En Egipto, el tiempo de Hosni Moubarak se está acabando. ¿Y si los EEUU sostiene a su hijo para sucederle, no se apresurará el mundo musulmán a acusar a la administración Obama de doble rasero, ya que lo que se habilitó para Irak no parece desearse para Egipto? Ahora bien, en el caso de que hubiera unas elecciones que fueran libres y transparentes, una victoria de la Hermandad Musulmana no es excluible. ¿Argelia, Somalia, Sudán? Es difícil citar a un solo estado de mayoría musulmana que se comporte de acuerdo con el escenario del “Mundo único”.

La mayor ventaja del modelo de relaciones internacionales de Huntington es que refleja al mundo tal como es, y no tal como desearíamos que fuera. Nos permite distinguir los amigos de los enemigos y nos ayuda a identificar los conflictos internos de las diferentes civilizaciones, en particular la rivalidad histórica entre árabes, persas y turcos por el dominio del mundo islámico.

Sin embargo, dividir para reinar no puede constituir nuestra única política. Debemos tomar conciencia de que la progresión del Islam radical resulta en buena parte fruto de una poderosa campaña de propaganda. Según un informe de la CIA de 2003, los saudíes han invertido durante los últimos tres decenios al menos 2.000 millones de dólares por año para propagar su versión fundamentalista del Islam. La reacción de Occidente a la hora de promover su propia civilización ha sido despreciable.

Nuestra civilización no es indestructible: debe ser activamente defendida. Esa es la principal lección de Huntington. El primer paso para conseguir la victoria ante el choque de civilizaciones que se avecina es comprender la manera por la cual la parte adversa lleva a cabo su combate, y desembarazarnos de la ilusión de un “Mundo único”.

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1 Comments:

Blogger mariagmartinc said...

Hola. Acabo de encontrar tu blog por casualidad. No soy israelí ni judía, pero apoyo a Israel y me ha gustado tu blog. Seguiré leyendo.
Saludos desde Venezuela.

7:17 AM  

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