Sunday, January 21, 2018

Una gran crítica sobre un libro sobre los colonos: Asentándose - Evelyn Gordon



El libro de Sara Yael Hirschhorn, "City on a Hilltop (La ciudad en las altas colinas)" comienza con dos premisas eminentemente razonables. Primera: si quieres entender el conflicto israelo-palestino, debes entender a los colonos israelíes, ya que son una de las partes. Segundo: si quieres entender a los colonos, debes ir más allá de la caricatura popular que de ellos se hace mostrándoles como unos fanáticos ultranacionalistas y ultrareligiosos, ya que la mayoría no lo son.

El libro de Hirschhorn es un intento de hacer exactamente eso, lo que es aún más admirable teniendo en cuenta sus propios puntos de vista políticos: ella caracteriza cualquier presencia judía más allá de las líneas del armisticio de 1949, incluidos los grandes barrios judíos del este de Jerusalén, cuyas decenas de miles de residentes también etiqueta como "colonos" (en una nota a pie de página), como una ocupación colonialista ilegítima. Sin embargo, a pesar de la obvia sinceridad de su esfuerzo, su incapacidad para superar sus propios prejuicios acaba socavando el producto final.

Hirschhorn explora el movimiento de los asentamientos centrándose en un subconjunto particular de él: los inmigrantes estadounidenses de lo que ella llama "la generación de 1967". Esto tiene la obvia ventaja de hacer que sus sujetos sean más reconocibles para los lectores no israelíes.

Como ella señala, estos inmigrantes crecieron en las mismas ciudades, asistieron a las mismas universidades, siguieron las mismas carreras, se manifestaron por las mismas causas liberales e incluso votaron por el mismo partido (el demócrata) que sus pares que permanecieron en Estados Unidos. Incluso hoy, cuando los republicanos han reemplazado a los demócratas como el partido más pro-israelí y apoyan mucho más a los asentamientos, solo uno de sus entrevistados se autoidentificó como republicano. Y aunque la percepción popular dicta que la mayoría de los colonos, y especialmente la mayoría de los colonos estadounidenses, son ortodoxos, la mayoría de los colonos del grupo del enfoque de Hirschhorn no eran ortodoxos.

La única gran diferencia entre los dos grupos es que la mayoría de los colonos a los que Hirschhorn estudió provenían de entornos "fuertemente judíos" que eran "muy atípicos dentro de los hogares judíos-estadounidenses en ese momento".

La desventaja de este estrecho enfoque es que hace que los inmigrantes estadounidenses parezcan mucho más importantes dentro del movimiento de los asentamientos de lo que realmente son. Por ejemplo, más de la mitad del libro está dedicado a descripciones detalladas de cómo los judíos estadounidenses cofundaron tres asentamientos. Eso puede sonar impresionante, hasta que nos damos cuenta de que actualmente hay más de 120 asentamientos, la gran mayoría de los cuales fueron fundados por israelíes sin ayuda estadounidense. De hecho, como el libro mismo deja en claro, incluso esos tres asentamientos probablemente nunca hubieran surgido si los estadounidenses no hubieran tenido socios israelíes, ya que los israelíes eran los únicos que sabían cómo trabajar la burocracia del gobierno.

Lo mismo ocurre con la estimación de Hirschhorn de que los estadounidenses constituyen el 15% de la población total de colonos (alrededor de 60,000 de unos 400,000), lo que ella cita repetidamente como prueba de su importancia. La precisión de esa estimación está abierta a dudas, ya que admite que no existe un "conteo preciso y objetivo" y que ella misma "no es una estadística profesional ni una demógrafa". Pero incluso si tiene razón, eso significa que hay 340,000 colonos no estadounidenses. En otras palabras, el movimiento de asentamientos estaría floreciendo incluso si no incluyera a un solo estadounidense.

Hirschhorn también exagera el papel que los estadounidenses han jugado en las acciones violentas de los colonos, a pesar de reconocer correctamente que la mayoría de los colonos estadounidenses - y la mayoría de los colonos en general - evitan ese tipo de acciones violentas. Por ejemplo, ella dedica siete páginas a un estadounidense involucrado en un violento movimiento clandestino judío (1980-87), pero sin decir explícitamente que los otros 26 sospechosos eran israelíes.

Pero el problema más serio del libro es que los lectores lo finalizan sin una comprensión clara de lo que impulsa el movimiento de los asentamientos. Esto no es sorprendente, ya que Hirschhorn admite en su conclusión que ella misma no tiene esa comprensión: "Después de las conversaciones con docenas de inmigrantes judíos estadounidenses en los territorios ocupados, todavía me cuesta entender cómo se veían a sí mismos y su papel dentro del empresa de los asentamientos".

En consecuencia, ella ha escrito todo un libro sobre los colonos que prácticamente ignora las creencias que anidan en el corazón de su empresa: Israel tiene derecho a estar en los territorios, ya sea basándose en vínculos religiosos e históricos, en el derecho internacional o en ambos, e Israel tiene la necesidad de estar allí, ya sea por razones religiosas e históricas, de seguridad o ambas.

Esta evidente que esa omisión parece deberse en gran medida a su incapacidad para tomar en serio tales creencias. En un ejemplo digno de mención, ella escribe: "Si bien sus reclamaciones histórico-religiosas sobre el área de Gush Etzion son muy polémicas, muchos activistas de los colonos en los últimos cincuenta años han afirmado los lazos bíblicos con la región". Pero entonces, ¿qué es exactamente lo contencioso acerca de esa afirmación?

