Friday, May 27, 2011

Israel y el sentimiento de culpa occidental - Aryeh Tepper – Jewish Ideas Daily



"Enfréntate a tus privilegios". Así reza un "sutil y coercitivo" mensaje ubicado en los finos y elegantes colegios de artes liberales de América. ¿Por qué coercitivo? Porque, como Wilfred McClay explica en un reciente ensayo en First Things, lo que tales mensajes o señales están realmente diciendo a los estudiantes es "siéntanse culpables". Siéntanse culpables por el dinero que les permitió llegar hasta aquí y por las ventajas que adquirirán y recibirán por su estancia entre nosotros. Ah, y mientras tanto, "páguennos unos 50.000$ al año para que nosotros podamos certificar el privilegio que disfrutan y por el que deben disculparse".

Este desfile de mensajes absurdos y auto edificantes (auto congratularios) no se limitan a las escuelas de educación superior. Como observa McClay, los hombres y mujeres modernos son regularmente invocados a sentirse culpables de algún delito o tragedia - “el colonialismo, la esclavitud, la pobreza estructural, la contaminación del agua, la deforestación" -, sucesos que a menudo se produjeron antes de su existencia y que están más allá del alcance de su vida cotidiana.

Al explorar por qué la culpa juega un papel tan importante en la cultura occidental contemporánea, McClay cita al escritor francés Pascal Bruckner, el cual identifica la "denuncia mecánica de Occidente" - una empresa que está en el núcleo de gran parte del pensamiento occidental moderno - como un vestigio masoquista de "la vieja noción del pecado original". Esa noción, resume McClay, se ha transformado en un remordimiento insidioso y sin control.

McClay profundiza el análisis de Bruckner señalando que los modernos expresan su sentimiento de culpa no sólo por los supuestos crímenes de su civilización, sino, y significativamente, por "las cosas de las que nos sentimos más orgullosos", especialmente nuestro “dominio tecnológico, nuestro conocimientos del mundo, de sus causas y efectos, y nuestro poder para darlos forma y alterarlos". Ese mismo poder, escribe McClay, deja a nuestra conciencia hiperactiva expuesta a un bombardeo interminable de males, reales o imaginarios, por los cuales debemos sentirnos culpables.

¿Qué hacer con esta culpa? En un mundo post-religioso, donde los medios tradicionales de búsqueda de la absolución y de la redención ya no son predominantes, "la poderosa e inextinguible necesidad de los seres humanos de sentirse moralmente justificados" busca otros mercados, muchos de ellos problemáticos. Uno de esos mercados, escribe McClay, es el culto santurrón del “fortalecimiento personal” a través del "perdón" y la ausencia de “crítica o juicio sobre los demás”. Otro mercado, y relacionado con el anterior, consiste en la santificación y fascinación por ciertos grupos definidos como "víctimas per se", y es mediante la identificación con esas víctimas como tales, donde los hombres y mujeres modernos pueden participar terapéuticamente de una especie de "sufrimiento compartido", afirmando así su propia inocencia y descargando su carga moral.

Sin embargo, una lógica perversa se mueve detrás de estas actitudes y actúa de una manera corrosiva. Puesto que no hay víctimas sin victimarios, un corolario obvio de la identificación con las víctimas es la proyección de la propia culpabilidad sobre un "designado opresor" que "desempeñe el papel de chivo expiatorio". Y es por esta lógica que, paso a paso e inevitablemente, el culto de la búsqueda de la inocencia suele venir de la mano con la tiranía de la corrección política, y con un discurso altamente vicioso que designa y envía al ostracismo a los supuestos villanos marcados con ese feo sello por gran parte del mundo intelectual y académico contemporáneo

El análisis de McClay es muy profundo y sugestivo. Por otra parte, aun cuando se lamenta del proceso por el cual nociones religiosas fundamentales como "el pecado y la expiación" han sido reemplazados por patológicas contrapartidas modernas, no todo se reduce a identificar esa infautada obsesión por el victimismo, la cual que en cierto sentido es un producto perverso del propio cristianismo. Su ensayo, en particular en su análisis de los chivos expiatorios, apunta en numerosas direcciones, y se espera que continuara ampliando su fascinante estudio de muchas de ellas.

