Tuesday, September 28, 2010

Desde Ginebra a Oslo: Un cuento como un queso suizo - Martin Sherman - JPost



El esfuerzo actual de resucitar la Iniciativa de Ginebra pone de relieve hasta qué punto tiene una forma horizontal la curva de aprendizaje de la izquierda israelí.

"Somos sus socios [para la paz]. ¿Y ustedes?". Este es el mensaje con el que es actualmente la opinión pública israelí está siendo bombardeada. Proviene de una larga procesión de figuras bien conocidas de altos funcionarios palestinos - ninguno de los cuales tiene una influencia política real -, retratados en carteles gigantes y colocados a lo largo de las principales arterias de tráfico en las principales ciudades israelíes, o por medio de anuncios en la red y en web afines.

Redactada en un tono solemne y acompañado de miradas y rostros serios, esta hábil apelación coreográfica es la piedra angular de una resucitada y reactivada campaña de relaciones públicas para promover la quimera de la Iniciativa de Ginebra.

Como reflejo de sus orígenes helvéticos, la Iniciativa de Ginebra es llamativamente similar al queso suizo – muy tentador, pero lleno de agujeros y rico en componentes peligrosos para la salud -. Por alguna razón, este delirante derivado de Oslo ha sido recientemente resucitado por esos mismos políticos auto-ungidos como "pragmáticos", los cuales la inventaron originalmente hace varios años y que ahora están tratando de volver a vendernos la misma defectuosa mercancía bajo un suntuoso y seductor envoltorio. No obstante, es más difícil identificar exactamente lo que ha iniciado esta renovada campaña de marketing.

Después de todo, desde el punto de vista israelí, se trata de una empresa que ha demostrado ser fundamentalmente errónea en los términos de la filosofía política en la que se basa y extremadamente peligrosa con respecto a las consecuencias prácticas que presagia.

Además, es difícil discernir los cambios tangibles tanto en las esferas políticas como en las condiciones de seguridad imperantes para que se pudiera llegar a creer que la Iniciativa de Ginebra posee hoy en día más significativas probabilidades de éxito que las que tuvo en el pasado. En efecto, las razones para el escepticismo parecen incluso mayores:

- El liderazgo palestino se niega obstinadamente a reconocer a Israel como el Estado-nación del pueblo judío, declarando abiertamente que no cederá en esta posición.

- Se mantiene públicamente que están decididos a preservar la demanda del "derecho de retorno", cuyo cumplimiento anularía a todos los efectos prácticos al estado de Israel como estado judío.

- La incitación al odio vitriólico contra los judíos e Israel no ha disminuido en el sistema educativo palestino y en sus medios de comunicación.

- El prestigio y el poder de los radicales está creciendo continuamente. De hecho, dado el paralelismo con la anterior "iniciativa de Oslo", los esfuerzos actuales de los campeones de la Iniciativa de Ginebra - por lo menos de la parte israelí - se podrían expresar con la siguiente alegoría metafórica:
Un hombre de buena voluntad, lleno de fervor idealista, decidió después de largas horas de observación a las aves en vuelo que la condición de la humanidad podría elevarse considerablemente si los seres humanos también pudieran volar. "Si ellos pueden hacerlo, yo también puedo hacerlo", declaró con una resolución digna de elogio, mientras subía al techo de un edificio de dos pisos para probar la validez de su elevada visión lanzándose él mismo a los cielos.

Sus amigos trataron de disuadirlo de esa peligrosa tentativa. Sus asesores le señalaron que sus aspiraciones eran incompatibles con la Ley de la gravedad y violaba totalmente los principios de la aerodinámica. En consecuencia, se le advirtió, el fracaso y unas graves lesiones serían inevitables.

