Saturday, March 01, 2014

¿Por qué hablar de Israel con la gente que quiere que desaparezca? No todos los puntos de vista son reconciliables, y eso está bien - Liel Leibovitz - Tablet



De leer y escuchar a la prensa, incluida la prensa judía, una cresta de intolerancia se ha desatado a la hora de lavar la ropa dentro de la comunidad judía estadounidense, con museos cancelando conferencias propuestas a críticos de Israel, escuelas secundarias censurando la presencia de intelectuales palestinos, y la organización Hillel rechazando cualquier iniciativa que se desvíe de los temas de conversación del gobierno israelí.

Basta ya con ese rollo.

Lo que estamos viendo no es la cerrazón de la mente judía estadounidense, tal como algunos bloggers han bromeado - esos que probablemente nunca leyeron el libro de Allan Bloom y que probablemente se estremecerían ante ellas sin bromear - . Lo que estamos viendo es un incremento raro y bienvenido de un pensamiento claro, un estallido muy necesario de honestidad intelectual que sostiene el argumento dolorosamente obvio de que el debate debe ser inseparable de los objetivos comunes y que el ramo de valores que nuestras instituciones comunitarias se encargan de defender tiene más flores que el tímido pluralismo de las violetas.

Vamos entonces a desterrar la estúpida idea de que alguien está siendo amordazado o silenciado: los hombres y mujeres en el centro de esta reciente serie de controversias - Rashid Khalidi, John Judis, Judith Butler - son todos destacados pensadores y escritores cuyas plumas y podios están firmemente plantados en nuestras mejores universidades y en nuestras publicaciones más aclamadas. Sus voces se escuchan, como debe ser. La pregunta es si deben ser escuchadas en un contexto específicamente judío. Y porque desinvitar a esta gente supone a la vez mostrar mano dura y ser poco elegante, por no hablar de un signo de inseguridad fundamental. Necesitamos responder a esta pregunta hablando con orgullo y de manera inequívoca.

En los casos de Butler y la iniciativa de las Open Hillel, la respuesta es simple. Judith Butler y las organizaciones "abiertas" del movimiento Hillel, con los que se pretende entablar un diálogo, son ambos partidarios del movimiento pro-boicot BDS. Y el BDS es un movimiento cuyo objetivo declarado es acabar con lo que ellos percibeN como el "régimen colonialista sionista" y reemplazarlo por un régimen de un solo estado de mayoría árabe. Incluso si asumimos de una manera obviamente eufórica que los judíos también serían bienvenidos en ese régimen, una suposición que se contradice fácilmente si echamos una ojeada a prácticamente todas las demás naciones árabes, el objetivo declarado del BDS es no sólo poner fin a la ocupación, es decir, a la presencia israelí en los territorios que obtuvo durante la guerra de 1967, sino a la totalidad de la presencia judía en la Palestina del Mandato Británico como tal. Pero no tomen mis palabras por una interpretación de sus objetivos, ahí está Omar Barghouti, el padre fundador del BDS, diciendo eso mismo.

Y así, si usted apoya el derecho de Israel a existir como un Estado judío, algo que la mayoría de los judíos de América apoyan con entusiasmo, no tienes mucho de que hablar con cualquier defensor o miembro del BDS. Y si usted forma parte de una asociación de estudiantes judía, un museo judío  o cualquier otra institución judía, tendrán razón al decir que los defensores del BDS tienen perfecto derecho a celebrar sus mítines, escribir su artículos y convocar sus reuniones, pero no aquí, no con nosotros.

Esta no es una medida de castigo. Es un acto de sentido común. Tal vez el mayor teórico estadounidense del discurso civil, John Dewey, debería servir como guía aquí, con su libro más famoso, "El público y sus problemas". Dewey argumentó a favor de un robusto intercambio público de ideas, pero con dos condiciones: que debemos ser educados acerca de los hechos, y que debemos compartir preocupaciones comunes, sin lo cual todo debate es inherentemente inútil. Cualquiera que apoye el derecho de Israel a existir no tendrá nada que decir a una persona que apoye decididamente su destrucción.

Y si se tiene en cuenta que el derecho de Israel a existir es para usted un valor querido y sagrado, usted tendrá toda la razón a la hora de desvincularse de gente como Butler que se opone a ello y predica su destrucción, incluso si el tema de su conferencia no tiene nada que ver con Israel (Butler fue invitado a la Museo Judío para hablar de Kafka).

Lo mismo vale para Ramaz (la escuela de secundaria ortodoxa). Mientras Rashid Khalidi no es, hasta donde yo sé, un partidario de BDS y ha escrito compleja y elocuentemente sobre el conflicto palestino-israelí, en una escuela secundaria ortodoxa y sionista se tiene todo el derecho del mundo de inculcar a sus alumnos los valores que considere primordiales. Argumentar que solamente una apertura a todos los puntos de vista resulta aceptable, afirmar que a menos que invitemos a todos nuestros críticos más feroces a nuestra propia casa y les dejemos tronar en contra de nuestros valores, de nuestra razón de ser, abdicando de alguna manera de nuestra responsabilidad como seres humanos conscientes y morales, eso solamente indicaría que nos adherimos a la más vólatil forma de relativismo, la de esos que no creen en nada, salvo en el hecho de que "todos los valores son iguales", lo que por supuesto hace que todos los valores carezcan de sentido.

En las últimas semanas, la comunidad judía ha dado un paso audaz a la hora de defender sus valores y definir cuales son los que más aprecian. Naturalmente, algunos dentro de la comunidad judía encontrarán estos valores molestos, e incluso podrían retirarse de sus instituciones como resultado. Eso estaría bien.

Lo que necesitamos no es buscar la unidad como un objetivo abstracto, ya que resulta una palabra inquietante que sugiere que todos debemos y podemos superar nuestras diferencias y abrazarnos, sino la honestidad. Cuando podamos, debatiremos. Cuando no podamos, vamos a admitir tranquilamente nuestras diferencias irreconciliables, y tomaremos nuestras decisiones en consecuencia. No hay mayor signo de fortaleza que ese.

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