Sunday, April 17, 2016

Antisionismo es antisemitismo. Supérenlo - Liel Leibovitz - Tablet



¿Es el antisionismo diferente del antisemitismo? La pregunta es, probablemente, el sismógrafo más exacto que tenemos para medir dónde nos situamos sobre la base de los trasfondos políticos cada vez más trepidantes que adoptamos cuando hablamos de Israel. No es que haya necesariamente una respuesta correcta o incorrecta, ya que la gente normalmente bien intencionada puede hacer argumentos sobre ambos extremos. Sí, porque los judíos y la vida judía no pueden reducirse a las aspiraciones nacionales del Estado judío. No, porque nadie puede negar que el estado de los judíos es el único de todos los países del mundo cuyo derecho a la autodeterminación es sistemáticamente negado. No se trata de un debate totalmente inútil, pero no es el debate que estamos teniendo.

El debate que estamos teniendo, fieles a nuestros tiempos, es un tanto más estúpido y malicioso, y fue puesto en evidencia este mismo mes en al menos dos de las mejores y más progresistas instituciones de educación superior estadounidenses, Stanford y Oberlin, donde su nivel intelectual fue ampliamente lamentable. En Stanford, un miembro del senado estudiantil de esa universidad argumentó que "no era antisemita argumentar que los judíos controlan los medios de comunicación, los bancos, el gobierno y todas las demás instituciones sociales". Y en Oberlin, en el enclave de Ohio, varios estudiantes judíos altamente progresistas publicaron una carta en un periódico estudiantil en defensa de una profesora que había caído en desgracia por haber publicado similares tropos antisemitas en su página de Facebook sobre la omnipotencia malévola de los judíos.

Ambas declaraciones son dignas de consideración. Como cualquier buena obra de arte moderno, tienen una parte de parodia y una parte que anuncia la muerte de un buen pensamiento y del discurso racional. En Stanford, una "portento" llamada Gabriel Knight, una estudiante junior en el órgano de gobierno estudiantil de la escuela, afirmó que era un "argumento totalmente refrescante hablar de cómo los judíos controlan el mundo". "Cuestionar estas potenciales dinámicas de poder creo que no se trata de antisemitismo", comentó Knight, que añadió, "creo que es una discusión muy válida".

Para no ser menos, cinco altamente progresistas estudiantes judíos de Oberlin publicaron un manifiesto que pasó de la declaratoria a la definición:
"Estamos profundamente preocupados por la persistente fusión de antisionismo y antisemitismo, que no sólo es ahistórica y sin fundamento, sino que también desempeña un papel ideológico central en el intento de socavar la crítica legítima del Estado de Israel", tronó la Banda de Cinco. 
"Esta fusión nos deja, como judíos antisionistas, sin la posibilidad de argumentar sobre el auténtico carácter del antisemitismo. Estamos de acuerdo con la definición de antisemitismo elaborada por Aurora Levins Morales, una activista judía pro-palestina, quien escribe que el antisemitismo - hablando de los judíos europeos bajo el cristianismo - funcionaba mediante la creación de grupos de población vulnerables que se utilizaban como intermediarios que podían ser sobornados con ciertos privilegios para la gestión de la explotación de los demás, y luego, cuando la consecuente presión social de las clases populares se disparaba, ellos mismos servirían de culpables y de chivos expiatorios, sirviendo para distraer a los ofendidos sectores populares de los delitos cometidos por los que están en la parte superior de la sociedad".
Es un argumento que ni siquiera un exaltado desconstruccionista podría amar: Según estos chicos judíos estadounidenses altamente progresistas, el antisemitismo no es el odio histórico a los judíos, documentado consistentemente durante miles de años y arraigado en antiguas y duraderas fisuras teológicas, sino simplemente una conspiración de anónimos y ricos europeos cristianos que elevan a los judíos a ciertas posiciones desproporcionadas de poder e influencia para luego poder culparlos más tarde cuando los oprimidos se alcen y rebelen.