Pero todas las advertencias y súplicas no fueron escuchadas. Con una ola de impaciencia en su pecho, despidió a las dudas y a los escépticos. "Los pesimistas sufren de una falta de visión", declaró exudando confianza en sí mismo. "Los pesimistas son gente de mente estrecha, visión miope y sumidos en el pasado. Yo, en cambio, representó el futuro. Mis esfuerzos romperán las limitaciones que grava el pasado y conducirán a las nuevas posibilidades del mañana”. Tras esto, él mismo se puso en marcha desde la azotea y agitando los brazos con gran vigor… se estrelló contra el suelo.

A pesar de las graves lesiones que sufrió, de alguna manera sobrevivió a esa terrible caída para después de un largo período de convalecencia comenzar a quitarse los vendajes y las escayolas de su cuerpo herido y fracturado. Sin dejarse intimidar por las funestas consecuencias de su búsqueda infructuosa de tan noble objetivo, se dedicó a analizar las causas de su fracaso.

Después de reflexionar llegó a su propia conclusión: el problema no radicaba en la validez conceptual de los principios básicos, sino en la ejecución práctica del experimento. Por lo tanto, determinó que un intento adicional debía llevarse a cabo inmediatamente, pero esta vez con unas condiciones más favorables, es decir, desde un edificio más alto para permitir un mayor impulso absolutamente necesario para facilitar el vuelo.

Así que una vez más, armado con sus grandes esperanzas y con una memoria de corto alcance, nuestro intrépido héroe subió al techo de otro edificio, en esta ocasión de 10 pisos de altura. Una vez más ignoró el consejo de asesores y las advertencias de los amigos. Una vez más decidió desafiar la ley de la gravedad y burlarse de los principios de la aerodinámica. Una vez más, criticó severamente a los pesimistas por no poder visualizar los futuros beneficios de su audaz iniciativa. Una vez más, saltó desde lo alto con la esperanza de que su sinceridad y su buena voluntad le permitieran volar por el aire antes de que volviera a estrellarse contra la realidad que le esperaba abajo, en la tierra.
Este es un retrato alegórico de la nueva Iniciativa de Ginebra, y de otros clones similares a Oslo, que suelen estar de boca en boca con una regularidad tediosa. Todas estas iniciativas no son más que desesperantes repeticiones con ligeras modificaciones, y como las medidas de Oslo intentadas en el pasado (en condiciones posiblemente más favorables) no han traído más que el trauma y la tragedia para los israelíes y los palestinos. Existe pues, escasas - o ningunas - razones para creer que la persistencia en poner en práctica similares esfuerzos por parte de estas iniciativas no se estrellen nuevamente con la realidad, y tal vez causen incluso mayores calamidades,

Por supuesto, la oposición a iniciativas del tipo de la de Ginebra (o de Oslo) no refleja ninguna resistencia intrínseca a la paz por sí misma, como tampoco cualquier tipo de incapacidad a la hora de apreciar sus beneficios potenciales si se pusieran realmente en marcha, sino más bien escepticismo en cuanto a su real viabilidad. Al igual que en la alegoría, la oposición al intento de conseguir que el hombre vuele no refleja una falta de reconocimiento de las ventajas teóricas y prácticas de ese hecho, sino más bien una sombría y pesimista evaluación de sus posibilidades de éxito sin los medios apropiados, y de las consecuencias de su fracaso.

En consecuencia, a la luz de la experiencia pasada, esa obsesiva insistencia en persistir en una serie de conceptos sólo parece indicar la existencia de una curva de aprendizaje casi horizontal por parte de sus defensores. Después de todo, si alguna lección ha de ser obtenida de las experiencias precedentes es que las posibilidades de éxito son remotas y el coste de un nuevo fracaso enormes.

Este es un hecho que hace que la obstinación compulsiva de la prensa en la Iniciativa de Ginebra parece no sólo un ejercicio altamente imprudente, sino también una apuesta totalmente irresponsable. Pero a diferencia de ese saltador en solitario de la mencionada alegoría cuyo pobre juicio solo repercute sobre sí mismo, el salto de fe prescrito por los discípulos de Ginebra afectaría al destino de muchos otros.

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