¿Cuándo Gran Bretaña perdió la fe en Israel? - Benny Morris - Telegraph

Hace medio siglo, las relaciones entre Israel y Gran Bretaña eran amables. Más que amables. Se caracterizaban por la admiración. Y en ninguna parte de Gran Bretaña esa simpatía y admiración era más fuerte que en la izquierda y entre los jóvenes. La izquierda admiraba la democracia social de Israel, la energía y el espíritu pionero: Israel fue uno de los pocos estados que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, y el único en el Oriente Medio, que se convirtió en una historia de éxito.
También existía una enorme admiración por el movimiento kibbutz, con sus 300 asentamientos colectivos en los que miles de jóvenes británicos pasaron meses, e incluso años, como voluntarios, disfrutando del espíritu igualitario, el trabajo agrícola y el sexo. Los socialistas británicos admiraban a la poderosa asociación sindical de Israel, la Histadrut, que tenía su propia editorial, su banco, su prensa diaria, su servicio de salud y sus instalaciones industriales. Algo avergonzada, existía también una aguda apreciación de los militares de Israel al ser ingeniosos, audaces y exitosos.
En retrospectiva, e irónicamente, en ningún momento esta admiración general fue más aparente que en el momento de la mayor hazaña militar de Israel, en el período inmediatamente posterior a la guerra de 1967, cuando las fuerzas israelíes en seis días derrotaron a los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria, y ocuparon Cisjordania, la Franja de Gaza, Jerusalén Este, la península del Sinaí y los Altos del Golán.
Pero medio siglo después, gran parte de esa admiración ha huido y la brillantez militar de Israel se ha convertido en algo que hay que denunciar y deplorar. ¿Qué ha salido mal?
Ya en 1937, una comisión real encabezada por Lord Peel recomendó el fin del mandato británico sobre Palestina y la partición del país en dos estados, uno muy pequeño judío y otro mucho más grande árabe. La comisión también recomendó que la mayoría de los habitantes árabes estacionado en el área del pequeño Estado judío debían ser transferidos a la zona árabe, por la fuerza si fuera necesario, con el fin de asegurar la estabilidad de la solución propuesta. Los árabes rechazaron esta partición exigiendo toda Palestina para ellos. Pero el gobierno británico, bajo la influencia de Neville Chamberlain, aprobó inicialmente las propuestas de la comisión Peel.
Este apoyo a la estatalidad judía, al menos en una pequeña parte de Palestina, se ajustaba a la política británica desde 1917, cuando el gabinete de Lloyd George emitió la Declaración Balfour en la que se apoyaba al establecimiento de un "hogar nacional judío". Pero dado el triple desafío planteado a Gran Bretaña por regímenes depredadores como la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial, Chamberlain optó por apaciguar a los árabes (así como apaciguar a Hitler en Munich a costa de los checos), y en 1938-1939 Gran Bretaña dio marcha atrás y se convirtió en antisionista.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial impidió – además de los sionistas – el establecimiento de la dominación árabe en toda Palestina, y tras ella, Gran Bretaña, ante su impotencia y disgusto, trasladó el problema al regazo de las Naciones Unidas. Esto se debió en buena medida a la rebelión terrorista de algunos grupos derechistas judíos, como el Irgun y el grupo Stern (o Lehi) contra la Gran Bretaña durante el período 1944-47, lo que dejó un gran enojo en Gran Bretaña contra "los judíos" para toda una generación o algo más.
En 1947, las Naciones Unidas volvieron a proponer una partición y una solución de dos estados. Una vez más, los árabes rechazaron la propuesta, y fueron a la guerra contra el emergente Estado judío. Pero perdieron, y una de las consecuencias trágicas de la guerra de 1948 fue la creación de unos 700.000 refugiados palestinos. El mundo árabe se mostró incapaz de superar su humillación a manos de una insignificante comunidad judía de solamente 650.000 almas, y los refugiados, pudriéndose en unos campamentos miserables, se convirtieron en un reto permanente para la virilidad árabe. Los palestinos, incitados por los Estados árabes, nunca consintieron el resultado de 1948.
Moshe Dayan, entonces jefe del Estado Mayor, lo resumió en 1956 en un panegírico ante la tumba de un kibbutznik asesinado por infiltrados árabes de Gaza: "Durante ocho años, se han sentado en los campos de refugiados de Gaza, y han visto cómo hemos convertido sus tierras y pueblos, donde ellos y sus antepasados habitaban anteriormente, en nuestra casa... Más allá del surco de la frontera surgen oleadas de odio y venganza... No tengamos miedo a mirar de frente el odio que consume y llena la vida de cientos de miles de árabes que viven a nuestro alrededor... Esta es nuestra elección, estar preparados y armados, ser duros y rocosos, o bien la espada caerá de nuestras manos y nuestra vida será segada rápidamente".
Cerca de 200.000 de los refugiados de 1948 terminaron en la Franja de Gaza. Durante las siguientes décadas, los campamentos de refugiados - en realidad barriadas suburbanas – suministraron el combustible y la mano de obra para los ataques de terror contra Israel, además de servir como focos de las dos revueltas palestinas, o intifadas, en 1987-1991 y 2000-2004. Hoy, sus cifras de población alcanzan los 1,8 millones. Estos habitantes de esas barriadas son el principal campo de reclutamiento del ala militar de Hamas, que ha luchado contra el ejército israelí durante las últimas semanas en los callejones y túneles de Shaja'iya, Beit Hanun y Rafah.
