Tuesday, January 08, 2019

La "Plataforma de Pittsburgh" y el impulso del New York Times para un nuevo cisma judío - Jonathan Tobin - JNS



Jonathan Weisman no entiende mucho sobre la naturaleza del antisemitismo moderno. Pero Weisman, editor del New York Times y autor de un libro notablemente obtuso sobre el antisemitismo publicado en marzo de 2018, capta la idea central que está dividiendo a los judíos: el declive del sentido de ser o conformar un pueblo judío.

Desafortunadamente, él piensa que eso es algo bueno, más que un problema que deba abordarse.

Ese es el concepto de un artículo de opinión de Weisman publicado en el Sunday Times en el que predica que un "gran cisma" está a punto de desentrañar los lazos entre los judíos estadounidenses e Israel. Weisman tiene razón sobre el potencial de un cisma, pero como es el caso con su libro "((((Semitism))): Ser judío en los Estados Unidos en la era de Trump", el problema es que él define la identidad judía únicamente en términos de ideales universalistas y políticas progresistas con escasa atención a la fe, la historia o formar parte del pueblo judío.

Eso en sí mismo no es sorprendente en una era en la que ya sabemos que un número creciente de judíos estadounidenses se definen a sí mismos, en palabras de la Encuesta de Pew 2013 a los judíos estadounidenses, como judíos de "ninguna religión", y están cada vez más alejados de todo aspecto relacionado con la condición de pueblo judío, incluido el Estado de Israel.

Pero lo que es interesante es que su artículo de opinión parece ser un intento de reavivar el interés por la "Plataforma del Judaísmo de la Reforma de Pittsburgh" de 1885, un documento seminal que pedía una redefinición de la identidad judía donde se rechazaba específicamente cualquier noción de que hubiera una nación judía con vínculos con la Tierra de Israel, así como una desconexión con los antiguos rituales y leyes que sus autores pensaban que estaban desactualizados.

Mientras que la “Plataforma de Pittsburgh” ayudó a definir el judaísmo de la Reforma durante generaciones, la “Plataforma de Columbus” del movimiento de la Reforma de 1937 rechazó la anterior plataforma cuando respaldó tentativamente al sionismo. De hecho, los dos líderes más influyentes del sionismo estadounidense en esa época fueron Abba Hillel Silver y Stephen Wise, ambos rabinos de la Reforma. El proceso se completó en 1976 con la Perspectiva del Centenario, movimiento que abarcó específicamente la idea de la condición de pueblo judío.

Pero Weisman parece querer hacer retroceder el reloj hasta 1885. La "Plataforma de Pittsburgh" era una reliquia de una era en la que algunos judíos estaban interesados ​​no solo en descartar la tradición, sino en un intento de cortar los lazos con el resto del mundo judío para avanzar en su asimilación en la sociedad estadounidense. Sin embargo, Weisman cree que debería recuperarse en una era en la que un número cada vez mayor de judíos liberales se ven alienados por las realidades de la política israelí y los problemas de seguridad. Él cree que la mayoría de los judíos estadounidenses pertenecen esencialmente a una tribu separada que tiene poco en común con los israelíes o con los judíos observantes o religiosos, y que abarca una fe exclusivamente universalista vinculada únicamente a las políticas progresistas.

Hay que destacar que el "despertar de Weisman a las preocupaciones judías" fue estrictamente una reacción a las elecciones presidenciales de 2016. Provenía de un contexto completamente secular, sin conexión con el judaísmo o con el pueblo judío, excepto como un aspecto únicamente vinculado a su ascendencia, y sin experiencia o conocimiento del antisemitismo. Pero como editor adjunto de la oficina del NYTimes en Washington, los antisemitas llamaron su atención durante el curso de la campaña, ya que los trolls de extrema derecha atacaron a algunos destacados periodistas judíos. Eso le llevó a escribir un libro que pretendía ser una advertencia del surgimiento del nuevo fascismo encabezado por Trump, que representaba una amenaza para la democracia, así como para los judíos.

El problema con su libro no es que simplemente inflaba las fallas admitidas de Trump más allá del reconocimiento, ya que demonizaba tanto al presidente como a la parte del país que lo había elegido. Tenía razón al afirmar que el antisemitismo de extrema derecha era una amenaza, algo que se ha vuelto aún más evidente desde el tiroteo de la sinagoga de Pittsburgh en octubre. Pero ignoraba por completo el antisemitismo de la izquierda o la animosidad contra los judíos de grupos como la Nación del Islam liderada por Louis Farrakhan, un odiador de los judíos que puede, en contraste con los pequeños números de la extrema derecha, contar con una masa de seguidores, y que ha sido legitimado a través del apoyo de políticos y líderes de la corriente progresista principal como los asociados a la Marcha de la Mujer. Inclusive el ex presidente Bill Clinton se mostró dispuesto a compartir escenario con él en un tributo en Detroit a una gran cantante fallecida, la compositora y activista de los derechos civiles Aretha Franklin.

Weisman también se niega a reconocer las formas en que actúa el movimiento BDS como punta de lanza no solo de los esfuerzos para eliminar el único estado judío del planeta, sino también teniendo como objetivo la deslegitimación de algunos judíos estadounidenses de una manera que no se distingue del clásico antisemitismo.

Sin embargo, el problema no es solo que el enfoque de su visión de túnel del antisemitismo esté equivocada. Tampoco es simplemente su falta de comprensión de las realidades del conflicto con los palestinos que crearon un amplio consenso en Israel que considera una solución de dos estados como una buena idea, pero que resulta incompatible con su seguridad en un futuro previsible.

Es que ve la condición de pueblo judío, un concepto que forma parte integral del judaísmo, únicamente a través del prisma o del espejo de la política progresista que lo convierte en una mera caricatura. Algunos pueden estar de acuerdo con él, pero su sentido de alienación está enraizado en una ignorancia que es reforzada por falsos expertos como Weisman.

Si bien los judíos estadounidenses e israelíes están en desacuerdo acerca de muchos temas, sobre todo acerca de Trump, a quien la mayoría de los israelíes no le critican sin razón por su apoyo sin precedentes a su nación hasta estos momentos, resulta falso afirmar que el sionismo o la fe judía tradicional es incompatible con los valores progresistas, no importando en qué posición se encuentren en el espectro político.

El veredicto negativo de la historia sobre la "Plataforma de Pittsburgh" no se puede anular. El sionismo sigue siendo esencial para la supervivencia judía. El intento de revisar el interés por esa idea desacreditada y peligrosa de que los judíos estadounidenses pueden o deben separarse de los judíos de otros lugares, especialmente del centro espiritual del judaísmo en el estado de Israel, se basa en una visión de la identidad judía que no es ni sostenible ni propicia para la propia seguridad del colectivo judio.

Weisman, cuya falta de credibilidad en los temas judíos es dolorosamente obvio, puede pensar que está defendiendo los valores judíos. Pero aboga por un cisma que está inextricablemente vinculado a la destrucción de cualquier sentido coherente de comunidad judía, y que la dejaría indefensa ante una amplia gama de enemigos que ciertamente no se limitan a la extrema derecha.

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