Saturday, September 18, 2010

Un Plan B para la paz - Ari Shavit - Haaretz

El 5 de octubre de 1995, el primer ministro Yitzhak Rabin presentó el acuerdo Oslo 2 en la Knesset. En el discurso que pronunció en aquella ocasión memorable, Rabin prometió que en el acuerdo-estatuto definitivo Jerusalén permanecería unida, los bloques de asentamientos seguirían formando parte de Israel y la frontera de seguridad estaría en el Valle del Jordán. También dijo que Israel no volvería a las líneas del 04 de junio de 1967 y que los palestinos gobernarían su propia vida en el marco de una entidad que sería algo menos que un estado.

Sólo hay tres explicaciones posibles para que Rabin hubiera realizado tales afirmaciones, las cuales un mes más tarde se convertirían en su última voluntad y en su testamento político. Una de esas explicaciones es que era un ingenuo o un loco. No entendía que no podría existir ningún acuerdo de paz palestino-israelí sin dividir Jerusalén. La segunda explicación es que era un mentiroso. Hizo esas afirmaciones a sabiendas de que no eran verdad y no constituirían los parámetros de la paz en el futuro.

La tercera explicación es que Rabin tenía un concepto completamente diferente de la paz del que se le atribuye después de que fuera asesinado, un concepto opuesto al que los estadounidenses están tratando ahora de imponer al primer ministro Benjamin Netanyahu y el presidente palestino Mahmoud Abbas.

Rabin no era ni un ingenuo, ni un loco, ni un mentiroso. Él era un discípulo de Henry Kissinger. Rabin y Kissinger creían que la ocupación no podía durar y que los asentamientos eran un desastre, pero sabían que la paz estaba distante. Por lo tanto, pensaron que en lugar de buscar un acuerdo imposible sobre un estatuto definitivo, debían trabajar hacia un acuerdo provisional a largo plazo: un acuerdo que no ponga fin al conflicto, pero al menos lo calme.

Tal acuerdo no resolvería los problemas de Jerusalém y los refugiados, pero establecería una entidad palestina independiente. Esto permitiría a Israel y a los palestinos a vivir el uno al lado del otro sin dominar el uno al otro y sin matarse entre ellos.

Netanyahu ahora mismo ya está situado a la izquierda de donde estaba Rabin cuando fue asesinado. Netanyahu está dispuesto a ir más allá de lo que Rabin lo estaba cuando se presentó ante la Knesset.

Al igual que Rabin, Netanyahu exige Jerusalém, los bloques de asentamientos y el Valle del Jordán. Pero a diferencia de Rabin, Netanyahu ha llegado a un acuerdo para el establecimiento de un estado palestino desmilitarizado. Las posiciones del líder de la derecha en 2010 son más moderadas que las posiciones del líder de la izquierda en 1995.

Pero hay un problema: a cambio de lo que Netanyahu está dispuesto a conceder, él exige un fin al conflicto. Pero a cambio de ese fin al conflicto, los palestinos están exigiendo lo que no se les puede para dar.

Así pues, una situación estúpida se ha creado en la que la nueva disposición de Netanyahu a realizar concesiones no podrá llegar a buen término. Incluso si él quisiera ser Rabin, la trayectoria actual del proceso de paz no lo permite. El sendero que conducía al abismo en Camp David y en Annapolis nos lleva al abismo en el proceso actual.

Una paz duradera entre israelíes y palestinos exige el cumplimiento de seis principios bien conocidos: el reconocimiento de un estado judío y democrático, el establecimiento de un estado palestino desmilitarizado, la división de Jerusalém, una extensa evacuación de los asentamientos, un no al derecho al retorno de los refugiados palestinos y un acuerdo sobre las fronteras. Pero hay al menos un principio en el que los palestinos no están de acuerdo: no van a renunciar a su demanda de un derecho de retorno. Y hay por lo menos un principio con el que Netanyahu no está de acuerdo: no compartirá la soberanía sobre el Monte del Templo.
Por lo tanto, el intento actual de hacer frente a la base del conflicto es como tratar de entrar en el núcleo de Chernobyl. La paz no surgirá. Sin duda, quizá una explosión.

La única solución es pensar fuera de lo establecido No donde fracasaron los presidentes Bill Clinton y George Bush, sino volviendo a la senda pragmática de Kissinger y Rabin. Sentar a israelíes y palestinos en una habitación cerrada con la tarea de formular un acuerdo provisional a largo plazo.

Es cierto que los palestinos dicen que no. Aparentemente, ellos quieren ahora una paz total. Pero en realidad, no están dispuestos a pagar los precios de esa paz.
Por lo tanto, tienen que ser persuadidos de que el proceso que el primer ministro palestino Salam Fayyad ha comenzado en Cisjordania, requiere un enfoque diferente. Salvar un sano nacionalismo palestino requiere una idea política diferente.

En lugar de que el presidente Barack Obama, la secretaria de Estado Hillary Clinton y el enviado especial en Oriente Medio George Mitchell, sigan haciendo el ridículo en un vano esfuerzo por llegar a un acuerdo estéril, lo que se debería comenzar inmediatamente es preparar un plan alternativo: una división de la tierra ahora mismo, y la paz para después.

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