Thursday, July 11, 2013

Hacer que nuestro futuro sea nuestro asunto más importante - Daniel Gordis - JPost


"Los judíos fueron exiliados de su patria ancestral, y después de dos mil años de exilio,  finalmente volvieron a casa y pudieron restaurar su soberanía", decimos comúnmente, y es cierto. Más o menos.

"La Tierra de Israel fue la cuna del pueblo judío", así comienza la Declaración de la Independencia de Israel. “Aquí se formó nuestra identidad espiritual, religiosa y política". Esto también es cierto.  Más o menos.

"Más o menos", ya que para empezar con un punto delicado, los israelitas se convirtieron en un pueblo cuando aún estaban en la Tierra de Israel, sino en Egipto. "Más o menos", porque en gran parte a nuestra identidad la dio forma el exilio babilónico. Y  "más o menos" porque el supuesto tácito de todos estos episodios es que ele estado predeterminado del pueblo judío era el de un pueblo soberano y unido que vivía en su tierra natal. El exilio, insistimos, es una anormalidad. Cuando los judíos regresaron a Sión, terminamos con esa anormalidad y restauramos la condición que había sido durante mucho tiempo la "normalidad".

Pero, ¿es esto cierto? En nuestros (más o menos) cuatro mil años de historia, ¿en cuántos de esos años fuimos un pueblo soberano en un estado judío unido? No demasiado.

Consideremos la primera mancomunidad del pueblo judío, que se inició con el rey Saúl. Nadie sabe cuánto tiempo gobernó Saúl. En Samuel 13:01 se habla de dos años, pero muchos estudiosos señalan el carácter corrupto del lenguaje del verso. Josefo sugiere entre veinte y cuarenta años, la Septuagenta habla de veintidós años; John Bright, el erudito de la Biblia, dice que "por lo menos una década". Así que tiremos por lo alto y supongamos que gobernó dos décadas.

Después de Saúl, el rey David gobernó durante cuarenta años. Y Salomón, el último rey de un reino unido israelita, gobernó durante treinta y nueve años. Tras él, el el reino dividido. Por lo tanto, el primer reino unido israelita duró cerca de un siglo.

En cuatro mil años de historia, eso no es mucho.

Algunos nos señalarán que la soberanía continuó incluso después de la separación: es cierto, pero es poco consuelo. Apenas cinco años tras la división entre los reinos del Norte (Israel) y el del Sur (Judea), una expedición militar egipcia destruyó la mayor parte de las ciudades del norte y sus tierras agrícolas. Aunque el sur se libró en gran medida de este desastre, quedó claro para todos (y especialmente para los Profetas) que la soberanía había casi terminado, y que el florecimiento del pueblo judío era una cosa del pasado. A pesar de algunos aplazamientos, el período posterior a la división fue de un declive más o menos continuo, con el exilio y una derrota permanente siempre avecinándose.

¿Qué hay de la segunda mancomunidad? Aunque Ciro envío a los judíos de vuelta nuevamente a Judea para construir el Segundo Templo aproximadamente hacia el 538 a. C., lo hicieron bajo su dominio y soberanía. De hecho, el único período entre Esdras / Nehemías y la destrucción del Segundo Templo en el año 70 d. C. en el que los israelitas fueron verdaderamente independientes fue durante la Dinastía hasmonea (los macabeos), desde el 140 a. C. al 37 a. C.  (estas fechas son aproximadas y bastante impugnadas, obviamente). Eso significa que, más o menos, que la segunda etapa de independencia judía también duró, más o menos, unos cien años.

Y después lo judíos fueron exiliados, nuevamente, esta vez cerca de 2.000 años, hasta 1948.

El exilio, a pesar de que en nuestra narrativa tiene un sentido contrario, no es una verdadera distorsión de la "normalidad judía”. El exilio es la norma. En 4.000 años de historia, hemos tenido un estado soberano unido durante cerca de trescientos años.

¿Por qué importa eso ahora? Importa, en parte, porque estamos en medio de las tres semanas.