Si usted está tentado a gastar alguna broma acerca de algunos de los pobres padres de estos chicos judíos altamente progresistas que está pagando 49.928$ al año para que sus retoños reciban el equivalente intelectual de un accidente cerebrovascular isquémico, no lo hagan. Las debacles de Stanford y Oberlin no son casos aislados de idiotez, son más bien señales indicativas de un defecto moral digno de nuestra atención. Después de todo hablamos de lugares donde debería reinar el pensamiento, no la reducción al absurdo del debate sobre Israel: En la discusión inicial sobre si el antisionismo es o no antisemitismo, la izquierda ilustrada parece ahora utilizar al argumento de que incluso el antisemitismo tampoco ya es antisemitismo, sino por decirlo académicamente, una "forma admisible de discurso sobre el poder y el privilegio".

Difícilmente se necesita un doctorado o una licenciatura saber lo que todo ello significa. Esto significa que ahora es permisible para estudiantes y profesores de nuestras mejores universidades y escuelas superiores y, por extensión, para toda la sociedad educada, utilizar los más viles estereotipos antisemitas que anteriormente solía utilizar casi exclusivamente la extrema derecha más rabiosa. Se trata de una evolución y desarrollo que afecta especialmente a los pedantes progresistas que llenan la Torre de Marfil y que son propensos a descartar cualquier tipo de realidad que entorpezca el camino hacia la teoría abstracta perfecta, pero el resto de nosotros debemos prestar atención y aprender rápidamente dos lecciones clave:

La primera lección es que "ha llegado el momento de acabar con el debate antisemitismo/antisionismo". Sean cuales sean los méritos intelectuales de los argumentos, en gran medida se han vuelto irrelevantes en un entorno abrasado por las llamas de los prejuicios disfrazados de pensamiento.

Es una dolorosa y difícil situación, la mayoría de nosotros aún anhelamos matices y verdadera reflexión, y nos esforzamos por ver al mundo en toda su complicada realidad, pero la segunda lección se nos presenta aún más difícil: "El odio no tiene paciencia con los argumentos reflexivos y los matices".

Esa gente tan sería, sin lugar a dudas, que argumenta que profesar la fe judía no implica necesariamente apoyar el derecho del Estado judío a existir, debería mirar las recientes noticias como en un espejo. Podrían empezar por leer la nota del editor colocada en la carta de los estudiantes de Oberlin, donde se corregía la información inicial de que los cinco jóvenes judíos altamente progresistas que apoyaron a la profesora que emitió las burdas declaraciones antisemitas eran miembros del SFP, Estudiantes por Palestina, un grupo pro-palestino del campus.  La correción posterior del editor informaba que el "SFP se abstiene de promover acciones o cartas de estudiantes judíos, ya que es una organización de solidaridad con Palestina". En otras palabras, el SFP afirmaba que sus partidarios antisionistas judíos nunca les podrían representar aunque no apoyen el derecho de Israel a existir. Si usted es judío, el SFP afirma sin rodeos, no puede apoyar al movimiento pro-palestino debido a que el movimiento pro-palestino se basa actualmente en la creencia de que los judíos sólo pueden ser esas personas que pueden ser elegidas para calumniarlas.

Los que creen que los judíos controlan los medios de comunicación y los bancos, o que consideran que creer en esos tropos antisemitas forma parte de un debate válido y aceptable, no hacen ninguna distinción entre "los buenos judíos", esas bellas almas judías altamente progresistas que se lavan las manos con respecto a Israel, y los "malos judíos", esos que tienen la osadía de adherirse a su fe y a su nacionalidad como cualquier otra persona normal en el mundo.

Y aquellos judíos que crean que su sofisticación liberal y progresista de alguna manera les salvará de la ira de la intolerancia, deberían reconsiderar esa suposición: nunca te preguntes quien puede o no ser un imbécil antisemita. El imbécil irá por ti.

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