Saturday, February 26, 2011

Los extremos opuestos se atraen - Gadi Taub - TNR


Oración de la mañana (No querer ver la realidad también es un defecto para cierta derecha israelí)

(Sin duda, uno de los más válidos y mejores representantes de la izquierda israelí, así que dejen a los Avnery donde les corresponde)

Es un viejo adagio que los extremos políticos opuestos suelen acabar convergiendo. Pero cuando esto sucede realmente, aún sigue sorprendiendo. Y en el último año, en Israel ha habido algo de ello: los halcones de la extrema derecha y los antisionistas de la extrema izquierda parecen haber llegado al mismo plan más o menos para poner fin al conflicto palestino-israelí.

Este sorprendente cambio llegó desde la posiciones de la exctrema derecha, que hasta ahora habían propuesto una vaga visión de como sería su interpretación del futuro. Lo que pretendía la izquierda moderada estaba bastante claro desde hace muchos años: una solución de dos estados. Lo que deseaba la extrema izquierda antisionista también era muy evidente: aceptar la narrativa árabe, la cual ya estaba en funcionamiento desde que la idea de la partición se puso por primera vez sobre la mesa, allá por la década de 1930, un estado democrático de toda Palestina. En la década de 1930 y 1940 los palestinos estaban a favor de esta solución ya que constituían la gran mayoría de la población. Los palestinos que aún hoy en día favorecen esta solución lo hacen porque suponen - con razón - que con el tiempo constituirán de nuevo la mayoría de la población. La izquierda antisionista acepta y adopta esta posición.

Pero, ¿dónde se sitúa exactamente el final del juego para la derecha? La derecha fue explícita acerca de lo que no quería - la partición -, pero no sobre lo que quería. Con su apoyo a la construcción de los asentamientos trataba de bloquear el camino a una partición, pero también se negaba a anexionar los territorios. La anexión significaría ampliar el marco constitucional de Israel a los territorios, lo que implicaría la concesión a su población árabe de los mismos derechos políticos del que disfrutan sus hermanos en Israel, y por lo tanto se correría el riesgo de perder la mayoría judía. Y sin una clara mayoría judía, la idea misma de un Estado judío y democrático no tendría sentido.

Algunos dentro de la derecha radical, sobre todo entre los colonos religiosos, se contentaban con dejar caer el término democrático en la idea de un Estado judío y democrático. En la práctica eso significaría extender la estructura legal de la ocupación a Israel propiamente dicho, y no al revés. El Estado legalizaría entonces una especie de apartheid oficial. Pero para la gran mayoría de la derecha israelí, esto nunca fue una opción, tanto por razones éticas como prácticas. El Likud ha estado y sigue estando anclado en una visión del mundo democrática, y la mayoría de sus líderes políticos saben muy bien que Israel no podría sobrevivir si pierde su legitimidad moral en Occidente. Así que la derecha se quedó con su visión que negaba la partición, pero sin ningún tipo de visión sobre una alternativa viable.

Todo este proceso llevó finalmente a Benjamin Netanyahu a declarar formalmente su apoyo a una solución de dos estados, aunque su declaración parece haberse quedado corta a la hora de una honestidad total. Parece evidente por ahora que bajo el pretexto de esa postura oficial, está haciendo todo lo posible para impedir que se materialice.

Sin embargo, y sorprendentemente, algunos políticos de su espectro político han llegado a la conclusión de que ya no pueden contentarse con la negativa a la partición, y han comenzado a ofrecer su punto de vista de una solución. La joven parlamentaria religiosa del Likud, Tzipi Hotovely, el miembro de la vieja guardia del Likud y actual presidente de la Knesset, Reuven (Rubí) Rivlin, y el ex ministro de Defensa Moshe Arens, junto con el líder de los colonos y el ex asesor de Netanyahu Uri Elitzur, han apoyado públicamente la anexión. La novedad es que también reconocen que esto supondría la concesión a los residentes árabes de los territorios de la plena ciudadanía israelí. Así han recorrido un giro completo en su trayectoria al aceptar la visión del estado de la izquierda antisionista: una democracia única en toda la Palestina del Mandato Británico.

¿Y cómo pretenden conservar que el Estado siga siendo judío (el principal fundamento de su ideología)? Bueno, no está muy claro. Basándose en algunas de las más optimistas proyecciones y estadísticas demográficas - controvertidas como poco [N.P.: tanto como las constantes proyecciones pesimistas del otro espectro político, que por cierto se han revelado falsas históricamente] -, han calculado que los judíos aún representarían y conservarían más o menos el 60% de la población. Así que al menos sobre el papel, el sionismo estaría seguro, al menos en el corto plazo.

Esta nueva tendencia de la derecha debe ser elogiada por su desacostumbrada honestidad. Pero no desde luego por su realismo. Incluso si sus cálculos son correctos, una minoría de un 40% de árabes significaría de hecho un inviable estado bi-nacional, y es ingenuo pensar que los palestinos vayan a renunciar a sus aspiraciones de una independencia nacional.

Así que tal vez debamos felicitar a estos pioneros de la derecha por otro aspecto: por exponer el hecho de que aferrarse a los territorios no significa una extensión del sionismo, sino que de hecho supone un debilitamiento del sionismo, ya que la ideología del Gran Israel no deja de ser un enemigo ideológico del sionismo, tal como lo es la izquierda antisionista. Así pues, los extremos políticos opuestos convergen de hecho, aún cuando no sea esa su intención.

The New Republic

Si desean conocer más sobre Gadi Taub, una entrevista que quizá les resulte interesante en Just Journalisme

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