En particular, McClay resulta muy útil para comprender cómo y por qué se ha invertido tanta cantidad de energía en señalar al Estado de Israel, y por implicación al pueblo judío, como una especie de fuente del mal contemporáneo. Adoptando el modelo de McClay a la moral contemporánea, al igual que Israel sirve para el papel de victimario, los palestinos sirven para el papel de víctimas ejemplares e inocentes, y es que mediante la identificación con la “víctima actual”, y posicionándose en contra del culpable designado, uno afirma su propia estatura moral y proyecta toda la culpa sobre del cabeza de turco de rigor, el cual es expulsado en sentido figurado al desierto (al igual que el chivo expiatorio).

¿Cómo se explica la obsesión del Occidente democrático por este tema específico? Después de todo, si usted está buscando víctimas y opresores, ¿por qué no empezar por ejemplo con el Congo, donde, según un nuevo estudio, 48 mujeres son violadas cada hora? Si comparamos la atención fugaz que genera esa horrible noticia y la comparamos con la cantidad de tinta derramada por la decisión de Israel de expandir los barrios judíos ya existentes en el este de Jerusalén, apreciaremos cuán sesgado es el criterio moral de los guardianes de la conciencia occidental.

Muy provechoso e importante es aquí como McClay traza la influencia subterránea de la culpabilidad. Consideremos, por ejemplo, la evidente influencia del reconocimiento del Holocausto en la percepción pública de los judíos. Visto a través de la lente de McClay, el legado del Holocausto inicialmente atribuyó a los judíos una especie de “prestigio perverso”, una especie de marca o sello de “víctima certificada”. Pero ¿por cuánto tiempo? En retrospectiva, parecía sin duda previsible que, una vez que los judíos llegaron a ejercer el poder en un Estado judío (Israel), deberían comenzar a ceder su dudosa plaza de honor como “víctimas certificadas”. A continuación, se hizo necesario encontrar unos sustitutos, ¿y quién encajaría mejor en ese papel que esos que pueden ser identificados, según algunos, como “víctimas de las antiguas víctimas”, es decir, de los propios judíos, los cuales a su vez se habrían transformado según algunos círculos de opinión en los nuevos nazis? Todo el desarrollo es una manifestación especialmente grotesca de lo que McClay define como "los enormes problemas creados por el culto a la propia victimización”.

Y es que viejas corrientes de opinión están contribuyendo. Como señala McClay, la "nueva sensibilidad" de la culpabilidad es un descendiente directo pero secularizado de los conceptos cristianos. En este sentido, es difícil no ver en las actuales representaciones, implícitas y muchas veces explícitas, del conflicto israelí-palestino cómo a los palestinos se les ha asignado el papel de hijo sufriente de Dios, y a los israelíes el papel de judíos pérfidos (¿seguidores de Caifás o de Barrabas?), en una repetición secularizada del drama de la crucifixión.

La terrible ironía que encierra todo esto es que a pesar de la devoción y el esfuerzo de muchos cristianos durante el último medio siglo a la hora de desvincularse, y expiar, el antisemitismo tan profundamente arraigado en la tradición cristiana, aún existen bastantes “ilustrados” en la actual sociedad post-cristiana que se han sentido lo suficientemente liberados como para poder abrazar algunos de los más siniestros tropos antisemitas.

Finalmente, Friedrich Nietzsche hace una breve aparición en el ensayo de McClay, y es más que posible que una potente dosis de la teoría del resentimiento de Nietzsche haya hecho su trabajo en el trasvase y acumulación de la culpa sobre los judíos. El resentimiento era el término que empleó Nietzsche para describir la hostilidad que el débil proyecta sobre el fuerte. También era un instrumento de venganza psíquica, como una especie de endeble conjuro donde el universo moral y su condición de debilidad les justifican y hacen superiores frente a la condición, valores y códigos de conducta de sus amos. Desde esta perspectiva, Israel es "pecado" a los ojos de sus detractores ya que se lo ligan precisamente con la fuerza y el éxito (por no hablar de su asociación con el Gran Satán americano).

Por supuesto, Nietzsche era de la opinión de que la Cristiandad, que elevó la debilidad y el sufrimiento sobre la clásica celebración griega del vigor heroico, era en sí misma culpable de causar un daño permanente a la moral occidental. McClay, por el contrario, es de la firme opinión de que sólo son reprobables esas debilitadoras y masoquistas nociones de culpa, que de hecho son una perversión de la cristiandad - y añade - y del judaísmo. Esta cuestión sería un tema interesante para un debate filosófico y teológico. En el ínterin, sólo podemos estar agradecidos a Wilfred McClay por su análisis y muy necesaria contribución a una cuestión no sólo de ámbito intelectual, sino verdaderamente existencial.

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