Thursday, June 19, 2014

Interesante artículo: La jerarquía del terror en Israel - Lily Galili - i24news



El secuestro de tres estudiantes de yeshiva cerca de los asentamientos de la Ribera Occidental de Gush Etzion sacudió a Israel en su núcleo. Aunque la mayoría de los israelíes tienden a estar separados de la realidad de la vida diaria más allá de la Línea Verde, son supersensibles con los niños y la edad triunfa sobre la localización. A diferencia de otros actos de terror en los asentamientos y en los territorios, de los que apenas se dan cuenta la mayoría de los israelíes, éste secuestro se ha sentido de una manera diferente en una sociedad en la que no todas las víctimas son iguales.

A la mayoría de los adultos judíos israelíes que viven dentro de la Línea Verde - la frontera internacional reconocida de Israel - no les gustan los colonos. Un estudio reciente realizado por la Universidad de Ariel, situado en la ciudad asentamiento de Ariel, muestra que el 40% de los israelíes creen que los asentamientos son un desperdicio de dinero, y más de la mitad de los encuestados piensan que ese dinero que allí se ha gastado lo ha sido a costa del bienestar y de los presupuestos de educación de todos. Por encima de todo, a la mayoría de los israelíes (el 71%) no les gusta la forma en que los colonos causan daños a las propiedades militares y buscan la fricción con los soldados.

Los resultados difieren del enfoque tradicional, seguido por la derecha israelí y por el centro a lo largo de los años. Buena parte de los israelíes, incluso los que no son compatibles con los asentamientos, utilizan un tratamiento de los colonos que suele lindar con el respeto y hasta con la reverencia, pues a menudo son vistos como las reencarnaciones de los pioneros del pasado. Sin embargo, para la mayoría de los israelíes, los colonos son los "hermanos del espacio exterior". Incluso los partidarios de los asentamientos con una motivación política siempre han sentido una cierta alienación con las personas que viven al otro lado de la Línea Verde. La mayoría de los israelíes apenas cruzan, o nunca o rara vez, la Línea Verde y no tienen ni idea, por ejemplo, de donde se encuentra Talmon, el lugar de nacimiento de uno de los estudiantes de yeshiva secuestrados.

Esta realidad tiene implicaciones políticas, con más de la mitad de los israelíes dispuestos a evacuar la totalidad o la mayoría de los asentamientos a cambio de la paz. También tiene repercusiones sobre todo sociales. Una manera de medirlas es contemplar la manera en que los israelíes reaccionan ante los ataques terroristas en los asentamientos, por lo general con un desapego emocional que a menudo raya en la indiferencia. Después de todo, lo que sucede en esos lugares, en un país remoto y desconocido, les ocurre a personas que no son realmente comprendidas.

Toda investigación o medida de reacción demuestra que no todos los ataques terroristas son iguales a los ojos de los israelíes. A diferencia de las guerras que se acompañan de un profundo sentido de solidaridad colectiva, el terror privatiza la agresión en una experiencia más individual. Y ciertamente esa experiencia tiene grados. Así está la lista no escrita del victimismo, delimitada principalmente - aunque no exclusivamente - por la ubicación y la distancia del centro geográfico y social. La principal distinción, sin embargo, se hace entre soldados y civiles: al contrario de otros países y sociedades, en contra de toda lógica, en Israel la vida de los soldados vale más que la de los civiles. A los soldados se les conoce como "nuestros hijos". Hay un cierto elemento de culpabilidad unido a su condición de víctimas. Los terroristas palestinos lo saben muy bien. Su principal objetivo ha sido siempre el secuestro de soldados. Los jóvenes colonos, que son para ellos los soldados del ejército de ocupación, sólo aparecen en segundo lugar.

Los elementos geográficos y sociales también entran en juego. Cuanto más alejado del terror está del centro del país, menos interés evoca. Tel Aviv encabeza la lista. El terror en Tel Aviv, la capital de la normalidad de Israel, se concibe casi como antinatural. Los terroristas lo saben también. Cualquier ataque a Tel Aviv es definido por ellos como un "ataque de calidad". Luego viene Jerusalén, el escenario de tantos ataques terroristas. Sólo después viene todo el resto del país. Una pequeña prueba: todos los israelíes saben de memoria los nombres trágicos del almanaque del terrorismo: Dizengoff Center, el autobús número 18, el café "Moment", el Dolphinarium..., todos estos ataques llevan el nombre de su ubicación en Tel Aviv o Jerusalén. Casi nadie se acuerda incluso que hubo un ataque terrorista en un centro comercial de Dimona, una pequeña ciudad en el extremo sur de Israel, a pesar de que allí fue asesinada una mujer y hubo muchos heridos. A más distancia de la vista, más alejado del corazón.

Los últimos en la lista son los ciudadanos árabes de Israel. Aunque las bombas colocadas por los terroristas y los misiles disparados contra Israel no hacen distinciones étnicas, las víctimas árabes tienen un impacto menor.

Los ataques contra los colonos y los asentamientos, geográfica y socialmente situados a distancia, por lo general atraen una menor atención y una menor implicación emocional. Para muchos, y no sólo para la izquierda política israelí, esos territorios como tales parecen como un lugar más natural para el ejercicio del terrorismo; y muchos creen que los colonos "atraen la violencia sobre sí mismos" por la misma elección que hacen de vivir en ese peligroso ambiente, rodeado de palestinos.

Sin embargo, el secuestro de los tres estudiantes de yeshiva ha sido diferente. Son demasiado jóvenes para ser vistos como responsables de la elección hecha por sus padres de vivir o estudiar en un asentamiento; aunque tengan la edad suficiente (16-19) para ser vistos como "soldados". Es por eso por lo que muchos israelíes han estado siguiendo de cerca los acontecimientos en los últimos días y, en el proceso, obtener una visión de la vida cotidiana en los asentamientos. Pasó lo mismo después del atentado en junio de 2001 en el Dolphinarium de Tel Aviv, en el que murieron 21 adolescentes de familias de nuevos inmigrantes de la ex Unión Soviética. Para muchos israelíes, también fue un estudio en antropología, una mirada a la vida de esa comunidad.

En 2014, en estas trágicas circunstancias, este drama supone un raro momento que refleja una solidaridad inequívoca, un bien escaso en una sociedad desgarrada por tantos cismas.

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