Las tres semanas, que comienzan con el ayuno del 17 de Tamuz (que conmemora la fecha de la violación de los muros de Jerusalén por los romanos) y terminarán con el ayuno del 9  de Av (cuando el Templo fue destruido) casi no evocan una actitud reflexiva en el mundo judío. Para la comunidad de judíos no observantes, esas tres semanas apenas se notan. E incluso para la comunidad judía observante, por lo general, esas tres semanas están más marcadas por una rigurosa dedicación al cumplimiento de las prohibiciones halájicas (música en vivo, bodas, natación, etc) que por una introspección reflexiva. La escasa reflexión que originan esas tres semanas se asocia con el luto del Templo. Cuánta gente desea realmente que el Templo sea restaurado, ese es un tema del que nadie habla en voz alta con total honestidad.

¿Es eso lo mejor que podemos hacer? El calendario judío no solo estaba destinado a marcar unas vivencias y una historia, sino que además estaba para provocarnos, para desafiarnos. ¿No hay manera de que los judíos religiosos y no religiosos, a los que les gustaría ver un Templo reconstruido y a los que no, pudieran hacer de esas tres semanas un periodo que reflexiva y verdaderamente importe, el escenario de una conversación sobre los temas de la vida judía y el futuro de Israel, los cuales son fundamentales para todos nosotros?

Creo que sí se podría, pero para ello deberíamos  empezar por interiorizar lo breves que han sido nuestros períodos de soberanía. Las dos primeras etapas de la soberanía judía duraron unos cuantos cientos de años cada uno. Hoy en día, ya llevamos sesenta y cinco años en esta tercera etapa. Las dos primeras veces, el peligro lo representaban unos imperios amenazantes – Egipto,  Asiria / Babilonia, Persia - que nos destruyeron. Hoy en día, Egipto es más problemático de lo que lo fue hace veinte años, la frontera con Siria (que había estado inactiva durante décadas) es extremadamente preocupante, e Irán, más o menos la Persia de hoy, si hacemos caso de lo que asegura David Albright (un ex inspector de armas de la ONU), dentro de un año tendrá  "la capacidad para producir el suficiente material fisible para una bomba en una o dos semanas", según The Economist.

Como si los vecinos amenazantes no fueran suficientes, los israelitas incorporaron una gran dosis de división interna, contribuyendo poderosamente a la derrota de las dos primeras  mancomunidades judías. Al igual que ellos, hoy en día estamos amargamente divididos sobre cómo lidiar con nuestros enemigos. Al igual que ellos, a menudo nos despreciamos mutuamente más que tememos a nuestros enemigos. Y como las anteriores, nuestra mancomunidad también podría caer y ser destruida.

No hay nada natural o inevitable con respecto a la soberanía judía.

No está nado claro que los israelitas hubieran podido sobrevivir si hubieran sido más prudentes y hubieran estado más unidos, pero quizás hubieran recibido menos daño. Tampoco está claro que esta vez podamos sobrevivir. Puede haber un Estado judío dentro de cien años, pero quizás no. Puede haber un Estado judío durante los próximos cincuenta años, pero no está garantizado.

Lo que está claro es que si tenemos alguna esperanza de permanecer soberanos durante mucho tiempo, debemos interiorizar lo absolutamente frágil que siempre ha sido la soberanía judía, lo peligrosas que son unas divisiones judías que no conocen fronteras, y lo necesarias que son las actitudes reflexivas y estratégicas a la hora de hacer frente a los poderes que nos amenazan.

Israel puede lograrlo, y puede que no. Pero sin duda queremos ser capaces de decir, con independencia de lo que venga en las décadas por venir, que no estábamos ciegos a las lecciones de la historia, y que pensamos y actuamos con cuidado, sobre la base de la sabiduría acumulada durante miles de años de historia.

Si estas tres semanas fomentan una conversación judía transnacional sobre la brevedad histórica de la soberanía judía y la fragilidad de la independencia judía, ¿hay alguien que piense que eso será irrelevante? Lo dudo. Así que comencemos, marquemos este período ante todo, hablando de las grandes cuestiones que se nos plantean.

Porque nuestro desafío actual no es simplemente llorar por nuestro pasado, sino algo infinitamente más importante, hacer que nuestro futuro sea nuestro asunto más importante.

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