Inicialmente, como los EEUU, Gran Bretaña apoyó el regreso de los refugiados a la zona que se convirtió en Israel. Pero como Israel absorbió a millones de empobrecidos inmigrantes judíos y los instaló en las antiguas zonas árabes, Occidente aceptó tácitamente el argumento israelí de que un retorno masivo socavaría el Estado judío y esos repatriados palestinos constituirían una gigante quinta columna. No obstante, el mundo islámico, incluyendo países ahora en paz con Israel como Egipto y Jordania, siguen afirmando el "derecho de retorno" de los refugiados.
La íntima relación de Gran Bretaña con Israel, fundada en la Declaración Balfour, alcanzó un nuevo nivel en 1956, cuando las tropas israelíes lucharon junto a Gran Bretaña y Francia en Suez. Para las potencias europeas, la derrota política con la que se saldó la acción supuso su expulsión de hecho del Oriente Medio. Pronto, Gran Bretaña aceptó a Israel no como una subordinada y reciente colonia, sino como un socio, como parte del mundo libre. Entonces el afecto floreció.
Pero no duró mucho: 1967 marcó su punto culminante. Una desafección gradual creció en Gran Bretaña. La ocupación por Israel de los territorios palestinos prolongó la resistencia palestina y los ataques de terror desencadenaron medidas drásticas y represalias israelíes, y en un mundo como el actual, post-imperial y post-colonial, el comportamiento de Israel preocupa y sobresalta. En ello intervino la difusión por la televisión y luego vía internet, de interminables imágenes de soldados de infantería israelíes castigando a los lanzadores de piedras, y más tarde, de tanques y aviones israelíes contra guerrilleros armados con Kalashnikov. La lucha se veía como una lucha brutal y desigual. Los corazones liberales acogieron a los visualmente más débiles, y los antisemitas y los oportunistas de varias clases se unieron al coro anti-israelí.
Los israelíes podrían argumentar que esos “pobremente armados” (relativamente) Hamasniks de Gaza vuelven a querer echar a los judíos al mar; que la lucha no es en realidad entre Israel y los palestinos, sino entre la pequeña Israel y los vastos mundos árabe y musulmán, que durante mucho tiempo han preconizado la desaparición de Israel. Incluso podrían argumentar que Israel no es el objetivo final, que los islamistas buscan la desaparición del propio Occidente, y que Israel no es más que un puesto avanzado de una civilización más extensa que les resulta aborrecible y tratan de derrocar.
Pero las televisiones no muestran este panorama más amplio y las imágenes no pueden aclarar ideas. Solo muestran al poderoso Israel aplastando a la desaliñada Gaza. Las TV occidentales nunca muestran a los milicianos de Hamas, ni a un hombre armado, ni un cohete lanzado contra Tel Aviv, ni a los que bombardean a los kibutz cercanos. En estas últimas semanas, viendo las televisiones occidentales, me ha parecido como si los F-16, los tanques Merkava y las piezas de artillería israelí de 155 mm estuvieran luchando contra unas madres angustiadas, unos niños mutilados y unas concretas y deterioradas barriadas. Todo ello sin ningún Hamasnik en la batalla. Ni tampoco los más de 3.000 cohetes que alcanzaron el territorio israelí, inclusive Tel Aviv, Jerusalén y Beersheba.
Tampoco las bombas de los morteros se veían impactar en los comedores de los kibutzim. Ni por supuesto, los cohetes disparados contra Israel desde los hospitales y las escuelas de Gaza, diseñados expresamente para provocar la respuesta israelí, que luego sí podría proyectarse como una atrocidad.
Entre las ruinas de la guerra, algunos hechos básicos acerca de los contendientes se han perdido: Israel es una democracia liberal occidental, donde los árabes tienen capacidad de votar a sus propios partidos y que, como a los judíos, no se les detiene en medio de la noche por lo que ellos piensan o dicen. Si bien es cierto que existe un violento sector de derechistas, los israelíes siguen siendo básicamente tolerantes, incluso en tiempos de guerra, incluso ante la provocación terrorista. El país es una potencia científica, tecnológica y artística, en gran medida debido a que es una sociedad abierta.
En la otra parte se encuentran una serie de fanáticas y totalitarias organizaciones musulmanas. Hamas tiene a la población de Gaza como rehén en su puño de hierro y es intolerante con todos los "otros" - judíos, homosexuales, no musulmanes, socialistas -. ¿Cuántos cristianos han permanecido en Gaza desde la violenta toma del poder por parte de Hamas en 2007?
Los palestinos han sido maltratados, no hay duda sobre eso. Gran Bretaña, Estados Unidos, sus hermanos árabes, los sionistas, todos son culpables de ese maltrato. Pero también son culpables ellos mismos, al haber rechazado uno tras otro los compromisos para crear dos estados - y por lo tanto uno propio en Cisjordania, Jerusalén oriental y Gaza -, ofrecidos en 1937, 1947, 2000 y 2008. Ese estado palestino resulta necesario y constituiría un mínimo de justicia.
Pero esto no es lo que quiere Hamas. Al igual que el ejército islámico (ISIS) en Irak y Siria, al igual que Al Qaeda y al igual que Shabab en Somalia y Boko Haram en Nigeria, ellos buscan destruir a sus vecinos occidentales. Y los Nick Clegg de este mundo (el líder del partido liberal-democrático, con un conocido grupo de diputados con tendencias antisemitas y anti-israelíes) que preconizan que Gran Bretaña suspenda la venta de armas a Israel, son sus cómplices.
Es como si esta gente realmente no entendiera el mundo en el que vive, como esos otros liberales de Gran Bretaña y Francia que pedían el desarme y la revisión del tratado de Versalles en un sentido pro-alemán en los años treinta. Pero el mensaje es claro. Los bárbaros están realmente a las puertas.
Labels: BMorris, Israel y Gran Bretaña
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