Friday, November 26, 2010

¿Dónde están los Anwar Sadat cuando Israel precisa de ellos? - Akiva Eldar - Haaretz


Anwar Sadat tras su histórico discurso en la Knesset, en Jerusalém, el 20 de Noviembre de 1977, estrecha la mano del primer ministro israelí Menahem Begin, en presencia y ante los aplausos del portavoz de la Knesset Yitzhak Shamir.

(Sorprendente artículo de Akiva Eldar, el típico periodista de la izquierda israelí que solamente encuentra culpables y responsabilidades en Israel (en la derecha, en los colonos, en los religiosos y en los inmigrantes rusos, los últimos que se han incorporado al club de los reprobados.

No obstante, sorprende ese requerimiento a los dirigentes árabes. Aunque si lo observan detenidamente, sólo es una exigencia de "public relations", mientras se reservan las decisiones o concesiones dolorosas a los israelíes. Parece pues que unas buenas "public relations" evitarán a los árabes las "concesiones dolorosas", como por ejemplo el reconocimiento de lo que es Israel desde hace 62 años
)


Todos los vientos tronaron a la vez / Las campanas de la paz tañeron / y Sadat de Egipto hasta Israel voló / ¿Podemos decir que esto no es sin duda un sueño?

Estas emocionadas palabras fueron escritas el 22 de noviembre de 1977, y nada menos que por las ásperas manos de Moshe Dayan. El día después de la visita del presidente egipcio a Jerusalén, Dayan se las confió a su asesor íntimo Elyakim Rubinstein. Este último, quien se convertiría en un juez del Tribunal Supremo, afirma en su libro de 1992, "Senderos de Paz", que aunque ha tenido muchas experiencias emocionantes en su vida, ninguno como el momento en que la puerta del avión de Anwar Sadat se abrió en Ben–Gurion International Airport, "siempre lo recuerdo con una emoción sin igual".

Treinta y tres años después de que Sadat capturara los corazones de los israelíes con su discurso de "No más guerras" en la Knesset y su visita a Yad Vashem, nuevamente observamos como los muros del odio, el miedo y los prejuicios se han cerrado detrás de nosotros. En un artículo de un libro recién publicado, "Barreras para la paz en el conflicto israelo-palestino" (editado por Yaakov Bar Siman-Tov y publicado por el Jerusalem Institute for Israel Studies), los doctores y profesores Neta Oren, Eran Haperin y Daniel Bar-Tal, nos revelan que un 80% de los judíos de Israel creen que los árabes son deshonestos, no consideran la vida humana como algo valioso y obligan a Israel a emprender guerras a pesar de sus deseos de paz.

Diez años después del estallido de la segunda Intifada y de la aceptación de la aseveración de Ehud Barak de que no tenemos "ningún socio" para la paz (en la parte palestina), sólo el 44% ciento de los judíos de Israel creen que la mayoría de los palestinos quieren la paz (en comparación con un 64% en 1999).

El temor a realizar excesivas "concesiones a los árabes" no es el asunto de un puñado de "locos" cuya pasión por las tumbas de sus antepasados les ha conducido a esa chifladura. Israel ha vuelto a tener una opinión pública que mayoritariamente contempla la paz como una trampa peligrosa tendida por los árabes y por sus socios de la izquierda israelí, y que tiene como rehenes a unos políticos débiles. El 71% de los israelíes cree que el objetivo final de los árabes es aniquilar a Israel. No hay ningún líder israelí, ni siquiera en el horizonte, que tenga el poder de obligar a esa gran mayoría a "renunciar a los territorios y dárselos a los árabes".

Sadat solía decir que "dos terceras partes del conflicto árabe-israelí es cuestión de pura psicología". De hecho, una visita del líder árabe en la capital de Israel podría empujar a un lado 30 años de odio, miedo y sospechas. Cuatro años después de que miles de sus hijos murieran o resultaran heridos en una cruel guerra con Egipto, los israelíes limpiaron una lágrima de sus ojos al ver como el presidente egipcio estrechaba la mano de su primer ministro. Seis meses después de que la agitación política llevara al poder al Likud, otro levantamiento tuvo lugar pero esta vez dentro de una opinión pública israelí que hasta ese momento consideraba a los árabes como enemigos de Israel. La gran mayoría de los israelíes, incluyendo la mayoría de los miembros del Likud, apoyaron la evacuación de los asentamientos de la región de Yamit y un retorno a la frontera internacional en el frente sur, incluyendo el reconocimiento de los derechos legítimos de los palestinos.

En julio de 2009, el príncipe de Bahrein escribió un artículo en el Washington Post donde afirmaba que los "árabes necesitan hablar con los israelíes”. En dicho artículo, el jeque Shaikh Salman ibn Hamad ibn Isa Al Khalifa criticaba a los líderes árabes por no ser lo suficientemente sabios como para mostrar a los israelíes las ventajas de la iniciativa de paz de la Liga Árabe de marzo de 2002. "Cada israelí podría ser perdonado por pensar que cada voz musulmana se levanta sobre el odio", escribía, y terminaba así: "tenemos que hacer más, ahora, para lograr la paz". El llamamiento del príncipe siguió siendo una voz que clamaba en el desierto árabe (él mismo rechazó la propuesta de este autor de ser entrevistado por el Haaretz).

El liderazgo árabe insiste en tratar el diálogo con la sociedad israelí como parte de una "normalización" – como resultados de los "frutos de la paz" –, a la que se llegaría solamente después de que los israelíes se comprometieran a retirarse de todos los territorios. En su libro, Elyakim Rubinstein revela como fundamento la afirmación de que Sadat sólo vino a Jerusalén, en noviembre de 1977, después de haber recibido la promesa de que se le iba a devolver todo el Sinaí. Sadat entendió que unos israelíes cansados de la guerra no querrían tratar de la paz. Ellos querían que se les diera amor.

En efecto, ¿qué pasaría si el presidente Hosni Mubarak, el rey jordano Abdullah y el rey saudí Abdullah, junto con el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas, depositaran una ofrenda floral en Yad Vashem y prometieran afirmar ante la tribuna de la Knesset: "No más guerras"? Eso volvería mucho más fácil la tarea a aquellos que Israel deben hacer lo se les pide: evacuar a decenas de miles de personas de los asentamientos y dividir Jerusalém.

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