Ninguna persona seria negaría que muchos eventos significativos en la Biblia tuvieron lugar en lo que ahora se conoce como Cisjordania, que los judíos habitaron esta área durante todo el período del Segundo Templo (que es precisamente por qué los romanos la llamaron Judea), y que continuaron viviendo en ciertas partes de ella a partir de entonces. Hebrón, por ejemplo, tuvo una presencia judía casi continua hasta que Gran Bretaña evacuó a los judíos en 1936 en respuesta a los disturbios árabes. Se podría argumentar que esto no justifica que los judíos vivan hoy allí, pero si no se puede reconocer que esta área es el centro religioso e histórico del judaísmo, y que muchos judíos creen que abandonarlo arrancaría el corazón del estado judío, no puedes entender a un importante impulso del movimiento de los asentamientos.

Del mismo modo, Hirschhorn presta escasa atención a los argumentos de seguridad para retener a Cisjordania, y ninguna a la poderosa reclamación de Israel sobre el área bajo el derecho internacional.

Como ella ignora estos problemas fundamentales, termina concentrándose en los secundarios, como el entusiasmo de los inmigrantes por ser pioneros y su deseo de establecer unas comunidades modelo. Pero nunca se pregunta por qué insistieron en hacer dicho trabajo pionero más allá de las líneas de armisticio de 1949 en lugar de dentro de ellas, como lo hicieron otros inmigrantes estadounidenses de esa generación (el Kibbutz Gezer, por ejemplo, fue fundado en 1974 por inmigrantes estadounidenses que eligieron el sitio específicamente porque no querían vivir en lo que consideraban territorio ocupado). Y pocos de sus entrevistados ofrecen ese tipo de nítida explicación proporcionada por Bobby Brown de Tekoa: las fronteras de Israel estarían "determinadas por el lugar donde vivía la gente", por lo que los asentamientos "protegerían la tierra para las generaciones futuras".

El resultado es que, aunque la mayoría de sus colonos no son mostrados como fanáticos, a menudo les hacen pasar por tontos, personas que se convirtieron en "ocupantes colonialistas" sin ninguna razón aparente, sin siquiera pensar realmente en ello.

Todo esto se ve agravado por la inserción frecuente de Hirschhorn de calumnias sin fundamento. Por ejemplo, ella acusa repetidamente a los asentamientos de Efrat y Tekoa de expropiar tierras palestinas de propiedad privada, una acusación que ella respalda citando exactamente dos casos. En el primero, los demandantes palestinos amenazaron con ir a juicio contra Efrat, pero Hirschhorn admite que "no ha podido localizar" ningún registro de dicha demanda que se haya presentado. En el otro, se presentó una demanda contra Tekoa pero "no fue a ninguna parte", o para decirlo menos eufemísticamente, el demandante perdió el litigio. Y esto no se debió a que la Corte Suprema de Israel vacila a la hora de favorecer las reclamaciones palestinas de expropiación ilegal, pues lo ha hecho muchas veces Pero la mayoría de estos casos involucran puestos avanzados no autorizados. La gran mayoría de los asentamientos legales tuvieron cuidado de no construir en tierras privadas palestinas.

Otro ejemplo sobresaliente es la afirmación de que la esposa de Baruch Goldstein conocía su plan de masacrar a 29 árabes en Hebrón en 1994 y trató de advertir al ejército. Hirschhorn lo considera creíble: "Si el mensaje se recibió o se actuó sigue siendo desconocido". Solo en una nota al pie de página admite que la "autenticidad" de esta afirmación "permanece desconocida", ya que descansa en un solo informe periodístico israelí recogido por el New York Times. Y nunca menciona que fue rechazada por una comisión de investigación judicial que investigó exhaustivamente el crimen de Goldstein.

Sin embargo, su libro revela involuntariamente un aspecto bastante descuidado de la historia de los asentamientos: su frecuente incompetencia. Por ejemplo, incluso cuando el gobierno apoyó la construcción de nuevos asentamientos, como lo hizo en los tres casos de estudio, la construcción comenzó solo después de años de demoras burocráticas, las cuales informa con minucioso detalle.

Aún más sorprendente es la forma en que muchos colonos deliberadamente buscaron mantener baja la población de los asentamientos para preservar su propio estilo de vida comunal, evidentemente no entendiendo que su permanencia dependería de tener a suficientes residentes para conseguir que la evacuación fuera insostenible. Por ejemplo, cuando se planificaba la ciudad de Efrat, Ha-Kibbutz Ha-Dati, del movimiento religioso del kibbutz que había fundado tres pequeños kibutzim cerca, escribió al gobierno que "bajo ninguna circunstancia y de ninguna manera estamos de acuerdo con esta propuesta.... ya que su implementación real cambiaría el carácter pastoral de toda la región". Hoy, con una población aproximadamente cuatro veces mayor a la de esos tres kibutzim combinados, Efrat ha contribuido a que la región de Gush Etzion sea uno de los bloques de asentamientos que Israel insiste en mantener bajo cualquier acuerdo con los palestinos .

Hirschhorn merece un gran reconocimiento por reconocer, a diferencia de muchos de sus colegas de la izquierda, que demonizar a los colonos resulta contraproducente, y por intentar hacer algo al respecto. Pero por mucho que me gustaría aplaudirla de todo corazón, no estoy convencida de que su libro haga mucho para ayudar a cualquiera que busque una verdadera comprensión del movimiento de los asentamientos.

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